domingo, 30 de septiembre de 2018

CONCERTADAMENTE

ELSA CARDOZO

EL NACIONAL

La crisis venezolana no deja de extender su sombra internacional por la gravedad y el desbordamiento de la emergencia humana, la escala de la destrucción material y la aceleración de la desfiguración institucional. A lo largo de este año, y particularmente en su segunda mitad, se han producido importantes iniciativas que no solo recogen la gravedad del diagnóstico, sino la disposición de gobiernos y organizaciones, internacionales y no gubernamentales, para advertir sobre la magnitud de las causas, sus efectos y consecuencias, así como para concertarse en la atención de las dimensiones de la crisis, en lo humano, material e institucional.
Entre los informes difundidos este año que más integralmente han diagnosticado y documentado la profundidad de la emergencia se encuentran los de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Situación de Derechos Humanos en Venezuela), la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Violaciones de los derechos humanos en la República Bolivariana de Venezuela: una espiral que no parece tener fin), la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (Informe del panel de expertos internacionales independientes sobre la posible comisión de delitos de lesa humanidad en Venezuela), y las organizaciones Human Rights Watch (Informe 2018: Venezuela. Eventos de 2017) y Amnistía Internacional (Esto no es vida. Seguridad ciudadana y derecho a la vida en Venezuela).
Junto a esta significativa muestra de documentos en los que se trata una de las dimensiones más reveladoras de la gravedad de la situación de Venezuela, se han producido iniciativas conjuntas en busca de respuestas internacionales que contribuyan al encuentro de soluciones para y por los venezolanos. En ese sentido, se ha evidenciado la necesidad y, cada vez más, la exigencia de concertación de posiciones y propuestas: hacia y dentro de Venezuela.
Es lo que, en el ámbito regional, se ha venido manifestando de modo crecientemente coordinado. Así se manifestó en la reunión de Quito sobre el tema de la voluminosa migración forzada de venezolanos en situación de extrema vulnerabilidad (Declaración de Quito sobre movilidad humana de venezolanos en la región). Allí trece gobiernos exploraron soluciones conjuntas y manifestaron su voluntad de acordar iniciativas así como de procurar apoyo de las Naciones Unidas, con especial mención de la Organización Internacional para las Migraciones. Con ese marco de referencia prosperó la solicitud del gobierno de Colombia que resultó en la designación del guatemalteco Eduardo Stein como representante especial para la crisis de refugiados y migrantes venezolanos, así como las de obtención de fondos internacionales para la atención de la emergencia. Lo cierto es que resulta políticamente más urgente y a la vez menos complejo concertarse para lidiar con los efectos y consecuencias de la situación venezolana que lo de ponerse de acuerdo en iniciativas que contribuyan a que los venezolanos reconstruyan pacífica y democráticamente condiciones de vida digna y próspera.
Con todo, para esto último la coordinación regional de posiciones se ha ido fortaleciendo desde la creación del Grupo de Lima. Países de este conjunto van dejando su impronta en la atención al caso venezolano. A las declaraciones que, con mucha claridad, sin irrespetos y con explícitas demandas han respondido ante el agravamiento de la situación desde agosto de 2017, se añade ahora con las firmas de Colombia, Argentina, Perú, Chile y Paraguay, más Canadá, la solicitud de investigación por presuntos crímenes de lesa humanidad a la fiscal de la Corte Penal Internacional (Carta de los presidentes Macri, Piñera, Duque, Vizcarra, Abdo Benítez y el primer ministro Trudeau a la fiscal de la Corte Penal Internacional). Esa carta amplía el examen preliminar en marcha desde febrero pasado al sustentarse no solo en el informe del panel de expertos patrocinado por la Secretaría General de la OEA, sino en los del alto comisionado de la ONU y la Comisión Interamericana, todos recién citados. Paralelamente, fue aprobado en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas un proyecto de resolución, también promovido por el Grupo de Lima y presentado por 42 países (Promoción y protección de los derechos humanos en la República Bolivariana de Venezuela), para el que lograron los votos favorables: se trata de la primera resolución sobre la situación venezolana, que no solo “acoge con beneplácito” el informe del alto comisionado, aquí ya referido, e insta al gobierno venezolano a que permita la entrada de asistencia humanitaria y coopere con el Consejo; también requiere de la recién juramentada alta comisionada, Michele Bachelet, mantener el seguimiento y la búsqueda de información exhaustiva y actualizada sobre la situación venezolana para informarlo y ser considerado en ese Consejo, lo que la ex presidente chilena ha asumido como mandato.
En suma, para dar sentido adicional al apretado recuento de recientes pistas significativas parecen pertinentes dos notas finales que conciernen especialmente al vecindario cercano, al Grupo de Lima y a su atinada decisión de actuar en el marco de las Naciones Unidas. Por una parte, cada vez son más visibles las señales de que no hay modo de separar las causas de la crisis venezolana de los efectos que se sienten y constatan con creciente intensidad dentro y fuera del país, tampoco de las consecuencias que pueden provocar la desatención y la errada atención internacional (incluidas la de forzar diálogos sin garantías). Por otra parte, y casi en consecuencia, coordinar diversidad de iniciativas (de presión, sanción y persuasivas) mientras se amplía su espectro geográfico y estratégico es esencial para no perder de vista que las dimensiones humanas, materiales e institucionales de la recuperación de Venezuela también son inseparables.
elsacardozo@gmail.com
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BARAJITA REPETIDA

LUIS VICENTE LEÓN 

Hemos analizado los intentos del gobierno para desarrollar una estrategia de abordaje a la crisis económica ocasionada por su propio modelo intervencionista. 

Separamos el análisis teórico de los anuncios de apertura cambiaria, anclaje monetario, disciplina fiscal, ajuste de precios de gasolina y flexibilización del sector petrolero, todos ellos en dirección correcta; del análisis de implementación de esos anuncios, que incluye intentos de manipulación cambiaria a través de una “subasta” controlada, la contradicción entre populismo y disciplina fiscal, el falso anclaje de la moneda y los salarios al precio internacional del petróleo, la pobre implementación de incrementos de precios de bienes públicos y la más decepcionante de las estrategias, el anuncio de apertura de mercado y precios, mezclado con un mecanismo de precios “acordados” que terminan siendo tan “negociados” como un matrimonio obligado con pistola en nuca de novio. 

Es cierto que la nomenclatura de los anuncios es más liberal, pero su implementación no. Basta mencionar la estrategia hostil de encarcelar gerentes del sector comercial, para concluir que el aprendizaje del gobierno sobre el funcionamiento del mercado es nulo. 

Estamos viendo los resultados del intervencionismo: controles de precios que terminan en más inflación, restricciones a la moneda que generan más devaluación, encarcelamiento de carniceros que acaba con la oferta de carne, de panaderos con el pan, de abasteros con el abastecimiento y de farmaceutas con las medicinas. 

El resultado de la persecución al último eslabón de las cadenas comerciales sólo incrementa el problema de desabastecimiento y precios. En efecto, la amenaza genera miedo en los empresarios, pero la consecuencia no es estabilidad de precios ni el restablecimiento de la producción sino la explosión del desabastecimiento y el fortalecimiento del mercado negro. 

Los comerciantes han tenido ya varios episodios de liquidación compulsiva de mercancías y ya se aplicó en el pasado la estrategia de chantaje penal, apresando dueños, ejecutivos de alto nivel y ahora gerentes y empleados. La respuesta evidente a ese miedo ha sido reducir sus compras al mínimo requerido por debajo de la oferta disponible de bienes en el mercado y de la demanda de bienes por parte de los consumidores. Se genera con esto una ruptura en la cadena de comercialización, que afecta más el desabastecimiento de mercancías al consumidor final, complica los sistemas de distribución, altera el flujo de producción del sector industrial e importador, genera acumulaciones indeseadas de inventarios aguas arriba en la cadena y eleva los costos, reforzando la inflación. 

¿Qué hacer? El gobierno reconoció recientemente que todos los modelos productivos que ha aplicado han fracasado y el Presidente asumió la responsabilidad de ese fracaso en cadena nacional. Quizás entonces es el momento adecuado para seguir las recomendaciones alternativas que han hecho la mayoría de los economistas nacionales, rara vez todos de acuerdo: abrir de verdad el mercado, sin presiones, ni chantajes, ni controles maquillados; comprometerse a una real disciplina fiscal, provocar acuerdos productivos con el sector privado y restablecer las cadenas de comercialización, permitir la libre convertibilidad cambiaria, restablecer la autonomía institucional y buscar apoyo internacional para ayudar a la población mas afectada. ¿Es una barajita repetida? Claro, porque esto es lo que dijimos hace 30 años, 20 años, 10 años, 5 años, hoy… y si no lo hacen, igual habrá que hacerlo mañana, pero siempre en peores condiciones y con mayores costos para el país y para el gobierno en funciones.

luisvleon@gmail.com

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FISIOLOGÍA DE LA DEVASTACIÓN 
 
 
CARLOS RAUL HERNANDEZ
 
A nuestras generaciones, como a otras del pasado, nos correspondió enfrentar, sufrir y observar los movimientos revolucionarios y populistas, cuya versión más reciente es el socialismo del siglo XXI. La esencia de tales fenómenos es la movilización pasional, irracional, mítica, que exaspera el vínculo odio-amor-envidia que subyace en toda sociedad, para desmembrarla, romper la “cohesión social” que Chávez repudiaba. La erosionan, cultivan el resentimiento y la inquina entre grupos y finalmente liquidan la sociedad misma. Ricos-malos-y-pobres-buenos, profesionales-perversos-y-trabajadores-explotados, blancos-malos-y-morenos-buenos. 

El inquilino al que “explota” el dueño de la pensión y el que anda en el metro porque otro tiene carro. El dueño del abasto encarcelado porque “especula al pueblo” en medio de una hiperinflación y una fantasmal guerra económica de la oligarquía y países extranjeros para encubrir el despalillado de una inmensa riqueza. La política no es la búsqueda del poder por medios pacíficos y civilizados, sino la matchpolitik, el enfrentamiento. Lo terrible es que el modelo se filtra hasta los tuétanos de las fuerzas originalmente democráticas, que dejaron a un lado su noumeno propio para ser clon del monstruo. 

Se incrustan en asuntos tan sórdidos como la moral, el bien contra el mal, los decentes contra los vergonzosos, la fuerza contra el acuerdo, la calle contra el voto y demás dualidades funestas de principios que sustituyen el lenguaje, el razonamiento y la práctica democráticos. Vemos que la revolución entrampó y destruyó la sociedad en esa discrepancia maniquea y falsa, rechazada frontalmente en nuestra cultura desde San Agustín, y sus adversarios se autodestruyen en esa trágica operación, ser el nuevo chavismo de derecha que hace lo propio contra el “colaboracionismo”. 

Quemado en la hoguera
De allí la “dignidad”, “la verdadera oposición”, los republicanos puros con un arsenal de bombas de aire, generalidades, invocaciones a los principios, jergas vacías que ilustran su total incapacidad para la lucha, como han demostrado hasta el hartazgo. Incapaces de construir siquiera un rancho, se manejan como pez en el agua de la calumnia y el vandalismo emocional contra quien razona políticamente. Su única aptitud consiste en manejar las bajas pasiones, la división y el aborrecimiento. 

Son el nuevo peligro por su incapacidad para convivir con quien siquiera oiga otra música, y si les va bien sobrevivirían unos pocos meses en el poder (el 11 de abril aguantaron 72 horas apenas). Son buenos, como el chavismo, para manipular y despedazar, pero no saben ni poner un bombillo. Uno de los libros más importantes sobre la política, de tal dimensión como El Príncipe de Maquiavelo es la extraña y olvidada obra De los vínculos en general, de Giordano Bruno, escrito contra la Iglesia Católica y su poder espiritual sobre el mundo, antes del y en época del Renacimiento. 

 Todos pensamos que a Bruno, de los esenciales defensores del heliocentrismo, lo quemaron en la hoguera por negar que la tierra fuera el centro del universo, pero más que a eso se debió a su condición de mago, ocultista y detractor de la Iglesia. Es una de las obras que describe más perfectamente la manipulación de las masas a partir de utilizar sentimientos y valores colectivos. Para Bruno una de las propiedades del Mago es esa. Podría haber sido el manual del Chávez, López Obrador, Castro o Correa. Según él, hay que apuntar al eros, sustrato vulnerable y fundamental para manejar, manipular, a los humanos. 

La envidia es amor al revés
“La envidia es la expresión del amor a uno mismo, no soporta que otros sean iguales o superiores y se torna en odio. La indignación (moral) es amor por la virtud… el pudor es amor a la honestidad… y la ira (frente a esos elementos) es una forma negativa de amor… por eso los platónicos llaman al amor el gran demonio”. El dilema debe ser planteado “en términos de tragedia” (los actuales revolucionarios dividen en amigos y enemigos del pueblo o verdaderos opositores y traidores de la oposición) para que los frutos sean abundantes. El “cazador de almas” puede introducir sus trampas y “vínculos” a través de la “emoción y la fantasía”. No puede sentir piedad o pudor: 

“No hay nada que partiendo de los sentidos pueda llegar a la razón sin pasar por la fantasía”. “Procura no transformarte de operador en instrumento de los fantasmas”. El cazador debe ser frío, implacable, carecer de escrúpulos, mentir, calumniar sin el menor remordimiento. No existe la verdad “debes ser capaz de ordenar, corregir y disponer la fantasía, componerla según tu voluntad” (calumniar sin misericordia hasta a Teresa de Calcuta). “El operador creará todos los vínculos que quiera, la esperanza, la compasión, el miedo, el odio, la indignación, la paciencia, el desprecio por la vida, por la muerte, por la fortuna”. 

Para observadores externos es difícil explicarse la sobrevivencia de un gobierno que es posiblemente el peor que hubo en América Latina. Pero también es difícil dudar que se debe principalmente a que los fenómenos analizados por Giordano Bruno en tiempos tan remotos como 1588 cuando se publicó el libro, parecen haberse apoderado de la sangre de demasiados que sustituyeron la racionalidad, la sensatez y el sentido sabio en la política, por el odio y la manipulación como sentimientos predominantes. 

@CarlosRaulHer

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REGRESAR DE LA DERROTA
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
              JEAN MANINAT
 
Los perdedores se recobran en sus santuarios, se lamen las heridas y -desechando los favores de la autoayuda- se prometen que regresarán para recobrar lo perdido. Así ha sido desde que los griegos decidieron sacarle la mugre a los troyanos por el amor no correspondido de Helena hacia uno de sus jefes de menor prestancia guerrera; o en el caso de la compleja batalla por mantener a Rosalinda guarnecida en casa con sus corotos -a pesar de la displicencia machista de los dados- en las coplas del llano venezolano. Al fin y al cabo, solo se recobra lo perdido -valga la ligereza bolerística del argumento- si se le reconoce.

La oposición democrática venezolana olvidó -o perdió en el camino- que está obligada a encontrarse consigo misma, si quiere recobrar la pertinencia que alguna vez tuvo. Las diatribas entre copartidarios de un mismo esfuerzo podrían ser comprensibles entre ganadores, pero no entre perdedores; son saludos a banderas ajadas que ya poco dicen a las mayorías que se quiere conquistar. ¿Se pueden arriar las insignias? Probablemente no, hoy día, cuando cada quien pretende tener el mango bajito a su disposición. Pero es un ejercicio necesario.

La política y la capacidad de entenderse en medio de las diferencias, son hoy imprescindibles, o de lo contrario seguiremos siendo una anomalía: el país con una oposición tanto o más desprovista de raciocinio que el desastroso gobierno que quiere cambiar. No hay manera de que uno le explique a un observador internacional interesado por nuestro acontecer, el cómo es posible que la oposición democrática se haya desvanecido, en un acto de prestidigitación digno del mismísimo Houdini, precisamente cuando el país más la necesita.

En política -como en cualquier quehacer mundano- los desencuentros no son designios de las Moiras, el Karma, o cualquier otra coartada inventada por los humanos para escurrirle el bulto a su responsabilidad en la gerencia de sus asuntos. Son nudos, complejos o simples, que esconden en sus ataduras el secreto de su liberación. Nuestro denostado Pacto de Punto Fijo; la Concertación de Partidos Democráticos en Chile; o el Proceso de Paz en Centroamérica, son ejemplos -cada uno en su repercusión histórica- de que es posible sobreponerse a las diferencias si hay un objetivo mayor.

Ante la ausencia de una dirección política, amalgamada y sólida, surgen las respuestas improvisadas -plenas de buena fe, qué duda cabe- de quienes confunden voluntad y rabia con la realidad. El “voluntarismo”, que a tantos proyectos alternativos llevó a la tumba inútil de los buenos deseos y en paz descansan. Porque mire usted que hay que estar repletos de “buena voluntad” para llamar a un paro nacional como requisito sine qua non del cambio pretendido. Más aún, cuando la desconexión con el ánimo popular es tan notoria, por decir lo menos.

Cualquier aprendiz de sindicalista, lo primero que aprende es a respetar los recursos que tiene para defender sus intereses gremiales, y una huelga general -palabras mayores- no se decreta desde el Aula Magna de una institución universitaria, por venerable que sea. (Por cierto, puestos a escoger entre melodías contestatarias, hubiésemos preferido las notas de Bella Ciao, o La Internacional, bellos himnos a la lucha de los oprimidos. Pero son gustos de antaño totalmente baladíes y cada quien es libre de escuchar lo que le venga en gana).

Los partidos políticos venezolanos tienen que salir de su largo ensimismamiento, renovarse, asumir de nuevo su liderazgo, reconocer sus desvaríos, y recomenzar el camino de liderar el cambio. El asambleísmo redentor -aparte de la catarsis- solo nos llevará a nuevas y dolorosas decepciones. Es la hora de la política unitaria -siempre lo ha sido- como cuando se cosecharon derrotas, pero también triunfos importantes. La bravura no es buena consejera.

@jeanmaninat

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viernes, 28 de septiembre de 2018

Miedo




 









Eduardo Fernandez

Uno de los más prestigiosos periodistas norteamericanos Bob Woodward acaba de publicar un libro llamado “Fear” (Miedo) que está causando un gran revuelo en la opinión pública de aquel país.

Woodward es el periodista estrella del Washington Post y ha recibido dos veces el premio Pulitzer, una vez junto con Carl Bernstein por el seguimiento del caso Watergate que puso fin a la presidencia de Richard Nixon y el otro, en el año 2003, por la cobertura que le dio a los ataques terroristas del once de septiembre en las torres gemelas de Nueva York.

El libro que comentamos ahora tiene que ver con la gestión del Presidente Donald Trump. Con la autoridad que le confiere la experiencia de haber cubierto ocho gestiones presidenciales, desde Nixon hasta Obama, pasando por Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Regan, George Bush, Bill Clinton y George Bush Jr. Woodward aborda el análisis del gobierno Trump y de la manera que tiene de dirigir los asuntos públicos el nuevo presidente. Como se toman las decisiones en materia de política exterior y también como se deciden las políticas en relación con los asuntos domésticos.

En materia de política exterior el libro pone en evidencia las prioridades de la nueva administración. Le hace seguimiento al tema de la relación con Corea del Norte y la amenaza que representa esa nueva potencia nuclear. Aparecen Afganistán, Irán, el Medio Oriente, la OTAN (Organización del tratado del Atlántico Norte) China y Rusia. Analiza a fondo las prioridades de la agenda doméstica, particularmente las reformas impositivas y el tema del proteccionismo frente a la competencia de productos importados, los temas vinculados con la inmigración y la famosa muralla en la frontera con México. También los asuntos ecológicos y las obligaciones asumidas por los Estados Unidos como firmante de los acuerdos adoptados en Paris en la Cumbre mundial del medio ambiente.

Trump considera que las invasiones norteamericanas en Irak y en Afganistán ordenadas por el presidente George Bush, hijo, como el tratado de desarme con Irán suscrito por la administración Obama, como los acuerdos de Paris sobre el cambio climático, representan graves errores que deben ser corregidos.

Trump está obsesionado según Woodward con la necesidad de retirar las tropas norteamericanas de Irak y de Afganistán.

En el libro, que tiene más de cuatrocientos páginas, no se menciona a Venezuela sino una sola vez. En la página 109, hablando de Hezbollah dice que esta organización terrorista tiene agentes en Colombia, Venezuela, África del Sur, Mozambique y Kenia. Es la única mención que se hace de nuestro país en todo ese extenso análisis de los problemas que interesan a la Casa Blanca de Donald Trump.

Seguiremos conversando.

Eduardo Fernández
@EFernandezVE
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jueves, 27 de septiembre de 2018

Olvidémonos de la Unidad en la oposición: Pensemos en políticas de alianzas

GERVER TORRES

Durante bastante tiempo ya, la oposición ha estado batallando con el tema de la unidad. La unidad es demandada, muchas veces implorada, por militantes y gente común que quiere acabar con la tragedia que agobia a Venezuela. También lo exigen con frecuencia actores internacionales que desean ayudar a la recuperación de la democracia y la libertad en el país. A ratos el tema de la unidad, el cómo hacer, cómo lograrla, se ha vuelto más importante que todos los demás; tomando la forma del sine qua non para avanzar. Y, aun así, las fuerzas de oposición permanecen fraccionadas, dividas, acosadas por múltiples factores, tal vez viviendo uno de sus peores momentos en mucho tiempo. Algo que, por cierto, no deja de ser paradójico e inesperado: que la peor situación del país y del régimen, coincida también con el peor momento de la oposición.
¿Qué hacer?
Tal vez debamos cambiar nuestra aproximación al problema. Tal vez lo que debemos exigir no es que permanezcan unidos o se unan aquellos que no quieren o no tienen manera de lograrlo, sino mas bien, que definan políticas de alianzas, claras y precisas, que permitan avanzar en la lucha contra el régimen. Con la insistente e insatisfecha demanda de unidad, nos puede estar pasando lo que ocurre en esas situaciones en las que una pareja con niños pequeños, que tienen entre si una relación infernal y dañina para ellos mismos y toda su familia, se enfrenta a los ruegos y presiones de todos los demás para que permanezcan juntos. Sabemos que no pocas veces la mejor solución en esos casos es un divorcio decente y sensato, con el cual los personajes del caso mantienen las mejores relaciones posibles entre ellos. La estabilidad y el desarrollo emocional de niños que viven en medio de relaciones familiares toxicas, puede ser muy inferior al de que aquellos que viven en un régimen de padres separados, pero que han encontrado maneras civilizadas de llevar sus relaciones; que, si bien no están juntos, establecen una suerte de alianza para lograr los mejores objetivos para todos.
En el mundo de la política y de la guerra, hay abundantes ejemplos de alianzas muy exitosas. A pesar de considerarlo un enemigo peligroso y malévolo, Winston Churchill vio a Stalin a como un aliado, cuando se trató de enfrentar a Hitler. Y esa alianza formidable de fuerzas y países que estaban en posiciones muy contrapuestas, tuvieron éxito en derrotar militarmente el fascismo alemán. En Venezuela, también tenemos nuestras experiencias exitosas. Allí está el Pacto de Punto Fijo, firmado el 31 de octubre de 1958, unos meses después del derrocamiento de la dictadura de Marcos Perez Jiménez.  Este pacto, refrendado por los máximos líderes de los tres principales partidos políticos de esa época, Rómulo Betancourt (AD), Rafael Caldera (Copei) y Jóvito Villalba (URD), estableció un acuerdo para la transición democrática y un programa mínimo de gobierno que todos se comprometieron a apoyar independientemente de quien ganara las elecciones venideras. De ese pacto nació la Constitución de 1961, hasta ahora la de más larga duración en la historia política venezolana. Los partidos que firmaron ese pacto se mantuvieron como entidades independientes, compitiendo entre sí en diferentes procesos electorales.
No insistamos más en la unidad total, al menos por ahora y, en cambio, pidámosles a los dirigentes de los diferentes partidos y grupos de oposición que definan sus alianzas, aún las parciales; que está bien que mantengan su identidad y su autonomía, pero que le digan al país con quién, y cómo se van a articular, dentro de qué términos, detrás de cuáles objetivos.  Si con algunos actores la única alianza que se puede establecer es la de la denuncia continua del régimen, por sus crímenes y atropellos, estará bien, pues ese es un objetivo nada despreciable y ese será el alcance de esa alianza. Si con otros la alianza se plantea para la construcción de un centro político como lo plantea Roberto Casanova (Ofensiva Democrática) o puede avanzar aún más, para incluir la definición de formas de lucha y resistencia específicas, allí habrá un elemento de convergencia más crucial aún. Si con otros, el tema se remite a las tareas del día después de la salida del régimen, será ese entonces el espacio de encuentro y coalición.
La definición de políticas de alianzas permitirá una decantación más clara de posiciones y estrategias, y logrará que, cuando haya unidad, esta sea concreta y específica, para objetivos y fines determinados, y no una demanda o sueño etéreo que no nos deja avanzar.  No dejemos que el llamado, muy legitimo y comprensible, a la unidad, nos paralice. Demos el paso, al menos por ahora, de definir y poner en marcha las alianzas hoy posibles y absolutamente necesarias.
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PALIZA EN LA ONU


TRINO MARQUEZ
 
 
En las dos décadas de su existencia, nunca antes el régimen había sido tan vapuleado como en la Asamblea General de la ONU, que se reúne en New York. El gobierno de Nicolás Maduro ha recibido una verdadera felpa de los gobiernos democráticos de las Américas. Su soledad es patética y no será atenuada por la decisión, de última hora, de intervenir en la Asamblea. Maduro quedó para darles pena a los mandatarios de los países del continente (Trump incluso se mofó del coraje de ‘sus’ Fuerzas Armadas) y provocarles sentimientos de compasión con las víctimas que llevan veinte años padeciendo los rigores de unos gobernantes que combinan en perfecta sincronía la ineptitud con la corrupción.

         El esperado discurso de Donald Trump estuvo orientado en buena medida a denunciar la incompetencia del socialismo del siglo XXI y a pedir ayuda a las naciones del planeta para restablecer la democracia en Venezuela. Los presidentes de Argentina, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú intervinieron en la misma dirección. Lenin Moreno sugirió que el gobierno de Maduro es tan inepto que está sobrando. Aunque la invasión militar organizada por una alianza en la cual Estados Unidos y Colombia serían los protagonistas principales,   no parece factible por ahora, tampoco quedó descartada. La estrategia de ambas naciones parece ser mantenerla como amenaza creíble y factor de disuasión ante cualquier intento por parte de Maduro de agredir a Colombia.

Fuera del marco de la Conferencia, Mike Pence,

vicepresidente norteamericano, fue más explícito aún: ante una supuesta movilización de tropas venezolanas hacia la frontera neogranadina, el funcionario fue enfático al señalar que cualquier incursión en el territorio colombiano sería rechazada también por los estadounidenses con una contundencia que dejaría hecho polvo cósmico al ejército venezolano. Maduro debe de haber entendido el mensaje.

La opción en la que parecieran estar pensando los gringos, y también los colombianos, es que los militares venezolanos resuelvan la crisis nacional mediante un golpe de Estado. Según el gobernante norteamericano, esos mediocres oficiales no sirven para enfrentar a los aguerridos marines, pero sí se encuentran en condiciones de restablecer el hilo constitucional roto por el mandatario venezolano, e iniciar el proceso de transición hacia la recuperación de la democracia y de la nación en su conjunto.  Trump, entre líneas, sugirió que bastaría con un pronunciamiento en una rueda de prensa o un memorando dirigido por el Alto Mando al Presidente de la República, para que el gobierno se desplome. Así de fácil ve la resolución del conflicto. Trump sabe que el único soporte real del régimen se encuentra en el estamento militar. Todo lo demás (TSJ, constituyente, CNE…) forman parte del decorado. Maduro también lo sabe, de allí su pánico y su entrega incondicional a los encachuchados.

Lo ocurrido en la arena de la ONU fue solo parte de la tunda recibida por el gobierno. Hay que agregar el acuerdo de cinco países suramericanos más Canadá para llevar a Maduro a la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, las sanciones de la administración norteamericana contra algunas de las personas más cercanas al Presidente, incluida la primera combatiente, y la decisión de 93 naciones de votar a favor de incluir en la agenda de la Asamblea General, la discusión sobre activar el Principio de Responsabilidad de Proteger contra los abusos del gobierno de Venezuela.

Las baterías acorralan cada vez más al jefe de Estado y a su círculo más íntimo. Con la nueva legalidad internacional no es posible cometer continuos desmanes y pensar que los excesos  quedarán impunes. Maduro debería  asumir la nueva realidad.

Desde el punto de vista de la oposición, ¿cuáles consecuencias acarrea el aislamiento y el desprestigio del gobierno? Lamentablemente, muy pocas. La oposición, por su desmembramiento, no puede capitalizar la soledad y el descrédito internacional de Nicolás Maduro y su gente. La oposición no representa ningún peligro real para el régimen. No existe como interlocutor válido ante la comunidad internacional. No actúa como una fuerza capaz de darle  conducción endógena a las medidas de repudio y  rechazo a escala mundial contra el gobierno.

Para que la debilidad internacional del régimen se convierta en una fortaleza interna de los factores democráticos, estos tendrían que reagruparse  en torno de una plataforma organizativa y programática que permita la reconexión con los sectores populares. La oposición  tendría que proyectarse como un factor creíble de cambio democrático y como una fuerza capaz de provocar y conducir la recuperación nacional. Esa posibilidad no se vislumbra, aunque el acto del Frente Nacional Amplio en el Aula Magna abre de nuevo una esperanza.

Sobrellevamos una enorme crisis económica y social, contamos con el respaldo internacional. Falta construir esa columna interna que es la dirección política del cambio. Este es el reto que debemos asumir para comenzar a recuperar a Venezuela.

@trinomarquezc


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miércoles, 26 de septiembre de 2018

La maldad como categoría política


Humberto García Larralde


Confieso ser cobarde a la hora de encarar los horrores del régimen de Maduro. La imagen del niño de 12 años con menos de 11 kg. de peso que murió de inanición, la del joven Vallenilla fusilado a sangre fría por un miserable soldado cuando ejercía su derecho a la protesta pacífica, los relatos de torturas y tratos viles a estudiantes presos y tantos más, me aplastan. Trato de evitar los detalles de cada nuevo vejamen. Porque son demasiados, muchísimos. Ahora son los miles de compatriotas que, a diario, huyen del hambre a pie por carreteras de países hermanos, muchas veces con niños, pero siempre sin dinero.
Pero no hay escapatoria de tanto horror, por más que se intente evitar sus imágenes. La inevitable pregunta es, ¿Por qué someter al pueblo a tanto sufrimiento, por qué tanta maldad?
Uno está acostumbrado a ver al crimen y al atropello a los demás como una anomalía, como algo que transgrede la convivencia entre humanos y que, por tanto, la sociedad busca castigar. Pero cuando la maldad se convierte en sistema, escapa de nuestra comprensión. Lo que podía parecer una infantilidad, que el sufrimiento de los venezolanos se debe a gente malvada, se convierte en realidad palpable que clama por su análisis como categoría. Es menester entender que la maldad se manifiesta como resultado de decisiones y acciones de quienes tienen poder sobre los demás. No existe a priori ni ocurre por accidente. ¿En qué condiciones se convierte la maldad en elemento distintivo de un régimen?
Ofrezco tres dimensiones para abordar esta pregunta, de ninguna manera excluyentes entre sí. La primera, sicológica, apunta a traumas personales que se expresan en la forma de resentimientos, odios y sed de venganza que terminan siendo descargados a través de actos de maldad. Es el caso de los sociópatas y sicópatas. Valga la confesión impúdica de Delcy Rodríguez: “la revolución Bolivariana es nuestra venganza personal”. No siendo experto en el tema, no añado comentarios.
La defensa de privilegios basados en injusticias, atropellos y/o despojos que afectan a otros, representa otra dimensión de la maldad. Es la maldad del gánster –o del potentado– que estamos acostumbrados a ver en películas y series televisivas[1]. El capo y/o sus mafiosos descargan su maldad sobre quienes interfieran con sus fuentes (ilegales) de lucro y posición social, o amenacen con hacerlo. Sin duda que el régimen de expoliación en que se convirtió la Revolución Bolivariana está en la base de extendidas maldades cometidas contra los venezolanos. La negativa a rectificar políticas que claramente han provocado hambre y muerte se debe a que éstas –la intervención discrecional del estado, los controles, expropiaciones y las normas punitivas–, son fuente de riquezas para las mafias militares y civiles que hoy depredan al país. Que ello se exprese en una pavorosa hiperinflación que empobrece drásticamente a las mayorías, que hayan destruido la empresa petrolera y provocado el colapso de servicios públicos básicos, causando gran malestar a la población, les rueda: ¡“El show –el saqueo—debe continuar”! Y como en todo saqueo lo que amasan unos es necesariamente en detrimento de otro(s), es menester someter como sea a quien se interponga. Los asesinatos cometidos por militares en la región minera de Guayana, en barrios populares con robo frecuente de enseres de la vivienda de la víctima, las confiscaciones de transportistas en aduanas o fronteras, y de negocios de todo tipo, son actos de maldad de este orden. Tales crímenes por parte de la fuerza pública revelaban antes grietas en el Estado de Derecho. Hoy se han convertido en sistema, amparado en la desaparición de todo contrapoder de supervisión y denuncia. Diosdado y El Aissami son figuras emblemáticas de ese sistema.
Por último, están las construcciones ideológicas, maniqueas, del fascismo, que “legitiman” toda acción requerida para aplastar a quienes amenazan las “conquistas” del pueblo. “Verdades” reveladas por la mitología, la Historia (con mayúscula) o por dogmas religiosos cerrados, presagian destinos providenciales que motivan la acción a su favor de sectas diversas. “El fin justifica los medios”. No hay freno moral, ético o, mucho menos, legal, que debe interponerse a su consecución. Más bien, la ética y la moral se determinan a partir de su funcionalidad para con el fin trascendental. Se disuelve toda referencia entre bien y mal, entre lo que es correcto y lo que es incorrecto, que no derive de aquél[2]. Por eso a la moral “revolucionaria” le hace cosquillas la observación de derechos humanos consagrados en la Declaración Universal de las NN.UU., en las legislaturas de la mayoría de los países y en los estatutos de tantas organizaciones internacionales, a pesar de constituir quizás la conquista más importante de la humanidad. Se le atribuye a Stalin haber afirmado que la muerte de un individuo es una tragedia, la de miles, una mera estadística. Las fuerzas inexorables de la Historia no se sujetan a pequeñeces.
Pero los que comandan el régimen de expoliación venezolano no necesitan creer realmente las sandeces que profieren para cometer sus maldades. Éstas cumplen dos propósitos: alimentan el odio y el espíritu de secta de sus seguidores, facilitando su regimentación en bandas violentas; y sirven para absolver conciencias. Cuando Maduro y los suyos niegan que el pueblo padece hambre o que la tragedia de su emigración masiva es un “montaje”, se amparan en un imaginario platónico en el que “el pueblo” no es la gente de carne y hueso que padece sus desatinos, sino un ente idealizado construido con base en clichés y embustes: “su” pueblo. El refugio en esa falsa realidad no solo facilita la evasión del horror que han urdido, sino que “justifica” las maldades cometidas contra los venezolanos.
Por último, como el fin justifica los medios, los sicópatas y sociópatas mencionadas arriba obtienen reconocimiento, siempre que rindan pleitesía a las verdades reveladas en los clichés. Sus perversiones se refuerzan con la absolución ideológica, construyendo un sistema de contravalores que sirve para reclutar a los peores. Los “malos”, que existen en toda sociedad, de pronto son los que mandan.
En Venezuela estas tres fuentes de la maldad se entrelazan y refuerzan entre sí. Maduro, bajo directrices cubanas, ha sembrado una mentalidad de guerra para justificar sus atropellos. De ahí la afinidad de militares inescrupulosos con el régimen, pero, sobre todo, por su complicidad en el saqueo de la nación. La formación militar, basada en la obediencia sin discusión, mandos autoritarios y el uso de la violencia (la muerte) como instrumento de acción, o la amenaza de ella, es fácil presa de embelesos fascistas.
El problema fundamental es cómo derrotar la maldad cuando ésta se convierte en sistema. Los testimonios recogen que Hitler, refugiado en su bunker ante el asedio de tropas soviéticas a las afueras de Berlín, echaba pestes al pueblo alemán porque no había estado “a la altura” de sus designios. Lejos de explorar posibilidades de rendición negociada, manda a reclutar adolescentes y a fusilar en el acto a quién intentase desertar.
Es menester aislar la manzana podrida de la maldad, derrotando los incentivos perversos que le dan beligerancia. La defensa de los derechos humanos y políticos que el régimen neofascista ha conculcado, y su conexión con las aspiraciones de los venezolanos por una vida mejor debe ser siempre el norte.
[1] En la medida en que acciones de guerra son vistas como respuesta a las injusticias del bando contrario –todo depende del lado desde donde se mire–, entrarían también bajo esta consideración.
[2] De ahí la famosa “banalidad del mal” con que Hannah Arendt acuñó la amoralidad con que Adolf Eichmann envió centenares de miles de judíos a su exterminio.

Humberto García Larralde, economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com

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La sentencia a muerte del país y la condena contra Maduro



Pareciera improcedente en medio de la crisis atroz que sufre Venezuela ocuparse de la condena por corrupción contra Maduro que tuvo lugar el 15 de agosto de 2018 en el Salón Constitución del Congreso de la República en Bogotá.
Tampoco parece haber tenido relevancia en los medios de comunicación informativos, ni en los portales electrónicos en Venezuela, tal vez por el bloqueo comunicacional y la hegemonía que ejerce el oficialismo en cuanto a circulación de noticias.
Ni les conviene ni les interesa a los funcionarios del Estado ni a los políticos que dominan el desgobierno actual abrir espacio a este hecho, sin duda muy importante a largo plazo en la historia contemporánea venezolana. A escala internacional el juicio contra Nicolás parece haber sido periférico.
Al preguntar en Caracas a distintas personas de ocupación y estrato social diferentes acerca de la repercusión de este asunto, para ninguno es significativo. La preocupación principal en ellos es cómo sobrevivir en medio de las calamidades diarias sin demasiado daño emocional.
Las restricciones materiales y la escasez se han acrecentado de manera inversamente proporcional al dinero disponible para satisfacer las necesidades básicas de ellos y de sus familias. Peor aún: el desastroso o inexistente servicio público, aunque siguen llegando las facturas y se pagan mensualmente los bienes básicos que el Estado tiene obligación de proveer a la ciudadanía como agua, energía, telefonía, infraestructura vial, parece irreversible.
Se vuelven normales los racionamientos severos cotidianos o persisten las averías masivas que dejan incomunicados sectores residenciales o de oficinas de la capital como ocurre con las líneas telefónicas fijas de Cantv desde principios de julio de 2018 en Santa Eduvigis, Santa María o Sebucán, pese a los múltiples reclamos. A la vez, hay que luchar contra los conatos de extorsión o chantaje para resolver el problema, supuestamente irresoluble por falta de repuestos pero que algunos pícaros de la propia empresa ofrecen arreglar por debajo de cuerda o se sucumbe a ofertas privadas de servicios paralelos a los institucionales y precios astronómicos.
Pareciera que la gente asume de manera casi fatalista las carencias, la disminución o involución significativas de su calidad de vida. La alienación de muchos sumidos en la desesperanza y resignados al letargo por la necesidad extrema de conseguir alimentos a precios regulados o de encontrar medicinas agota toda energía disponible que no sea para resolver aunque sea precariamente su existencia
El país está cortado como en una especie de esquizofrenia social. Unos pocos en la opulencia con frecuencia mal habida no resienten ni escasez ni urgencias alimentarias o médicas; han privatizado sus exigencias de energía mediante plantas eléctricas domésticas o de agua mediante tanques internos o de salud mediante seguros pagados en dólares con cobertura completa en clínicas que funcionan como en el primer mundo, inaccesibles para las mayorías.
Mientras algunos gozan dispendiosamente de productos abundantes y variados de calidad finísima y consumidos con derroche en fiestas o suntuosas recepciones, el raso pueblo o sectores empobrecidos de profesionales de alto nivel y clases medias han sido despojados de su dignidad para vivir. Se alimentan de la basura, de limosnas, de ayuda solidaria. Algunos privilegiados, de los dólares que del exterior envían sus familiares.
¿Hasta cuándo nos vamos a calar este horror cotidiano? ¿Hasta cuándo el refinamiento en el modelo cubano de opresión convertido en hambre, ausencia de tratamientos médicos adecuados, largas colas para conseguir lo básico, escasez de personal para atender a clientes en bancos públicos, servicios que no funcionan y total desamparo ciudadano de un Estado forajido y despiadado con todos, sean disidentes o presos políticos, sean incautos seguidores de la demagogia populista y militarista, sean hijos comunes de una patria que no es tal?


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martes, 25 de septiembre de 2018

JUGANDO CON FUEGO

Luis Manuel Esculpi
 
A menudo se critica a la oposición venezolana porque supuestamente no tiene un plan para gobernar, cosa que no es del todo cierta, existen planes muy bien elaborados que lamentablemente no han sido consensuados y menos aún difundidos.
En esa crítica incursionan hasta los voceros gubernamentales, como si su acción correspondiera a una planificación exhaustiva en materia de políticas públicas. La improvisación y la piratería son rasgos característicos de su gestión. No hay que irse muy atrás para demostrar tales características, los anuncios por cuotas evidencian la inexistencia de un plan integral para hacer frente a la crisis y para combatir la hiperinflación.
Hasta las cosas más simples como la venta de boletos del metro la convierten en una calamidad, para no hablar del enredo que tienen con el sistema que quieren implantar para la venta de gasolina. La ciudad de San Cristóbal se paralizó como consecuencia del despelote que se armó con el suministro del combustible.
Si insisten en cumplir con el objetivo de imponerlo nacionalmente está semana, la situación existente en la ciudad andina puede hacerse extensiva a todo el país. El gobierno está jugando con fuego, la acción represiva, cada vez más acentuada, no podrá contener una protesta de las dimensiones que puede provocar la generalización de la improvisación en esa área tan sensible.
El gobierno para adoptar las medidas viene midiendo la reacción popular, tienen fundados temores de la repuesta que puedan general sus decisiones en el actual contexto, están consciente tanto del escaso respaldo como del rechazo que abarca a importantes sectores de la población anteriormente influenciados por ellos.
Sin embargo, la prudencia y la cautela no acompañan su discurso, muy al contrario está teñido de agresividad, descalificaciones y agresiones lo que puede convertirse en un combustible que motorice la protesta a la que tanto temen.
Han venido aplicando aquello de “candelita que se prende, candelita que se apaga” para reprimir las manifestaciones populares debido a los problemas que confrontan las comunidades, es la manera de evitar que se unifiquen y mantenerlas aisladas, lo de la gasolina puede crear una situación distinta a la que están habituados a reprimir.
En la medida que el régimen abandonó el comportamiento democrático, actuando en forma inconstitucional, acentuando sus rasgos autoritarios y dictatoriales ha diversificado su acción represiva, no sólo persiguiendo y apresando al margen del ordenamiento jurídico a dirigentes opositores, violando los derechos humanos, controlando arbitrariamente todos los poderes – con la sola excepción del legislativo- y cometiendo así todo tipo de atropellos. La imputación por parte de un juez militante del PSUV por el presunto delito de “odio agravado” por un vídeo sarcástico, contra los bomberos Ricardo Prieto y Carlos Varón en el estado Mérida, donde entre otras cosas denunciaban el estado en que se encuentra la estación de apartaderos, es una clara demostración del carácter del régimen.
A propósito de estas estaciones, otro vídeo que se convirtió en viral por las redes, fue el grabado en Barquisimeto, donde un bombero se trasladó en moto-taxi para ir a apagar un incendio. El grado de deterioro de todos los servicios en el país alcanza proporciones inimaginables hace algún tiempo, el gobierno además de ignorarlo en su retórica no adopta soluciones y apela a la represión.
Entre tanto la desesperación recorre el país de extremo a extremo, la migración masiva por vía terrestre hacia los países vecinos evidencia la angustia y el sufrimiento que no tiene precedentes en nuestra historia contemporánea, el padecimiento de,la sociedad venezolana actual no tiene parangón en América Latina.
Al pretender desconocer este fenómeno y la proyección de la crisis a toda la región, con propósitos burdamente manipuladores como el supuesto plan “vuelta a la patria”, revelan la verdadera faz de un gobierno mendaz y artero.
La falacia y provocación tienen límites, no podrán continuar indefinidamente. Las fuerzas democráticas tienen la palabra.

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lunes, 24 de septiembre de 2018

¿Es posible pensar en la construcción de un gran pacto nacional para la Venezuela en transición?
 
Carlos Romero M. 
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Un interesante anuncio hace el Frente Venezuela Libre[1] (FVL), al plantear la tarea de inventariar las principales propuestas del país, las políticas públicas ya existentes y, en un futuro, someterlas a consulta pública, para que una vez finalizado ese proceso, se puedan presentar al país una serie propuestas nacionales a través de campañas de difusión y divulgación que concluya con una propuesta nacional consensuada y legítima.
Según nota de prensa, serán doce las áreas temáticas sobre las que plantea trabajar el FVL, a saber:
Educación, economía, salud pública, desarrollo urbano y vivienda, política energética, servicios públicos y empresas públicas, desarrollo agroindustrial, ganadero, agrícola y pesqueros sistema judicial, medios de comunicación, derechos políticos, civiles y equilibrio y temas internacionales de interés prioritario para el país.
Resultaría muy oportuno que cada una de esas propuestas se vincularan con los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 y, además, que en una segunda fase, para la etapa de consulta y aprobación final, se incluyera a la Asamblea Nacional en esta tarea compleja que proponen asumir ante la sociedad civil en general.
Cada uno de esos doce puntos planteados por el FVL tiene relación directa o indirecta con alguno o algunos de los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenbile 2030 aprobados por la Asamblea General de Naciones Unidas en el año 2015. En consecuencia, sólo se hace necesaria la tarea técnica de vincular el alcance de cada una de las propuestas registradas a las metas previstas en los ODS 2030.
Las propuestas en cada área temática existen, son muchos los actores que han participado y los sectores que han contribuido con documentos, propuestas y planes a lo largo de estos años; todos esos aportes necesitan ser sistematizados. Muchos serán coincidentes, otros deberán ser actualizados según la realidad, pero lo que es cierto es que todos esos aportes hoy reposan en registros y páginas de manuales aguardando solamente por el cambio político que la sociedad venezolana reclama dentro y fuera del territorio nacional.
Precisamente, tan pronto el FVL registre las propuestas debidamente vinculadas con las ODS 2030, la Asamblea Nacional podría ser convocada por el propio Frente para que asuma  ante el país el proceso de consulta, debate político y aprobación definitiva de un acuerdo que registre de manera institucional, los Lineamientos Generales para el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación en transición.
Un acuerdo aprobado por la Asamblea Nacional, partiendo de la iniciativa de una representación importante de la sociedad civil organizada, podría facilitar el camino para restaurar niveles adecuados de cohesión social, que además, permita legitimar una propuesta programática, a través de la institucionalidad politica que constitucionalmente es reconocida como responsable para cumplir con esa tarea.
Ese llamado Acuerdo Nacional sobre las Líneas Generales del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación para una Venezuela en transición, al que hago referencia, permitiría abrir un debate político en la agenda pública nacional para contrastar de manera objetiva, la visión compartida de país producto de un proceso legítico e incluyente y el proyecto político de la inconstitucional Asamblea Nacional Constituyente denominado Plan de la Patría 2025.
Un ejercicio de esa naturaleza reivindicaría, en la práctica, las atribuciones de la Asamblea Nacional y podría abrir el camino para restaurar los lazos de confianza entre los ciudadanos y el parlamento venezolano.
En tal sentido, es oportuno recordar a una sociedad civil que reclama la ruptura del orden cosntitucional, que su restitución significa reconocer las reglas del juego que en la Constitución se establecieron en su momento. Por ello, es importante inspirarnos en los artículos 333 y 350, para activar cívicamente el artículo 178 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que reconoce a la Asamblea Nacional, en su numeral 8, la atribución de aprobar las líneas generales del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación, y en su numeral 4, organizar y promover la participación ciudadana en los asuntos de su competencia.
En consecuencia, si el Frente Venezuela Libre tomara la iniciativa y presentara una agenda programática a la Asamblea Nacional, se contribuiría con generar un mensaje de compromiso incluyente y además, sería una señal muy clara al mundo saber las aspiraciones democráticas de la sociedad venezolana.
Un ejercicio así, es normal en países democráticos cuando se abre una consulta sobre un proyecto de Ley.
Pensar en un Acuerdo sobre los Lineamientos Generales para un Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación para una Venezuela en transición, que pueda ser sometida a un referendo organizado por la sociedad civil, tal y como se hizo en el pasado reciente, podría transformar ese Acuerdo en un Gran Pacto Nacional para una Venezuela en transición, a la cual todos los actores se compromentan públicamente.
Por último, es importante destacar que la vinculación a las ODS 2030 de esas propuestas, resultaría importante, porque los ODS 2030 representan hoy un idioma universal, que manejan todos los gobiernos y principalemente, insisto, porque permitiría definir un marco objetivo para contrastar la visión legítima de país, es decir, la aspiración democrática de los venezolanos y el llamado Plan de la Patría 2025, que según el gobierno, incluye los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible[2].
No olvidemos que el Plan de la Patría 2025, mantiene el espíritu del Plan de la Patría 2013-2019 que en el 2014[3], en un comunicado público la Presidencia de la Conferencia Episcopal de Venezuela denunció que tras su contenido se escondía “la promoción de un sistema de gobierno de corte totalitario, que pone en duda su perfil democrático; las restricciones a las libertades ciudadanas, en particular, la de información y opinión; la falta de políticas públicas adecuadas para enfrentar la inseguridad jurídica y ciudadana; los ataques a la producción nacional, que ha conducido a que en nuestro país hoy se haga necesaria la importación de toda clase de productos; la brutal represión de la disidencia política; el intento de “pacificación” o apaciguamiento por medio de la amenaza, la violencia verbal y la represión física”.
En conclusión, la propuesta del Frente Venezuela Libre plantea una oportunidad importante, pero exige disciplina y humildad en todos los actores políticos, para que al final de ese proceso gane Venezuela y triunfe la democracia.  El país no está para improvisaciones.

@carome31
El autor es abogado (Universidad Católica del Táchira) con especialización en Derecho Administrativo. Excoordinador en la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado del área Políticas Institucionales.


[1]El Nacional. Las 12 propuestas que presentó el Frente Amplio para recuperar al país. 20 de septiembre 2018. Online en: http://www.el-nacional.com/noticias/politica/las-propuestas-que-presento-frente-amplio-para-recuperar-pais_252638
[2]Vicepresidencia.  Venezuela presentó avances en X Foro par ael Desarrollo de América Latina y el Caribe. 13 de septiembre 2018.  Online en: http://www.vicepresidencia.gob.ve/index.php/2018/09/13/venezuela-presento-avances-en-x-foro-para-desarrollo-en-america-latina-y-el-caribe/
[3]PERSEO. Comunicado de la Conferencia Episcopal de Venezuela: responsable de la paz y del destino democrático de Venezuela. 2 de abril 2014. Online en: http://www.pudh.unam.mx/perseo/comunicado-de-la-conferencia-episcopal-venezolana-cev-responsables-de-la-pazy-el-destino-democratico-de-venezuela/

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domingo, 23 de septiembre de 2018

Las trabas del debate entre liberalismo y populismo

RAFAEL ROJAS

LETRAS LIBRES

Algunos de los mejores estudiosos de la teoría política en México (Jesús Silva-Herzog Márquez, José Antonio Aguilar, Carlos Bravo Regidor, Juan Espíndola...) debaten si el eje del debate público se está moviendo a la tensión entre liberalismo y populismo. Cualquier esfuerzo por dotar de rigor intelectual la conversación pública me parece loable, sobre todo después de un proceso electoral que dejó un grave saldo de polarización. Sin embargo, para llegar a buen puerto el debate deberá sortear algunas trabas, que gloso a continuación.
Lo primero sería preguntarse si vale la pena traducir teóricamente los diferendos políticos en una esfera pública tecnologizada como la del siglo XXI. Muchos piensan que no es conveniente, porque definir a unos y otros como “liberales” o “populistas” es etiquetar y, por tanto, constreñir analíticamente el margen de maniobra de los actores políticos. Mi impresión es que, por el contrario, la dimensión ideológica de la política es saludable para la esfera pública, siempre y cuando no se pierda de vista la mezcla de simbolismo y pragmatismo de la razón de Estado en el siglo XXI.  
La disputa entre liberalismo y populismo es real en Estados Unidos, Europa y América Latina, pero adquiere en cada contexto nacional una modalidad propia. En México, por la hegemonía prolongada de una ideología nacionalista-revolucionaria, que desplazaba al populismo latinoamericano y marginaba a los marxismos y los socialismos, buena parte de la izquierda no se reconoce dentro de la tradición populista. A la vez, el peso de aquel nacionalismo revolucionario produjo el equívoco de que el liberalismo había sido contenido o superado por el llamado “constitucionalismo social” de 1917.
La larga y tardía transición a la democracia en México, en los años 90, en medio del contexto global post-comunista, favoreció una recuperación del legado liberal. En el campo intelectual eso se tradujo en un renovado interés por los clásicos del pensamiento liberal (Locke, Hobbes, Montesquieu, Constant, Tocqueville, Stuart Mill, Berlin, Arendt, Aron, Furet) o en las derivas postmodernas, fueran radicales o socialdemócratas, del marxismo clásico: de Foucault a Giddens o de Bobbio a Habermas. En el campo político, en cambio, las derechas se movían hacia el neoliberalismo –aunque le llamaran “liberalismo social”–, mientras la izquierda regresaba por los fueros del nacionalismo revolucionario.
El resultado es que hoy, en el mapa político de México, casi ningún actor se autodefine como “liberal” o “populista”, pero, como advierten los autores mencionados, la fricción entre liberalismo y populismo existe en el plano de las ideas. No solo de las ideas que se discuten en el campo intelectual, sino en aquellas que informan las propias fuerzas políticas en pugna. Solo que los conceptos de liberalismo y populismo, al nivel básico del conflicto, significan con frecuencia cosas distintas a las que representan en el choque de ideas.
La querella entre el liberalismo y sus enemigos es una herencia de la Guerra Fría o, si se quiere, de la hechura misma del mundo moderno. Pero es equivocado entender dicha pugna en términos binarios, es decir, como si el otro que se enfrenta al liberalismo siempre fuera el mismo, que cambia de rostro. O como si el liberalismo no se hubiera transformado a lo largo de sus luchas con el conservadurismo en el siglo XIX o con los totalitarismos en el siglo XX. Creer en la perennidad liberal ha sido un error caro, que condujo al triunfalismo neoliberal post-89, hoy afortunadamente agotado.
Una de las falacias de aquella euforia fue la identificación entre democracia y liberalismo. La tradición liberal no siempre favoreció la democracia y en diversos contextos, donde se descuida la extensión de derechos sociales, se restringen las ciudadanías con racismos y xenofobias o se limitan derechos políticos por razones de seguridad nacional, no la favorece hoy. De manera que la relación problemática con la democracia no es patrimonio exclusivo de los “enemigos de la sociedad abierta”. También el liberalismo ha experimentado con fórmulas autoritarias de gobierno. 
Aún así, la mayor conflictividad de la política en América Latina y México, como han observado Edward Luce y Yascha Mounk para Estados Unidos y Europa, está ubicada en la presión de las alternativas al liberalismo real, es decir, al modelo institucional democrático, predominante en la mayoría de los estados de la región, y a las políticas económicas y sociales que se derivan del mismo. Algunos actores regionales, como el bloque bolivariano, le llaman a esa alternativa “socialismo del siglo XXI”, aunque el término esconde una diversidad irreductible que va del modelo estadocéntrico cubano al plurinacional boliviano. Otros, sobre todo en el Cono Sur, prefieren la denominación de “socialismo democrático”. 
Andrés Manuel López Obrador, por su lado, se define como liberal en la medida que se asume como juarista. Juarista, entiéndase, no como defensor de la propiedad individual sobre cualquier otra modalidad “corporativa” o comunitaria –lo que fue, en efecto, Benito Juárez–, sino como defensor de la soberanía nacional, de la forma republicana de gobierno, de la voluntad del pueblo y de la administración honesta. Lo que López Obrador entiende por juarismo es más nacionalismo o republicanismo que liberalismo.
Y, sin embargo, en López Obrador, su lenguaje y su estilo, así como en el programa todavía difuso de Morena, hay un evidente populismo de izquierda. Algunas promesas de campaña o realidades de su gobierno –concentración de poder, consultas ciudadanas, mecanismos plebiscitarios, revocación de mandato, reorientación masiva del gasto público, programa para “ninis”, “Constitución moral”– tienen antecedentes precisos en la larga duración de la izquierda populista latinoamericana, que va de Vargas y Perón a Chávez y Correa. Lo interesante en el lopezobradorismo es que, justamente por el contexto hemisférico de su gobierno, tiene la posibilidad de preservar lo mejor de esa tradición, el combate a la pobreza y la desigualdad, por ejemplo, sin caer en el autoritarismo.
Desde el polo liberal opositor (PAN, PRI, PRD), la situación es más grave aún. Si para López Obrador y Morena es complicado afincarse en un populismo cívico o democrático, para sus rivales es más difícil reclamar el rótulo del liberalismo. La burda confusión entre liberalismo y neoliberalismo está tan difundida como la caricatura de lo populista como demagogia o caudillismo. El relanzamiento de la posición liberal en México requiere no solo de una distinción teórica entre liberalismo y neoliberalismo, sino de la remoción de sólidos estereotipos en la opinión pública.
Otra de las dificultades que enfrenta el debate entre liberalismo y populismo es la resistencia de las minorías. En la izquierda, ese es el lugar no solo de los marxismos o los comunismos sino del multiculturalismo o el comunitarismo. Cualquier modalidad de socialismo, en México, parece estar reducida a una posición testimonial fuera del bloque hegemónico de izquierda. Una vez inserta en la hegemonía nacionalista revolucionaria o populista, esa posición empaña el debate porque carga con los prejuicios antipopulistas del viejo marxismo-leninista. Su rol es muy parecido al del neoliberalismo dentro del polo liberal: presenta como suyo lo que le es ajeno.
El debate entre populismo y liberalismo debería avanzar sobre una definición aproximada de los referentes teóricos y las prioridades prácticas de cada opción. Y para ello se requiere no solo de la aceptación de la legitimidad del otro, sino de algo más difícil: el acuerdo de que no toda la izquierda es populista ni toda la derecha es liberal. La colonización de ambos polos por los sujetos hegemónicos avanza a gran velocidad en México. Ojalá que esa doble colonización no acabe pulverizando las minorías y clausurando los espacios en que se debaten a fondo las diferencias.


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EL BURRO DE MADURO

ALBERTO BARRERA TYSZKA 

THE NEW YORK TIMES

CIUDAD DE MÉXICO — El título de este artículo es una frase peligrosa. Podría ser diseccionado semánticamente por un tribunal en Venezuela y condenarte a veinte años de prisión.
¿Qué quiere decir realmente? ¿Que Nicolás Maduro tiene, posee, un burro? ¿Que es el dueño legítimo de un animal cuadrúpedo, de la familia de los équidos, conocido como burro, asno o borrico? ¿O quiere decir, más bien, que Nicolás Maduro es un burro? ¿Se refiere acaso a esa acepción de “persona bruta e incivil”, como refiere el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española? El problema de fondo, sin duda, es que esta interpretación sea un asunto judicial en Venezuela.
Ricardo Prieto y Carlos Varón, dos miembros del cuerpo de bomberos de Apartaderos, una población de la región andina del país, decidieron un día pasear a un burro por los diferentes espacios de su estación. Mientras el animal deambulaba, fueron filmándolo con un teléfono, haciendo comentarios en evidente tono de broma, relatando que se trataba de una visita de Nicolás Maduro a las abandonadas dependencias del cuerpo. Alguien colgó el video en las redes sociales y, de pronto, esa jocosa “visita presidencial” se volvió viral.
Y entonces, unos oficiales de la Dirección General de Contrainteligencia Militar se presentaron y detuvieron a los bomberos. Y entonces, poco después, en un acto casi instantáneo, fueron imputados por el cargo “instigación al odio”. Y entonces, luego, en una rueda de prensa, el propio Maduro se mostró intemperante y agresivo en contra de un periodista que se atrevió a preguntar por el caso: dudó de su calidad y de su honestidad profesional y se negó a responderle. Esta seguidilla de hechos y declaraciones solo ha logrado magnificar y darle más resonancia a lo que era una simple broma.
¿Cómo un burro puede llegar tan lejos?
La respuesta a esa pregunta está en la violencia que estructura y define cada vez más a la élite que domina de forma autoritaria a Venezuela. Es una clase, tan reducida como feroz, que todavía no entiende que hay cosas, como la inflación o el humor, que no se pueden controlar imponiendo decretos. Por eso reaccionan ante ambas con la misma ceguera y brutalidad.
La represión y la censura, ya se sabe, sirven para mostrar fuerza pero también delatan una enorme fragilidad. Quien no tiene argumentos tampoco tiene humor. Solo puede negociar a golpes con la realidad. Como señala el poeta Charles Simic, el humor muestra “la dimensión ridícula de la autoridad”. Relativiza su poder, lo democratiza. Es un indicador natural del estado en que se encuentra cualquier sociedad, de su capacidad de discernimiento y de ejercicio de las libertades. Reprimir el ingenio o el chiste es una expresión inequívoca de una gran violencia institucional, un síntoma de un régimen aterrado que distribuye terror.
Quizás vale la pena recordar el caso de Marianne Elise K., una viuda a quien en 1943, en una pausa de trabajo, se le ocurrió contarle a un compañero de la fábrica un chiste sobre Hitler. Fue delataba, acusada, enjuiciada por el Tribunal del Pueblo y condenada a muerte. La lógica del poder a veces se parece mucho al descontrol. En medio de la decadencia militar nazi, entre la zozobra y el temor, una mujer fue ejecutada por decir un chiste. Año y medio después, el füher también estaba muerto. El chiste todavía existe. La risa, según decía Mijaíl Bajtín, nunca “pudo oficializarse, fue siempre un arma de liberación en las manos del pueblo”.
La broma de dos bomberos que quisieron reírse un poco de la autoridad y de su propia desgracia, se ha encontrado con una destemplada y feroz reacción del gobierno. Mientras la región se organiza para discutir el terrible problema del flujo migratorio y debatir de forma colectiva el caso de Venezuela, Nicolás Maduro logra que dos humildes apagafuegos formen parte de los más de 250 presos políticos que ya tiene su régimen.
La intolerancia ante el humor refleja nítidamente el grado de autoritarismo que necesita Maduro para continuar en el poder. Lo del burro es una tontería. Basta recordar que en el año 2006, públicamente, Hugo Chávez se burló del entonces presidente George W. Bush, llamándolo donkey en varias oportunidades. El tema real es la violencia. Resulta irónico, casi un chiste cruel, que mientras la mayoría del Grupo de Lima se pronuncia en contra de una intervención violenta en Venezuela, el gobierno venezolano se pronuncia a favor de una intervención violenta en contra de los ciudadanos de su propio país.
No creo que la solución o la salida a la tragedia que vive mi país sea una invasión militar. Pero sí creo que hay que debatir, buscar y encontrar nuevas maneras de actuar y presionar de manera más eficaz a un gobierno que actúa de manera hipócrita y salvaje, que exige internacionalmente aquello que no desea cumplir dentro de sus fronteras. Con el pretexto de la amenaza de una invasión externa, el gobierno de Maduro ha invadido y saqueado a su país y a sus ciudadanos. ¿Qué se puede hacer entonces frente a un gobierno violento que se alimenta del carácter no violento de sus vecinos?
Nicolás Maduro no es un burro. Puede que sea inepto y negligente, que con frecuencia actúe como un incivil. Pero no es bruto. No seguiría ahí si lo fuera. No habría logrado apartar a sus rivales internos y consolidarse como lo ha hecho. No tiene humor pero sí tiene un proyecto. Él —o a quienes él representa— desea quedarse para siempre en el gobierno. Cada vez con más poder. De cualquier forma y a cualquier precio. Incluso, al tratar de hacer lo imposible: prohibir la risa.
La internacionalización del conflicto no puede opacar el endurecimiento represivo que el gobierno de Maduro ejerce dentro de Venezuela. Es necesario, desde la experiencia ciudadana y desde la práctica política, pero también desde la solidaridad internacional y desde la diplomacia, inventar nuevas formas de presión, nuevos mecanismos de lucha. ¿Es posible desarmar y derrotar a los violentos de manera pacífica? ¿Cómo? Ese es el debate.


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LOS PARIAS DE AMÉRICA

ÁLVARO VARGAS LLOSA 

LA TERCERA

¿Están cumpliendo los países latinoamericanos sus deberes en relación con venezolanos que han huido? No. Algunos han adoptado medidas para dar cabida dentro de la legalidad a muchos de ellos pero no a todos. Ante el drama humanitario, es indispensable actuar de forma mucho más estructurada, coordinada y con sentido del largo plazo.
No hay una política regional. Eso va contra el espíritu de la Declaración de Cartagena de 1984, que, además de agrupar a la región en un texto común, invoca instrumentos jurídicos continentales para justificarse.
Tampoco hay una estrategia de largo plazo. La razón en sencilla: los gobiernos latinoamericanos fingen creer que se trata de un asunto de corto plazo. ¿De corto plazo? Según la ONU, desde 2014 han salido 2,4 millones de venezolanos, cifra conservadora porque estos son los inscritos en bases de datos oficiales en los países de destino. Según el ACNUR, de esos 2,4 millones, están inscritos unos 395 mil en Perú, 84 mil en Chile, 250 mil en Ecuador, 58.000 en Brasil, y así sucesivamente. Todos los países mencionados, sin embargo, saben que albergan un número bastante mayor que el oficial. Y también, que un muy alto porcentaje no volverá a Venezuela.
Las medidas ad hoc de los distintos gobiernos sólo incorporan a la legalidad a una parte de los venezolanos por corto tiempo. Brilla por su ausencia algún proyecto para acogerlos a casi todos (excluyo a infiltrados políticos del chavismo o delincuentes comunes) con un sentido de largo plazo.
La mejor vía es la innombrable: concederles el estatuto de refugiados bajo el espíritu de la Declaración de Cartagena de 1984. Los países que están recibiendo venezolanos firmaron ese documento y varios lo han “nacionalizado”. Allí se recoge la postura regional ante el drama de los centroamericanos que huyeron tras las guerras de los 70 y 80, ampliando el concepto de lo que es un refugiado alojado en la Convención de 1951 y el Protocolo de 1967, ambos de la ONU, cuyo énfasis estaba en la persecución del solicitante. En Cartagena, los latinoamericanos se refirieron a quienes huyen porque su vida o su libertad está en peligro por situaciones que perturben gravemente el orden público, incluyendo la violación masiva de los derechos humanos.
Al no aceptar que los venezolanos son refugiados, algunos gobiernos latinoamericanos están otorgando permisos temporales. Pero las condiciones sólo son realistas en ciertos casos. Todos piden pasaportes y algunos, pasaporte con sello de ingreso. Es el caso de Colombia, donde hay miles que no tienen un sello. Algunos piden certificados venezolanos de antecedentes penales (Chile y Argentina), documento caro que la dictadura jamás extenderá a todos los que lo merecen. Otros, como Perú, han modificado el plazo para solicitar el permiso adelantándolo medio año, lo que excluirá a muchos. Etcétera.
En todos los casos los permisos son de un año. Que se puedan renovar no quita la precariedad del estatuto otorgado, viendo lo volubles que son los gobiernos en un asunto frente al cual carecen de estrategia y mirada al horizonte.
Es cierto que la situación es complicada, especialmente en Colombia o en la frontera de Brasil, desde el punto de vista de la infraestructura, para no hablar de la conmoción social que supone para cualquier comunidad recibir un influjo de forasteros masivo de forma muy repentina. Por eso urge una política regional que distribuya responsabilidades y tareas (algo que deberá incluir un aumento sustancial de la cooperación internacional para los punto de frontera) y permita lo antes posible incorporar a estos parias de Venezuela al mercado y a la sociedad sin la minusvalía que supone estar fuera de la legalidad.
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