El primate filosófico
Leandro Area
Las heridas, sociales por lo pronto, cuando se
originan y no terminan de curarse, si acaso se intentan subsanar con una propina,
con el desfile rimbombante y colorido de una fecha patria, en unas lágrimas
regadas al pié de una tumba maquillada en perfumado epitafio, en un perdón
hipócrita y por lo tanto humillante, en la fanfarria de la reconciliación, el falso
olvido, un edicto pomposo decretando la paz, una plaza y sus palomas tétricas, un
héroe que flota en su aburrimiento de incienso, un cheque a cambio de un montón
de silencios, total en una deuda de rencores diferidos y culpas impunes que
coincide en una carga de lastres impagables, crecientes, vitalicios,
históricos, que tendrán que afrontar otros sin suerte asegurada, más adelante,
en el tiempo de siempre que se repite inexorablemente.
Casi todas esas deudas heridas cometidas, tuvieron
razón y corazón de ser en una invasión, en una guerra, en la guillotina u otras
ruinas públicas como quemar viva a la gente colgándola de hereje, en una
injusticia o muchas que no por singulares pesan menos; en el racismo, un campo
de concentración, un fusilamiento, un secuestro y sus desapariciones, los expulsados
por la raíz que sea y que buscan asilo como y donde se pueda; unos presos políticos
u otras injusticias parecidas que dan su cachetada de menosprecio por lo humano;
un mal gobierno, una torpeza, un desdén, un desplante, y faltarían tanto que
agregar que da vértigo.
En la lista de los más populares a quienes se les
achaca la culpa de estas catástrofes destacan ciertos conquistadores, una pandilla
que adquiere esplendor, fama y poder por sus pericias y maldades, un loco con
un arma o micrófono y audiencia colectiva, un truhán que quiere darse un antojo
con el apoyo de los electores, demócrata lo apodan, un tirano que por todas las
del medio y de la ley de su crueldad desenfadada, encaramado a un dios,
destripa, degolla, empala o apedrea, en público y universal, a los que marca de
infieles y se ríe sin dientes y sin rostro frente a todos, de todos, sin
distinción de edad, raza, sexo o religión. La lista sería larga y más pesada
aún; mejor no intentar completarla para no ser ejecutado sumariamente por los
que de ella se excluyen en mi inocencia miope.
En fin, que es humillante, lamentable y además
de escabroso, que la humanidad esté acorralada por estos designios
destructivos, bárbaros e impunes, acolitados por la indecisión que demuestran
los que viven y dependen de la volátil popularidad de los votantes, los jefes de
gobierno y de Estado por ejemplo, la
comunidad internacional que dice estarlo aunque no lo parezca, que deberían erigirse
unidos al frente de la defensa de los valores de la humanidad hoy en vilo, sin entrar en detalles exquisitos y
debates paupérrimos, por que el común denominador a fin de cuenta es sencillo y
frugal, mientras que los peligros y sus consecuencias dejaron de ser
inimaginables para acercarse ya al horizonte escaso de nuestras tan inmediatas y
sensibles narices .
Porque es que el ensoberbecido mal anda suelto
y de su cuenta, y se le ven los tentáculos a cada instante, mientras que el
bien nunca se halla, jamás se sabe, se implora, se exige, se le reza, pero se vacila
frente a él al verlo en un mundo plagado de tanta desconfianza que hasta él duda de si y se resbala y cae.
Son todas esas sombras persistentes las que
nos resumen la vida de hoy a sus escombros evidentes; datos que las
estadísticas borran en sus números; la vida de uno en suma de tantas restas y
que son más que infames, mostrándose
desparpajadas a la luz de los medios de comunicación y redes sociales que no
saben qué hacer y multiplican, mientras el mundo se desliza redundante sobre
las burbujas de su pomposa vacuidad, “en exclusiva”, mientras los gorgojos
trabajan sin descanso.
En paralelo, en ese camino persistente de
derrotas y agravios, se nos ofrecen lecciones de bondad, justicia y auto ayuda
que basan su argumento en la idea de que no hay otra manera de olvidar una pena,
vivir el luto, encubrir la derrota, abreviar el hartazgo que esas penurias
dejan, que con el nuevo engaño de aceptar al enemigo, perdonarlo, cercenar
la memoria, confesarnos, proponer la
otra mejilla o tal vez en contrario exaltando el error lucrativo de un
ensañamiento contra un sustituto construido, un muñeco de trapo, con el cual distraer
atenciones, un bulto cercano o a lo lejos o todos a la vez que ayuden a drenar la
plana intensa de nuestros desencantos. Mecanismos de defensa del yo los llamó y
enumeró en detalle Anna Freud la hija del otro. ¿Será que no hay salida? ¿Allí
radicará el territorio necesario de la Política, hoy ineludible como nunca
antes?
La humanidad anda atrapada en esos laberintos
insondables, buscando nuevos espacios en los confines de su alma por si acaso
no encuentra otra galaxia. Primates filosóficos, de rama en rama, pensando, huyendo,
persistiendo, buscando.
Leandro Area
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