JEAN MANINAT
Es mucho lo que se dijo, mucha la indignación escrita, muchas las teclas que soltaron espuma, muchos los trinos que volaron como saetas envenenadas con motivo del anuncio por parte de los representantes de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de los primeros acuerdos logrados en el diálogo gobierno-oposición cobijado notoriamente por la Santa Sede y aupado por medio mundo.
Pero no hay que alarmarse, digamos que es normal, parte del juego, somos todos aficionados un tantín vehementes, magallaneros y caraquistas, merengues y culés, con el torrente sanguíneo en discreta ebullición, pacientes en la controversia, nunca actuamos con el juicio afectado. Jamás dejamos que la emoción nos arrebate, que una palabra adversa nos trastorne, que una opinión contraria nos haga perder la mesura. Atildados como un butler inglés, vamos de nuestras disputas a nuestros asuntos sin derramar el café. Somos un ejemplo de civismo algo alteradillo.
Por eso descorazona tanto, entristece el ánimo, el tratamiento que se le ha dado al grupo de ciudadanos que con tanta mesura ha ejercido su derecho a no estar de acuerdo con los resultados del diálogo, a adelantar sus críticas de un modo siempre respetuoso, siempre a la altura de una reunión de la Academia de la Lengua.
Los Niños Tuiteros de Viena -sí, así los han denominado los medios de comunicación- difunden sus tesis con mesura, midiendo cada término, cada giro del lenguaje para no ofender. “Quisiéramos señalar a la honorable MUD, que no compartimos su línea política, nos parece que carece del vigor que la situación requiere, pero respetamos profundamente su derecho a llevarla a cabo”. “Nos permitimos indicarle al ciudadano Henrique Capriles, que tenemos algunos señalamientos que hacerle, con todo respeto, acerca de su actuación como líder opositor. Oportunamente se los haremos llegar por escrito”. “Al señor Jesús, Chúo, Torrealba, le pedimos que tenga a bien abstenerse de asistir a la mesa de negociación con el gobierno, o en todo caso meditar profundamente acerca de su presencia en el diálogo”.
¿Y qué reciben a cambio de tanta urbanidad en el trato y tanto recato expresivo? Los remoquetes de “guerreros del tuiter”, “guerrilla offshore” “empatuflados” para zaherirlos en su candor. Una mente perversa los llamo “twitternator” y un tiburón de las redes los martiriza con especial ingenio. Y aún así los Niños Tuiteros de Viena persisten en su rectitud, si acaso exclaman ya en la exasperación, “dejadme en paz, no seáis tan crueles, sólo ejerzo mi derecho a la crítica”. Pero de poco sirven sus alegatos, sus petitorios al representante de Sumo Pontífice, la marabunta inclemente los molesta, a sabiendas de que son sensibles como un Stradivarius.
Si hay justicia en la tierra, cuando estos terribles años sean un mal recuerdo, habrá que conmemorar con mármol, con una calle, un salón en la Asamblea Nacional (AN), a estos insignes ciudadanos, los Niños Tuiteros de Viena, que son un ejemplo de como enaltecer la discusión en las redes sociales ya reconocido internacionalmente.
@jeanmaninat
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