HECTOR SCHAMIS
El 18 de octubre la autoridad electoral de Venezuela anunció la postergación de las elecciones regionales. Dos días más tarde comunicó que el referéndum revocatorio no se realizará antes del 10 de enero próximo. Pasada esa fecha, de haber revocatorio asumiría el vicepresidente. El oficialismo seguirá en el poder.
La oposición reaccionó con promesas de marchas y juicio político contra el presidente Maduro en la Asamblea Nacional. Con retórica combativa, los dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática presentaron un programa de movilizaciones, un verdadero plan de lucha. Vulnerado el mecanismo de cambio previsto por la constitución, ahora la acción política tendría lugar en la calle. Venezuela en su día D.
Lo cual no ocurrió, sin que la MUD haya explicado las razones. Lo que sí se sabe es que entraron los enviados del Vaticano a escena, el subsecretario Shannon tomó otro avión a Caracas y entre todos pronunciaron la palabra mágica. La explosiva retórica de la MUD terminó con la pólvora mojada. Se unió Zapatero con su equipo de mediadores y se puso en marcha un nuevo capítulo—y van—de la palabra mágica: diálogo.
De la prometida madre de todas las movilizaciones a sentarse alrededor de una mesa, apenas horas después de que el gobierno anulara el derecho al voto. Producía una cierta incomodidad mirar la escena por la pantalla, con el vocero de la oposición Chúo Torrealba cubierto de abrazos cómplices. Maduro, que mide 1.90 y debe pesar sus buenos 130 kilos, lo saludaba con palmadas paternalistas. El poder no se declama y mucho menos se grita, noción ajena a varios dirigentes de la MUD. Solo se exhibe.
Esa noche Maduro bailaba en televisión. Imágenes concluyentes; del colapso de la MUD, esto es. A los pocos días siguió una incomprensible pendiente, sacrificando los principios para ser parte de esa conversación. Ello ante el estupor de muchos venezolanos tanto como de observadores internacionales. Es una negociación que se ha prolongado por más de dos años sin arrojar otro resultado—¿sin tener otro objetivo?—que la permanencia del chavismo en el poder.
A los pocos días se firmó una declaración conjunta. En la misma, la MUD aceptó trabajar con el gobierno “para combatir toda forma de sabotaje, boicot o agresión a la economía”, lenguaje oficialista que atribuye responsabilidad por la crisis económica a actores privados. Ello en lugar del gobierno, su incompetencia y la corrupción.
También acordaron resolver la crisis entre la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia desincorporando tres diputados y repitiendo la elección de Amazonas, en tácita admisión de haber cometido fraude según los acusó el gobierno. Miopía mayúscula: además del riesgo de perder la mayoría parlamentaria propia, la MUD se inhabilita a sí misma para formular cualquier reclamo electoral en el futuro.
A posteriori un dirigente opositor agregó la “liberación de personas detenidas”—textual—en el acuerdo. El eufemismo produjo indignación entre los presos políticos y sus familiares, ahora convertidos en rehenes, liberados en cuentagotas y a través del chantaje del silencio. Mas aún, ello oculta que por cada preso que sale por la puerta de adelante, otro ha ingresado a prisión por la puerta del fondo. Es el estilo cubano: la represión quirúrgica, no en masa como hacían Videla y Pinochet.
Qué lejana se ve la resonante victoria de un año atrás. Es que han hipotecado su credibilidad frente a la sociedad, rifando aquel capital político al punto de la auto destrucción. Como resultado, la MUD se ha convertido en ficción. Han olvidado la democracia, los derechos humanos y la Carta Interamericana que tanto invocaron. Ya no está unida y, después de incontables claudicaciones a cambio de nada, la mesa solo tiene tres patas; mesas inestables por definición.
Paradójicamente, la declaración conjunta firmada por el gobierno y la oposición lleva por título “Convivir en Paz”. Tal vez no sepan que sin libertad y sin derechos, la paz solo se logra por medio de la opresión y el sometimiento.
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