¿Qué vaina es esta?
Raul Fuentes
El Nacional
Con similar pregunta al encabezado de hoy tituló Teodoro Petkoff un memorable editorial publicado el último jueves de septiembre de 1999 en la primera página de El Mundo, vespertino entonces dirigido por él. Apuntando a la deriva autoritaria del flamante paracaidista presidente —investido un año antes, gracias a la alternancia inherente a la democracia repudiada con su frustrados golpe y magnicidio del 4 de febrero de 1992, fechas infames donde las haya—, y especialmente a la militarización de la gestión pública, el exministro de Cordiplan censuraba el desequilibrio entre los aumentos salariales concedidos a los miembros de la Fuerza Armada y los dispensados al funcionariado civil (3 a 1, a favor de los uniformados); con un galimatías en clave cantinflérica, el aspirante a la comandancia perpetua, encadenado a la red televisual y mostrando la primera plana del periódico de La Trilla, le sacó la culata al tema y aseveró cándidamente: «No me atrevo a leer esto por respeto, pero la respuesta mental a este titular es el mismo titular». Del ridículo conato de desmentido se pasó a la indebida presión de Luis Miquilena y José Vicente Rangel sobre los propietarios del medio, en nombre del ofendido neorredentor, ¡Jesús con tú! y, consecuentemente, al cese de Petkoff en la conducción de El Mundo. Para fortuna del periodismo nacional, pues, ello hizo posible la aparición de Tal Cual. Pero esto es harina de otro costal.
¿Qué vaina es esta?, me pregunté, remedando inconscientemente a Teodoro, cuando leí lo acordado en el tercer round del pugilato de salón con arbitraje vikingo, escenificado en México a mayor gloria de Andrés Manuel López Obrador; sí, ¿qué vaina es esta?, repetí, acaso por no entender un carajo o porque, a falta de resultados sustantivos, la esgrima verbal terminó tablas y los combatientes se limitaron a hilvanar, pensando en la galería, un rosario de frases cohetes de escasa o nula significación: «Las delegaciones coincidieron en la necesidad de asegurar un enfoque de género en el desarrollo del diálogo y en los acuerdos a los que se llegue […] También prosiguieron en la identificación de mecanismos de consulta con actores políticos y sociales que sean lo más incluyentes posible […] se acordó, además, realizar varias sesiones de consulta con actores políticos y sociales, tanto nacionales como internacionales, para que cuanto antes se constituya un eficiente mecanismo de consulta y participación que se instale de manera incluyente». ¡Hágame usted el favor!
A menos de dos meses de las elecciones pautadas con ventajismo sobradamente rojo para el 21 de noviembre, estoy convencido de que la fulana negociación en suelo azteca apenas se sostiene gracias, principalmente, al mosqueo internacional y a la resistencia y tenacidad de la Plataforma Unitaria. El régimen de facto ha provocado en demasía a la delegación opositora y le ha faltado el respeto sistemáticamente, pero ella sigue bajo ’e la matica, verano con ella y ella verdecita. Como debe ser. De lo contrario, la soga reventará por lo más delgado y los dedos acusadores apuntarán a Guaidó, Duque o cualquier otro de los pagapeos habituales del repertorio madurista. La verdad, ya cansa el retintín socialista. Llegado a este punto, y ante la inminencia del caos concitado con la reconversión monetaria, consideré pertinente plagiarme de nuevo y repetir aquí fragmentos de un discurso inconcluso, diciéndole, adiós, good bye, au revoir, arrivederci, auf wiedersehen al mes de las reparaciones y vuelta al colegio.
Llega septiembre a su fin y, tal sucede todos los días, algo ―un natalicio o un fallecimiento, una victoria o una derrota, una ceremonia religiosa o una fiesta nacional― fue exaltado o lamentado. Probablemente el jueves, día destinado a componer mis divagaciones del domingo, con la guía ultraterrena del glorioso e inmarcesible comandante cósmico (o cómico) y el apoyo de los comités locales de abastecimiento y producción (CLAP), alguna cofradía veladora de la memoria histórica nacional, la Sociedad Glorias Patrias de San José de Toletico, por ejemplo, festejen en acto solemne y con los ditirambos habituales, un año más de la batalla de Bárbula (1813) y la victoria de las tropas emancipadoras ―sin mencionar, dada su nacionalidad, al coronel neogranadino Atanasio Girardot, muerto en combate con la bandera republicana en alto, de acuerdo con el pincel de Cristóbal Rojas ―sobre las tropas de Domingo Monteverde. No sé si aún se estile homenajear con espirituosas, ¿lujuriosas?, veladas a las secretarias, esas incansables asistentes buenas para todo sin cuya presencia las oficinas serían insufribles. Probablemente la pandemia sea excusa perfecta para ahorrarse los cobres del brindis, el almuerzo y el cotillón de rigor. Desconozco el origen de la non sancta tradición, aunque alguien lo asoció, no sé si en broma o en serio, con lo acontecido la noche del 30 de septiembre de 1888 cuando el jamás identificado Jack the Ripper (Jack el Destripador), con quirúrgica precisión, descuartizó, en la vecindad londinense de Whitechapel, a Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, tercera y cuarta víctimas de su brutal y mortal serie de asesinatos, alimento noticioso de la prensa amarillista, empeñada en relacionar a un miembro de la familia real con los sangrientos crímenes. Su identidad es enigma recurrente en la literatura y el cine de misterios.
Seguramente nos excedimos prodigando al pasado más palabras de las debidas: este, a juicio de Guillermo Cabrera Infante, «es una forma de locura»; y el futuro, comparto su parecer, «amenazador o ficticio». Desde este punto de vista debemos ser cuidadosos con la actualidad y no alianarla a dulces o amargos recuerdos de pretéritas alegrías, ni contaminarlo con inquietantes presagios: nuestro ahora es un barco chino ―honremos aquí con un calambur, bar cochino, al entrañable Bustrófedon de Tres Tristes Tigres―, tácito reconocimiento de las penurias y carencias ocultadas, negadas o soslayadas por Maduro, mientras sus gonfalonieros mostraban en la capital mexicana carteles con el rostro de Alex Saab y ensalzaban sus invalorables servicios a la causa bolivariana.
El jueves último se cumplieron 16 años (30/09/2005) de la aparición, en el periódico danés Jyllands-Posten de unas caricaturas de Mahoma que indignaron a imanes y ayatolás radicales. La fanática reacción islámica motivó al Center for Inquiry, ONG norteamericana dedicada a «promover la ciencia, la razón y la libertad de investigación», a instaurar, en la fecha aniversaria de aquella publicación, el Día internacional del Derecho a la Blasfemia, a objeto de protestar, a nivel planetario, contra la intolerancia religiosa. No es bien visto denostar de los muertos, mas, si el chavismo sigue procurando convertir el culto a la personalidad del mesías de Sabaneta en religión, es casi obligación ciudadana imprecar, maldecir y echar pestes al responsable de todas nuestras angustias y quebrantos. Quienes nos legaron la lengua castellana blasfeman a placer y es normal escucharles cagándose en Dios y su madre, en la hostia, las tres divinas personas, las once mil vírgenes, si las hubo, en los escarpines del Niño Jesús, en todos los santos y paremos de contar; blasfememos, sí, pero en silencio y regresemos al lugar y tiempo pertenecientes a quienes no claudican ante la ofensiva patrio carnetizada de la pandilla dictatorial y se resisten a la postración, explorando, con vivificado entusiasmo, nuevos caminos en busca de la unidad perdida.
Y cuando ya dábamos por concluidas esta miscelánea crónica, supimos que el índice de pobreza total en Venezuela se ubicó en 94,2%, según la Encuesta de Condiciones de Vida 2021 — Encovi—, desarrollada por la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello. Ante la atroz revelación, surge otra inevitable pregunta: ¿no está bueno ya de decir basta a las usurpaciones, a los simulacros electorales, a los chantajes alimentarios, a la criminalización de la opinión, al destierro, a la tortura, sin pasar de la retórica a la acción? Sin una estrategia concertante de la oposición, las sanciones impuestas desde el exterior no favorecen la salida de Maduro. Al contrario, lo atornillan al poder con las tuercas del continuismo. ¿Apostaremos otra vez en la amañada ruleta electoral con la excusa de no ceder espacios al enemigo? Este no los necesita. Al contrario, los concede buscando legitimarse. Maduro demostró no saber cómo sacar al país del abismo; sin embargo, exigir su renuncia equivale a pedir peras al olmo. Debemos echarle. Por las malas. ¿Habrá violencia? Sí, porque, tal como pintan las cosas, no pareciera haber en la chavificada FANB oficiales con vocación libertaria, capaces de cumplir con su deber y quitarle no el cascabel, sino las botas al gato o, ¡ay Bustrófedon!, la toga a la bosta. Y aquí el lector preguntará: ¿qué vaina es está?
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