NELSON CHITTY LA ROCHE
“Cuando el clarín de la patria llama, hasta el llanto de la madre cesa.”
Simón Bolívar
Solemos asumir como patria la tierra en que nacemos, donde lo hicieron nuestros padres y tal vez murieron, donde vivimos o escogimos hacerlo, donde la deriva existencial nos permitió realizarnos. Compatriotas son aquellos que comparten con nosotros esa condición, esa suerte, esos hábitos, esos giros lingüísticos, la acentuación, la mirada y el gesto común. La tierra, el árbol, el fruto, el gusto, la escuela y los relatos de los que otro fueron y así nosotros también fuimos.
La patria es pues una visión, una misión, un recuerdo y un proyecto, un sentimiento, un arraigo y tal vez también un rencor y hasta un odio que nos viene en el paquete que nos distingue de algunos y nos acerca a otros. Es un lazo complejo que nos lía a un conjunto de elementos de variada naturaleza, pero susceptibles de comunidad. Patria es nación, además.
La Patria suele asociarse a la mitología, a las leyendas, a las historias que nos legaron y constituyen un acervo de identidad. Una nación es una población, pero más aún, un compendio complejo de valores, etnia, religión, cultura, idioma y especialmente, como nos enseñó Renán “Un querer vivir juntos.
Admitir, tolerar, aceptar a los demás es un trámite de vida que tropieza a veces con los impedimentos que incorporamos a nuestro devenir. Un musulmán sunnita sospecha de un chiita, aunque ambos sean iraquíes o sirios. Inexplicablemente para nosotros; allá en el medio oriente se persiguen y quitan la vida los que otrora oraban al mismo Dios, con la misma lengua, en la misma mezquita, enclavada en el terruño común, frente a la bandera y la misma patria y con miedo y hambre compartidos.
Amartya Sen nos muestra en ese texto importante, Identidad y violencia, que lo que nos puede proveer certeza, orgullo y alegría nos alcanza, eventualmente proporcionar motivos para la amargura y el desdén. Por eso asumo que la patria que reclamo mío es una auténtica escogencia, una opción que ejercimos o para muchos un asunto que el sino caprichoso nos adelantó sin consultarnos, pero; dejemos claro que la patria es mucho más que la nacionalidad y el pasaporte.
Me vino al espíritu esta reflexión en un momento agudo y de convulsión de la patria que exhibe carencias y falencias a ratos vergonzosas. Nada pareciera merecer nuestra palmada solidaria. En cada flanco notamos el fracaso, la corrupción, la frustración. En cada lado opera el reojo. Sabemos que las instituciones públicas no son de nosotros sino de ellos y que ni siquiera la pobreza recibe un mismo trato. Nos discriminan o discriminamos, nos desprecian o despreciamos, no sentimos como diría Ortega y Gasset que compartimos un destino.
El signo de este tiempo histórico evocando a Koselleck es la división social, la decadencia de la nación, el declive de los valores compartidos, los religiosos, los sociológicos, los que provienen de nuestra cultura, y lo peor es, sin dudas, la entera y total ausencia de futuro. Los que piensan en eso se van, se fueron o están tentados de hacerlo. La patria venezolana no se ofrece por ella sola ningún porvenir.
Cada familia y cada día son más, de distintas categorías, por cierto, se encuentran en las colas de las embajadas u oficinas públicas legalizando sus papeles o sacando visas para apenas haya ocasión tirarse ese lance. A nivel de clase media, es más bien la excepción el grupo familiar que no ha visto algún miembro irse o intentarlo. Venezuela ha visto centenares de miles de sus vástagos, marcharse allende las fronteras, nos descerebramos al partir jóvenes profesionales a realizar cualquier tarea resignados y en paralelo esperanzados de vivir al menos con mayor seguridad y respeto. Una diáspora voluminosa se va generando como resultado de la centrifuga de la patria desesperanzada.
Entretanto; la clase política gobernante, esa que nos condujo a la ruina y al desastre se regodea en la más obscena concupiscencia, aparta la vista de los guarismos que miden la enormidad del fracaso y perniciosa manipula para permanecer aun a costa de las instituciones, de la constitución, de la democracia, de la república al frente de los asuntos públicos, y en sus manos un ideal patriótico agónico languidece entre la charlatanería, la canalla y la traición. Boqueando la patria y sus depredadores sosteniéndose entre bayonetas, mentiras, simulaciones y enajenaciones.
Atrás, un fantasma se yergue vanidoso. Es el que llamó patria a los pedazos, mismo que clamo ante el pandemónium, ¡“Tenemos patria! cuando el lumpen lisonjero señalaba que no había agua, ni luz eléctrica, ni calles pavimentadas, ni pupitres ni baños en las escuelas, ni dignidad. El espíritu que exaltan desafiando la evidencia de su muerte como que vive y cual Cid Campeador lidera la batalla por la patria. El que regalo lo que no le pertenecía y nos despojó de oportunidades para llevarlas a otras geografías que le parecían más próximas que su tierra, que su gente, que su historia a la que sencillamente saqueo y lisió de demagogia y populismo fatuo.
Epicuro habría dicho que la muerte es la privación de toda percepción. Morir en la patria para seguir con la tradición cabe en la racionalidad del patriota, pero, inclusive morir por la patria ofrece una serenidad espiritual que desafía los temores que se acompañan a las cavilaciones sobre ese después preñado a menudo de incertidumbres. No sabemos, ni eso, por fin donde y como murió el sujeto, pero no fue como un patriota sino como un megalómano que supero al griego Alcibíades en el difícil arte de simular y abjurar a cambio de las sensaciones del poder. ¡No! No era un patriota ¡
nchittylaroche@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario