Humberto García Larralde
¿Qué es una mafia? Mis conocimientos al respecto no pasan de lo
observado en películas y series televisivas, pero creo que dan para la
siguiente explicación.
Una mafia es una organización criminal de estructura piramidal,
dominada por un capo o jefe a quien todos profesan lealtad. Ésta se
plasma en un código de honor que compromete a los miembros a no
traicionar jamás los intereses de la organización y a obedecer los
dictados del capo, manteniendo todo a resguardo de extraños
(Omerta). La mafia articula su operatividad en torno a esta lealtad. Para
ello el capo cultiva un espíritu de cuerpo o de familia, transando
favores o apoyos a cambio de obsecuencia con sus designios: se entra
a la mafia en deuda con el capo. El poder de éste depende de su
capacidad de invocar este compromiso para ejecutar acciones que lo
benefician. El halago y el chantaje -con amenaza velada- es
instrumental para estos propósitos. A sus huestes las mantiene
contentas con la participación en el fruto o botín de sus actividades
delictivas: fraudes; estafas; dinero de “protección” y de otras formas de
extorsión; redes de prostitución; contrabando; y -tardíamente en la
historia de estas organizaciones- del tráfico de drogas. La violencia o la
amenaza de ella, es un instrumento muy “persuasivo” para asegurar el
cumplimiento de tales exacciones. De ahí la importancia protagónica
de “los muchachos” (the boys) -malandrines y sicarios a quienes el
capo apadrina y cubre bajo su ala protectora- en procurar los “ingresos
de caja”. Pero el botín debe compartirse también con políticos, policías
y jueces corruptos, para asegurar la impunidad de sus acciones.
En torno a la heterogénea variedad de actividades explotadas se
articulan distintas organizaciones mafiosas, cada una con su capo, que
compiten entre sí por “territorios de caza”. Estas rivalidades, cuando
son entre organizaciones de similar tamaño o poder, suelen
administrarse con pactos de no agresión, sujetos al respeto de los
cotos de caza de cada una. Pero si cambia la correlación de fuerzas -o
existe la percepción de ello por parte de algún capo- se desatan
“guerras” para redefinir el statu quo a favor de quien muestre tener
mayor fuerza. La mafia, en su conjunto, puede verse como una especie
de confederación de agrupaciones sujetas a votos de lealtad que
deben actualizarse permanentemente con sobornos y/o amenazas para
asegurar la unidad de propósitos de cada una y mantener los modos
vivendi entre ellas. Quién traiciona su compromiso es eliminado.
Parafraseando a Mussolini (o a Fidel), “dentro de la mafia, todo, fuera
de la mafia, nada” . Pero, tarde o temprano las lealtades mudan. De ahí
los reacomodos y feudos entre agrupaciones que rivalizan entre sí, con
saldos sangrientos.
En la medida en que se ha ido descomponiendo el estado venezolano,
más su forma y su conducta se asemejan a la de una organización
mafiosa. Encontró entrada con la exigencia de lealtad al proceso por
encima del cumplimiento de los deberes como requisito para ocupar
cargos públicos. Luego, la creciente opacidad y la no rendición de
cuentas fueron abriendo espacios para prácticas que colidían con este
deber ser normativo. Al aumentar las medidas de intervención y de
control de la economía, y al asignarse los recursos del rico estado
petrolero a discreción del presidente, aparecieron inusitadas
oportunidades de lucro que, en ese contexto de anomia e impunidad
creciente, auspició la emergencia de complicidades entre
“revolucionarios” atrincherados en los nodos decisorios del estado para
sacarles provecho. Al amparo de la prédica socialista, se fue
destruyendo el Estado de Derecho “burgués” para acomodar las
prácticas delictivas que se fueron desarrollando, en torno a los cuales
se forjaron lealtades a cambio de participación: “póngame donde
haiga”. Por esta puerta entró también la gerontocracia cubana,
mentora ideológica de este desastre, para apropiarse de suculentas
tajadas a cambio de asesoría en represión y seguridad de estado. El
socialismo de precios y tipo de cambio controlados, de leyes punitivas,
confiscaciones arbitrarias “en defensa del pueblo” y de controles de
fronteras ante la “guerra económica”, resultó ser la excusa perfecta
para actividades delictivas muy lucrativas: sobrefacturación de
importaciones y empresas de maletín para ponerse en los dólares a Bs.
10; “contrabando de extracción” de gasolina y de productos regulados;
monopolización de importaciones de alimentos y medicinas con
escandalosos sobreprecios; contrataciones y otras negociaciones
turbias de PdVSA; concesiones mineras en la sombra; apoyo a la
guerrilla colombiana (narcotráfico); etc., etc. Hoy estas fortunas salen a
la luz por los escándalos ventilados en relación con bancos anglosuizos
(HSBC), de Andorra, España, República Dominicana, Panamá,
USA y, ahora, Portugal (Banco Espirito Santo).
El discurso socialista permitió a la mafia apoderarse progresivamente
del aparato estatal. Quebró sus líneas de mando y de rendición de
cuentas al superior vulnerándolas y entrecruzándolas con lealtades de
grupo para conformar mafias sectorizadas. Éstas fueron fagocitando
“cotos de caza” que, a veces, creaba conflictos entre ellas. La enorme
renta que captó el estado hasta finales de 2014 por la venta
internacional de crudo, así como el liderazgo carismático de Hugo
Chávez, disolvieron muchos de estos conflictos -porque había real para
todos. Cuando no, se dirimían con denuncias de corrupción que
sacaban del juego al menos “enchufado”.
Ahora, con un ignorante inepto a la cabeza del estado, la economía
colapsada, PdVSA destruida y los ingresos petroleros a menos de la
mitad de cuando los años de bonanza, las mafias están desesperadas
porque los negocios se le “achicaron”, su base política tambalea y cada
vez están más al descubierto: el hambre, la falta de medicinas y el
colapso de los servicios acusan su acción saqueadora. El discurso
socialista tampoco los ampara ya, pues rato hace que perdió su
encanto salvo para la secta de fanáticos que construyó Maduro con sus
campañas de odio. El país como un todo clama ahora porque se vayan.
La rectificación de políticas ante este desastre no es solución -para
ellos- pues implica entregar la fuente de sus fortunas. ¿En qué otras
circunstancias habrían podido disfrutar de una situación como la de
ahora? Ante la presión de la calle, de la opinión pública internacional y,
ahora, de chavistas enfrentados a sus prácticas delictivas, la única
respuesta que ven estas mafias es llevarse por delante lo que queda del
Estado de Derecho y, con ello, a las instituciones republicanas
construidas con tanto esfuerzo. Y como en las películas, y con
procedimientos similares, han logrado la complicidad de tribunales
hasta el más alto nivel para asegurar su impunidad y el apoyo “legal” a
su ofensiva contra el orden constitucional.
La constitución, tantas veces violada en función de los intereses de
estas mafias, con la anuencia de un tsj abyecto, sigue siendo una
camisa de fuerza que limita sus apetencias. De ahí el intento
desesperado por abolir sus reglas de juego convocando a una
Asamblea Nacional Disolvente; de ninguna manera constituyente
porque propone disolver, no constituir, la República. La insólita
insistencia en tal Asamblea, en contra de la voluntad de la gran
mayoría de venezolanos, revela que no tienen para dónde coger, ni son
capaces de ponerse de acuerdo entre sí para una salida política. Sólo
les queda sus “boys”: los miembros más enfermos de las fuerzas
represivas -sicarios y malandrines- a quienes ofrecen como
recompensa a su “heroico” aplastamiento de los derechos humanos
incluirlos en las listas para próximas entregas de carro y vivienda, y
garantizarles el suministro de cajas CLAPs. Es su parte del botín.
El estado delincuente que ha resultado de la colonización del aparato
público por mafias cívico-militares bajo el amparo de discursos
“revolucionarios”, ha declarado la guerra a los venezolanos. Maduro lo
acaba de confirmar hoy, en un mitin en el Poliedro colmado a juro con
empleados públicos a quienes se les dio el día libre: “lo que no se pudo
con los votos, lo haríamos con las armas” (¡!). El bienestar, la libertad, la
justicia y la seguridad personal de los venezolanos es incompatible con
la permanencia de estas mafias en el poder. La responsabilidad de
defender la constitución y sacarlos nos ataña a todos: chavistas que
creen en la democracia y opositores, también demócratas. Ya no hay
vuelta atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario