Por: Fernando Rodríguez
Entrevista Tomada del El Estímulo
La cosa era hacerle una entrevista pero lo veo muy cansado, a ratos duerme unos minutos. No ha mucho estuvo una semana en terapia intensiva. Decido no hacerla y dejar que corra naturalmente lo que también es una visita, me acompañan Víctor Hugo, Mayita y Rafael, todos de su entorno afectivo y político más permanente, desde los tiempos del Partido Comunista de Venezuela (PCV), hace más de medio siglo. Y para sustituirla intento mezclar algunas impresiones de esa tarde con recuerdos sueltos que la libe asociación me ha venido trayendo para hacer un perfil sin aspiraciones biográficas u otras.
Sus muchos malestares físicos no le impiden, como siempre, su alegría por tener amigos cerca y lo dice con énfasis. Le cuesta mucho oír y habla poco pero todo lo que dices es penetrante, informado y no exento del humor que siempre ha llevado consigo. Nos dice que ha perdido capacidad visual con la última crisis pero sigue leyendo o le leen. Dicta sus artículos a su hijo Iván. Y yo pienso que es un milagro de la naturaleza que a pesar de todas sus limitaciones, a sus 93 años, tenga su generosa y cálida afectividad a flor de piel, su vida intelectual sin cese y sus ganas de pelear intactas.
Como si las lesiones de su cuerpo no tocaran su espíritu. “Ustedes no saben lo que es abrir los ojos y comenzar a darse cuenta que uno está en una terapia intensiva sin siquiera saber la razón. Yo pensé que a lo mejor me iba pero recordé que teníamos esta cita y no los iba a embarcar. Así que me entendí con San Pedro. De todos modos ustedes saben que yo no me voy a ir sino en democracia plena, cuando se vayan estos malandros”.
Todos coincidimos en que las cosas están muy enredadas. Pero el asegura que esto está tan podrido que no puede aguantar mucho. Siempre ha sostenido que las transiciones son imprevisibles y su mayor ejemplo es el 23 de enero del 58 donde fue protagonista de primera línea. Santos Yorme (el alias de Pompeyo), era el secretario general del PCV detrás del cual estuvieron todas las policías del país durante todos los años de dictadura y nunca dieron con él. Unos meses antes, suele decir, nadie imaginaba siquiera lo que iba a pasar y cómo iba a pasar. Como en España en que un rey y el histórico secretario general del Partido Comunista fueron factores vitales para que ésta comenzara su camino hacia la democracia y el bienestar. O la Chile de Pinochet. Y pare de contar. De manera que por algún lado viene la historia indetenible. Eso no se lo quita nadie de la mente.
Rafael que le ha escudriñado todos los libros que tiene en su mesita, al alcance de la mano, decide que tiene que prestarle el último libro de Moisés Naim. Pompeyo le dice que no, que lo va a leer. Rafael le insiste que se lo trae en unos días mientras él termina el anterior de Naim, el del poder. Empieza una disputa. Rafael le dice que no lo quiere prestar porque es famoso por no devolver libros y cree que todo el mundo es igual. Pompeyo no cede. Pero de paso dice “que el que no pide libros prestados es un pendejo y el que lo devuelve es doblemente pendejo”. Por fin Pompeyo gana, se queda con su libro. Y el tema recae sobre su insólita velocidad de lectura, que hacía proezas en la cárcel. Mientras Rafael se leía un libro de regular tamaño él se devoraba dos tomazos. Pero hay coincidencia en su mala maña de no devolver libros.
Coleccionista de bolígrafos
Y yo aludo a su afición a robarse bolígrafos, de los cuales tenía montones. Rafael anota que compartía y competía esa cleptomanía con Eloy Torres. A mí me enseñó una vez, creo que fue en la Coordinadora Democrática, su técnica preferida para aumentar su colección: ponía un periódico sobre el ejemplar que había quedado a la deriva en la seguramente fogosa reunión y luego lo recogía con la cacería adentro. Recuerdo que por esa época iban señorones, empresarios, a esas citas y entonces las piezas resultaban de la mejor calidad. Vi más de una vez a un tipo muy pomposamente encorbatado preguntando por una pluma que había dejado por ahí. Claro, nadie podía pensar siquiera que ese sabio y legendario anciano fuese capaz de semejante transgresión.
A veces uno teme estas regulares visitas porque apena ver tan golpeado a alguien que se quiere tanto. Y se admira tanto. No solo yo, es una especie de santo laico para muchos. Pero no, él tiene el suficiente aplomo para que uno se dé cuenta que no lo ha vencido la cruel enfermedad y la tristeza se diluye. “Tengo cuatro años sin caminar”, apunta en un momento pero sin asomo de lloriqueo o inculpación al destino o a los dioses. Es así y así hay que enfrentarlo. Amor fati, a los hechos, cualesquiera que estos fuesen, distingue a los mejores espíritus decía Nietzsche. Por fortuna tiene una mujer ejemplar, llena de energía y de amor dedicada a cuidarlo. Y una familia no menos estupenda que lo rodea. Y amigos viejos y nuevos por cantidades. Se ha hecho una especie de ícono que hay que visitar como si fuese una peregrinación a un santuario histórico.
Total que a pesar de todo, de su larga enfermedad y los altos costos de algunos tratamientos las cosas han salido bien y su vejez es muy decorosa y afable. Su mujer, sus hijos, nietos y bisnietos, sus amigos, algún mecenas bondadoso han logrado parapetear tanto problema. Digo esto porque tengo en la memoria una frase que me dijo una vez que estaba pasando turbulencias económicas, muy frecuentes, que me movió: “se me olvidó, no dejé tiempo, para hacer alguna plata para la vejez como lo hicieron casi todos mis compañeros, hasta los más radicales”. Creo que eso retrata un buen pedazo de su personalidad.
La generosidad
Y eso de los amigos otra. Pompeyo es muy querido y quiere mucho. Tiene pocos enemigos personales a pesar de haber sido actor principal de muchos de los hechos más fogosos de la historia del país en los últimos setenta y tantos años, comenzó su militancia y los carcelazos siendo un adolescente.
A mí me toco la dicha de coordinar la publicación de sus obras escogidas que se hicieron para celebrar sus ochenta años. E hicimos, él puso el contenido y yo algo de prosa, una pequeña biografía. Y si algo me sorprendía en esas páginas eran grandes amistades con personas no sólo alejadas sino muy contrarias a su pensar y actuar. Por ejemplo hay palabras muy lisonjeras para Edecio La Riva que siempre pasó por ser uno de los más belicosos anticomunistas. Ante mi sorpresa me contó lo siguiente: en época ya avanzada de la guerra fría La Riva dio un discurso implacable contra los comunistas en el Congreso.
Pompeyo le contestó que todo el mundo cambiaba y Kissinger se las arreglaba con los chinos y los americanos y los rusos comerciaban cada vez más ampliamente y La Riva seguía siendo un macartista de los años cincuenta, no cambiaba un ápice. Este le grito desde su curul: ¡Cómo no voy a haber cambiado, si antes te quería fusilar y ahora te quiero tanto que me provoca darte un beso! Y así con mucho otros con quien le tocó compartir tareas parlamentarias u otras, así fuesen adecos y copeyanos de pura cepa.
En un cumpleaños, valga otro cuento, Virginia Betancourt le regaló una hermosa caja de madera labrada que era uno de los objetos preferidos de Rómulo, lo había acompañado decenios en sus escritorios. Me lo dijo a mí y que el objetivo era que cuando se encontraran en el otro mundo se contentaran. Yo le fui infidente y le conté a Pompeyo la procedencia y el objetivo del regalo. Me dijo que era un gesto estupendo, pero que ya eso había tenido lugar.
Por azar se encontraron una vez, ya terminada la lucha armada y Betancourt se le acercó y le dijo: “tú no pensaste nunca, imagino, que yo me iba a dejar tumbar por ustedes”, así no más. Pompeyo le dijo no, “por eso cogimos las armas”, argumentó. Y se dieron un apretón de manos. O Carlos Andrés siempre que viajaba quería llevarlo en representación del MAS. Su partido reclamó señalando que lo correcto era llevar cada vez al dirigente más cercano al asunto principal del viaje, como era costumbre. CAP los mandó al diablo, al le gustaba viajar con Pompeyo por su insuperable conversa sobre historia vivida. En esta Venezuela del odio y la polarización esto suena tan lejano y tan hermoso
Aprender y enseñar
Nos pregunta a todos por lo que hacemos. Se ha leído todo lo que hemos escrito y lo comenta. Quiere que Víctor Hugo le hable de su libro sobre el parlamento nacional. A mí me dice que en el último artículo andaba como muy arrecho. Y pregunta quién fue el que dijo que Venezuela es como un cuero seco porque tiene un enredo con los Guzmán y lo quiere meter en su próximo escrito. Por fin Rafael le aclara que es del presidente Guzmán Blanco. Pompeyo lee de todo. El otro día andaba con unos diálogos de Platón que le parecían extraordinarios. Y quería que le prestara otros. Además que le recomendó a Teodoro el libro Sobre la vejez de Cicerón que podía ayudarlo. Y uno de los dos o tres lemas de su vida, creo que se lo suministró su abuela es “arrímese a los que saben” . Y ha andado con escritores, historiadores, economistas…y en cada lugar que le ha tocado ocupar –-dirigente, periodista, parlamentario, ministro…- ha dejado diversos registros escritos, indagaciones, proyectos, balances. Lo que hace que su obra sea gigantesca.
Cuando hicimos las obras selectas tuvimos que entrarle a esa selva de escritos. Calculamos, para empezar, unos cuatro mil artículos. Historia que comienza con el periódico Tribuna Popular que durante mucho tiempo prácticamente la hacían Gustavo Machado y él y algún jovenzuelo que reclutaban, entre ellos Teodoro un buen rato. Recuerdo una tarde en que comenzamos a trabajar en la Biblioteca Nacional y nos sacaron los ejemplares de Tribuna Popular de los años cuarenta. Tengo que decir que a mí me parecieron apasionantes. Prácticamente no había noticias nacionales, por supuesto porque no había reporteros. Sí cantidades de cables que venían del mundo comunista. Cosecha record de los obreros georgianos. El Partido Comunista celebra el día de la mujer revolucionaria. Stalin pasa revista al ejército en Leningrado. Y así. Bueno y los artículos de los heroicos periodistas.
Había un gran titular que me llamó la atención: Huelga general de barberos en Caracas.
–Pompeyo, ¿Cuántos barberos había en Caracas en los años cuarenta?
–Unos dieciséis o diecisiete.
-¿Eso merece un primer titular?
- Era el único sindicato en que ganábamos, por unos exilados españoles republicanos. Cuando Pompeyo empezó a leerse más de cincuenta años después estaba gozoso y sorprendido. Pasó toda la tarde explicándome los intríngulis de uno de los artículos. Al final yo solo le dije son cinco mil para sacar unos cincuenta y a este ritmo… Hubo que hacerlo. Por cierto que se borraron sigilosamente algunos deliciosos que yo había escogido en que se alababa al Padre de los pueblos, Stalin nos salvará por ejemplo, después de cierta polémica. Fue una aventura fantástica.
Mayita lo acaricia antes de irnos y el recibe con deleite y sensualidad esos remilgos de la bella de siempre. Rafael sigue peleando por lo del libro y lo amenaza con allanarle la biblioteca donde deben haber muchos libros suyos.
-Adiós Pompe. –Vuelvan pronto.
- Claro que sí.
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