LUIS PEDRO ESPAÑA
En su eterna fallida forma de ver la vida el gobierno reduce la Navidad a sus tradiciones consumistas. No era tan raro, ¿no? Que un gobierno que se embadurnaba de cursilerías revolucionarias, que se vestía con sus eslóganes, que se cansó de comprar todas sus insignias sin haberse ganado ninguna, haya terminado falsificando el nacimiento del Niño Dios por unos perniles y otros pocos chantajes culinarios con los llamados CLAP de por medio.
Por muchos años vivieron de este tipo de truquitos. Eso de presentarles a los venezolanos lo peor de su propia frivolidad fue por mucho tiempo el cómplice de sus verdaderos y encubiertos propósitos. La danza de los petrodólares del pasado había permitido mantener a la población boba frente al padrino rico que aparece por estas fechas repartiendo regalos más comprados que sentidos. Pero la práctica de la felicidad a realazos no sólo se volvió una cansona rutina, sino que en el mar de miseria que nos rodea, el intento de reeditarla es un ardid impúdico y grotesco.
La insensatez tiene curiosas formas de presentarse. Este diciembre, que el gobierno adelantó para noviembre, que puso a funcionar lo más retorcido de sus neuronas publicitarias, que pretendió sobornar la alegría, ha mostrado su cara más horrenda. Estas navidades serán recordadas como las más tristes de nuestra historia. Por primera vez se hará realidad ante nuestros ojos, o incluso seremos protagonistas, de todos esos cuentos tristes que se cuentan en Navidad y que la tradición cristiana inventó para sensibilizar a quienes no padecían de hambre o de frío.
En esta Navidad venezolana, 82% de sus familias se acurrucarán en su pobreza para no sentir tanta tristeza. Quizás el regalo de Noche Buena sea que tengamos menos historias de niños que reciben reprimendas a cambio de su hambre. Tal vez las balas paren de cursar las esquinas de los barrios gracias a una población que ya no tiene nada que valga la pena robar. Hasta puede que incluso el gobierno se calle, cesen sus histéricos aplausos, y así en silencio, puedan escuchar el lamento que provocan en los otros. La Navidad también evoca milagros.
Todos y cada uno de los venezolanos tiene una buena razón para desear que este gobierno termine. Todas y cada una de ellas se multiplican en Navidad. Nunca habíamos tenido a tantos familiares y amigos lejos del país, y a cambio tener a la miseria tan cercana y a la desgracia tan próxima. Todo lo que se festeja en este mes es sencillamente imposible de celebrar. Por más que lo decreten, que nos lo impongan o lo repitan hasta las nauseas. Es simple, no es posible. En Venezuela este año la Navidad es un fallido.
Pero aun cuando todo lo anterior es cierto y no existe una sola conspiración, de esas que invoca el gobierno para tratar de salvarse de tanta irresponsabilidad, que pueda explicar nuestra abultada tragedia navideña, hay que resaltar que precisamente en estas fechas, justamente en estos tiempos, es cuando la adversidad nos demuestra cual es el sentido del nacimiento de Niño Jesús. La Navidad, para los descorazonados y cansados de tanto mal, debe ser el impulso para recuperar la esperanza.
El nacimiento de Dios debe ser para los venezolanos la convicción de una nueva esperanza, la renovación de creer en nosotros mismos, de volver a luchar para que el cambio sea posible. La Navidad para la inmensa mayoría de los venezolanos tiene que ser reconquistar la esperanza y convencernos de que la maldad y el egoísmo de unos pocos por permanecer en el poder no será el destino ni del país ni del pueblo. Este debe ser el mensaje para la Navidad en Venezuela. La esperanza del cambio construido, ese que es difícil, porque no es ni regalado y ni pedido.
Deseémoslo de todo corazón: ¡Feliz Navidad! La que hoy nos recuerda la esperanza de poder cambiar.
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