JOSE RAMON DIEZ GUIJARRO
ABC
La llegada de Trump al poder en EEUU, con su retórica a favor de reconsiderar los principales acuerdos comerciales del país ha aumentado la preocupación sobre la evolución futura de los intercambios globales de bienes y servicios. La inquietud sobre la situación del comercio mundial no es algo nuevo, recientemente el FMI analizaba las razones detrás del preocupante enfriamiento que han experimentado los flujos comerciales en esta fase expansiva. Desde 1985 a 2007, la incorporación de los países emergentes a la cadena de producción mundial (especialmente China) y la la caída de los costes de las comunicaciones conformaron la época dorada de la globalización, cuando el comercio mundial crecía en media anual el doble que la producción de bienes y servicios (7% frente al 3,5%).
La fragmentación de los procesos productivos favoreció la especialización y explotación de las ventajas competitivas país a país, con claros efectos positivos sobre la productividad. Como resultado, aparecen las cadenas de valor mundiales en las que los productos pasan por varios países en su proceso de fabricación, lo que confiere cada vez mayor importancia a las exportaciones e importaciones de bienes intermedios. Todo este proceso de integración económica se aceleró gracias a la intensa reducción arancelaria que propiciaron los acuerdos de liberalización comercial (regionales o multilaterales).
El resultado ha sido muy beneficioso para los países emergentes (especialmente para los ubicados en el sudeste asiático) que han conseguido reducir las distancias en bienestar con la OCDE, gracias a una política industrial con una clara orientación exportadora. Por el contrario, amplias capas de población en los países industrializados se han visto afectadas por la deslocalización de una parte importante (o incluso de la totalidad) de la cadena de valor en el sector manufacturero. Con el impacto consiguiente en las diversas consultas electorales celebradas en los últimos meses.
Sin embargo, desde el año 2012 algo está cambiando, pues el crecimiento del comercio en términos reales se reduce a menos de la mitad que en las tres décadas anteriores (3%), prácticamente igualando el ritmo de avance del PIB. Además, es un fenómeno bastante generalizado, pues en la muestra de 171 países que utiliza en su estudio el FMI, las importaciones caen en 143 países, especialmente las de bienes de capital, reflejando los efectos de la debilidad de la inversión sobre el comercio. La pregunta es si estamos ante una reacción coyuntural producto de la última crisis o ante un cambio estructural. Para el organismo ubicado en Washington, un 75% de la moderación de los intercambios comerciales se explicaría por el menor crecimiento global en esta etapa expansiva, debilidad que además presenta una elevada sincronización entre áreas geográficas.
Sin embargo, el FMI reconoce que ni aún recuperando el dinamismo de la actividad se volverá a los registros de comercio de antes de la crisis, lo que refleja la importancia de los factores estructurales. Entre ellos se puede hablar de la transformación del modelo industrial y, por tanto, el desplazamiento de la generación de valor hacia los servicios. Todo ello implicará cambios en los factores competitivos clave, con cada vez más importancia del talento y el conocimiento. La duda es si la terciarización de la actividad puede significar para el ascensor social de los países emergentes, lo mismo que ha supuesto el modelo centrado en las exportaciones del sector industrial.
Si a todo lo anterior le añadimos el factor Trump, el Brexit o, el papel de China como posible contrapeso en caso de que EEUU termine replegándose hacia adentro, lo cierto es que podemos estar ante vientos de cambio en el proceso de globalización. De hecho, los acontecimientos políticos de este año han vuelto a sacar a la palestra el trilema de Dani Rodrik. Según el economista de origen turco, cada vez es más difícil perseguir simultáneamente democracia, soberanía nacional e hiperglobalización. Especialmente, en el caso de economías pequeñas o de tamaño medio. El problema es que disminuir el grado de apertura de las economías no va a ser inocuo ni para la productividad, ni para el crecimiento potencial.
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