AIXA ARMAS
I
Aunque este país lleva una dinámica vertiginosa, en la oposición hay dos factores que mal pueden sufrir sus efectos: el objetivo común y la unidad que este impone.
Si algo tiene la vocería gubernamental que asiste a las mesas de diálogo bajo el arbitrio del Vaticano, es que sus objetivos son claros: no hay cabida a cesión de cuota de poder. En esto, sus voceros son coherentes y, puertas afuera, disponen de una panoplia de artimañas a la mano; nada mal cuando tienen el control de los medios de comunicación. Cuadro perfecto, aunque no sea, necesariamente, inexpugnable.
II
Precisemos: un vocero es la voz de un contingente, de un colectivo, de –a nuestros efectos- más del 80% del país. Cuando entra a “negociar” en una mesa con un adversario rapaz, el vocero debe asegurar que su alforja esté completa con un objetivo/propuesta, una estrategia (incluida la comunicacional) y la convicción de que tiene tras sí una masa que le bendice con su respaldo pero, a la vez, le aplica escrutinio. Es, en tanto referente, quien asume la voz cantante aun cuando las letras sean escritas en conjunto. Cuando algunos de estos valores -objetivo/propuesta, estrategia+comunicación, convicción de respaldo- desvaría o se desvanece, se crea cortocircuito. Algo falla.
Más que aupar la polémica sobre el desliz que puedan haber cometido (¿o no?) los voceros de la MUD en la mesa de diálogo, hay dos aspectos que ameritan atención: el manejo comunicacional y la pertinencia de mantener a los mismos protagonistas.
Respecto a lo primero, la falla es evidente. Y no se trata de un asunto de medios sino de aquello, del mensaje, a comunicar. O sea, la esencia antes que la forma. Salir de la mesa, hacer malabarismos ante las cámaras para mostrar la “ganancia” que se obtuvo y, paso seguido, desvanecerse mientras el adversario lanza un bombardeo propagandístico que te coloca fuera de equilibrio, solo revela que o no tenías la alforja llena, o caíste en un 28 de diciembre. Y eso, comunicacionalmente, tiene un costo: desinformación, ruido, contradicción y desprestigio. No son resultados que devienen, per se, por los sujetos sino por sus movimientos. No se trata de Chúo u Ocariz (omitimos, ex profeso, a Zambrano, Aquiles Moreno y Falcón, cuyos aportes aún son una incógnita), dirigentes harto resteados: pasa que, como lanzadores al turno, se les cansó el brazo.
Esto lleva al segundo aspecto: salvar el juego, salvar el escenario de la mesa de diálogo, impone hoy colocar en ella a lanzadores de relevo. Así de simple. Sin detrimento de sus aportes, la percepción de los representados indica que sus cuatro voceros actuales ya llevan peso en el ala. Y sin una percepción positiva, confiada, las fidelidades son movedizas. Entonces, ¿por qué temer al cambio de jugadores, de voceros? ¿Por qué no permitir la entrada de negociadores con experticia comprobada que eviten nuevos deslices?
III
En esta historia, la mesa de diálogo no es un escenario más; es el espacio donde se medirá el impacto en la gestión de los otros escenarios: calle, Asamblea Nacional y tribuna internacional. Es aquí donde se encontrarán las partes para negociar logros/concesiones/consensos, sujetos a la movilidad en el mundo real. Esta noción es clave para una comprensión global de la estructura del proceso y la calificación/aprobación que requieren los voceros del espectro democrático.
A la altura de este 8° inning, la MUD debe decidir: o se le mete inteligencia, profesionalismo y malicia a lo comunicacional, o se asume el rol de ingenuos imberbes. Y, a la vez, o se vuelve a la mesa con los mismos voceros y el costo que ello comporta, o se renuevan las esperanzas y se sacan jugadores del bullpen.
Errores se comenten; pero persistir en el más evidente, es el peor de ellos.
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