martes, 31 de octubre de 2017

Si la Casa Blanca no actúa con celeridad y firmeza, Venezuela va a colapsar


ROGER NORIEGA

El régimen autoritario en Venezuela ha logrado ganar tiempo organizando elecciones fraudulentas y evitando el impago de su deuda externa. No obstante, la decisión de Caracas de asignar $2,000 millones en divisas a los tenedores de bonos en vez de importar alimentos puede resultar mortal, especialmente si el régimen dirigido por Nicolás Maduro enfrenta otra ronda de sanciones internacionales o protestas callejeras renovadas por parte de gente desesperada y hambrienta.
Las sanciones por parte de la administración del presidente Trump han afectado al régimen y a sus líderes corruptos. El presidente de los Estados Unidos ha presionado a socios regionales y europeos para que respalden una transición democrática urgente. Sin embargo, sin una oposición interna más fuerte y esfuerzos internacionales más enérgicos, Maduro consolidará una dictadura o colapsará al país por completo.
La supervivencia de Maduro hasta ahora es producto de la indulgencia diplomática iniciada por el presidente Obama. A pesar de que durante años el régimen de Maduro, respaldado por Cuba, manipuló implacablemente el sistema a su favor, los diplomáticos estadounidenses han convencido repetidamente a líderes de la oposición de que el diálogo falso y las elecciones son formas viables de obligar a la dictadura a compartir el poder. En 2013-14 y 2016-17, las protestas callejeras comenzaron a agotar el aparato de seguridad interno, pero los políticos acordaron un “diálogo” que disipó la presión nacional y extranjera sobre el régimen.
En 2015, la oposición arrasó en las elecciones parlamentarias, pero Maduro disolvío la Asamblea Nacional poco después. Este verano, el 98 por ciento de los 7.5 millones de votantes venezolanos participaron en un plebiscito de oposición rechazando al régimen ilegal llamando a los militares a defender la constitución. Después de las “elecciones” de la Asamblea Nacional Constituyente, controlada por el gobierno, la empresa que computa los resultados acusó a la junta electoral de cometer un fraude masivo. Sorprendentemente, la oposición dilapidó el plebiscito e ignoró la evidencia de fraude con tal de ganar algunas gobernaciones.
A nadie debería haberle sorprendido cuando las autoridades electorales partidistas anunciaron que un régimen con índices de aprobación prácticamente inexistentes ganó 17 de las 22 gobernaciones. Peor aún, los llamados líderes de la oposición que obtuvieron victorias pírricas se vieron obligados a jurar lealtad a la asamblea constituyente ilegal y omnipotente que Maduro está utilizando para imponer el control absoluto.
Demócratas incondicionales como María Corina Machado y Antonio Ledezma rompieron con la oposición por su decisión de participar en las elecciones regionales. Ahora otros miembros de la oposición admiten el error de creer que la dictadura de Maduro celebraría elecciones honestas. Esta última debacle electoral desacreditó aún más a los jefes de oposición que buscan engraciarse con el régimen en lugar de buscar un cambio genuino.
Después de más de una década de asedio en contra de la oposición por parte de los regímenes de Hugo Chávez y su acólito Maduro, la gran mayoría de los venezolanos prefiere un cambio fundamental y busca nuevas formas de obtenerlo. Por ejemplo, las protestas callejeras—que capturaron la atención internacional por desafiar el aparato represivo del régimen—fueron lideradas por una alianza de jóvenes que respaldaban la libertad económica y política. A diferencia de algunos líderes de la oposición desacreditados, la llamada “Resistencia” es reconocida por el pueblo venezolano por su sacrificio patriótico.
Crear una oposición mucho más coherente y decidida, que gane la confianza del pueblo y de la comunidad internacional, es la clave para evitar un colapso catastrófico o una dictadura en Venezuela. Un liderazgo mucho más fuerte y claro por parte de los EE.UU. es indispensable para alcanzar ese objetivo.
La determinación del presidente Trump de incitar el cambio es muy clara. El Vicepresidente Mike Pence y el Asesor de Seguridad Nacional H.R. McMaster también han hablado abiertamente sobre este tema. Autoridades en el Departamento del Tesoro y en el Consejo de Seguridad Nacional están consiguiendo resultados a nivel táctico, lanzando una serie de sanciones financieras y anuncios de políticas dirigidas a Maduro, su vicepresidente y decenas de otros secuaces del régimen. Este objetivo y estas tácticas parecen gozar de apoyo bipartidista en el Congreso de los Estados Unidos, donde los proyectos de ley promovidos por líderes de la política exterior demócrata avanzan en ambas cámaras.
Lo que falta es una estrategia para enfocar estos esfuerzos pro-democracia de una manera más decisiva y coordinada. Esta debe ser la tarea del Departamento de Estado. Sin embargo, la diplomacia de los Estados Unidos ha quedado relegada a la Organización de los Estados Americanos y al Grupo de Lima, integrado por líderes preocupados en América Latina y Canadá, pero curiosamente no de los EE.UU.
No es demasiado tarde para que la Casa Blanca otorgue poder a un coordinador que lidere un esfuerzo de todo el gobierno para lidiar con la crisis en Venezuela y trabajar con socios internacionales para promover la democracia y adoptar sanciones enfocadas y efectivas. Un coordinador también sería invaluable para unir a la oposición venezolana en torno a un objetivo compartido de una transición democrática urgente, y para enviar un mensaje a los aliados de Maduro en Cuba, Rusia, China y dentro del ejército venezolano, para que respeten la voluntad popular.
Este apoyo internacional inequívoco para una sucesión democrática posterior a Maduro puede ser la última esperanza para restaurar el orden constitucional y proteger a los venezolanos de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y de una catástrofe humanitaria.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Newsweek
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LA SEGUNDA REBELION DE LOS NAUFRAGOS

KARL KRISPIN

Conviene recordar recientes acontecimientos históricos que contribuyeron a destruir la democracia venezolana: los golpes chambones del 92, la devastadora conjura que sacó al presidente Pérez de la presidencia, el sobreseimiento a los golpistas, la elección del candidato del MVR en 1998, la complaciente carta blanca de la Corte Suprema de Justicia para proclamar el carácter originario de la asamblea nacional constituyente de 1999. Desde hace 19 años presenciamos la destrucción sistémica del país en todos sus órdenes. No podemos decir citando a Betancourt, Caldera, a Jóvito Villalba, o a cualquiera de la generación de 1928 que en Venezuela exista una democracia como lo fue hasta 1998. Lo que hay son restos, jirones, sobras y estertores. ¿Qué le sucedió a los partidos históricos venezolanos? ¿Por qué Caldera le dio un portazo y la espalda a su propio partido? ¿Por qué en Acción Democrática fueron expulsados o puestos a un lado sus líderes históricos? ¿Qué hicimos para darle entrada a la negación? Lo pregunto una y otra vez porque si los demócratas somos mayoría, no me explico por qué seguimos hoy gobernados por la minoría.
La unidad es absolutamente necesaria e indiscutible, pero no ha funcionado bajo los términos o las influencias dentro de la cual opera. En 2015 volvió el optimismo al país con la elección de la AN. Pasamos todo 2016 entre insultos y amenazas. Mucho ruido, pocas nueces y ni siquiera un CNE renovado. La AN operó bajo una normalidad exasperante. El régimen boicoteó el revocatorio y en medio de las protestas de calle, a cuyos muertos debemos una explicación del presente, se sacó una constituyente elegida bajo el criterio de la retórica psuvista a la que esta misma unidad no le reconoce legitimidad. Entonces, ¿qué sucedió? ¿Por qué los gobernadores se juramentaron ante ella? El secretario general de AD me va a perdonar pero no le creo ni jota cuando señala que fue una decisión autónoma de los elegidos. Especialmente en un partido construido a su imagen y semejanza, sin alternabilidad, y donde ninguna decisión se toma sin su consentimiento.  Como ha sido criticado por las redes, el secretario general habla de laboratorios en acción. Muchos enlatados televisivos invocan los actores del juego de tronos local. No se le puede dar tampoco ninguna validez a la posición del excandidato Henrique Capriles (el mismo que nos mandó a escuchar salsa en lugar de defender su supuesto triunfo) cuando patalea que no se sentará en la MUD si está Ramos Allup. Más allá de los errores y las diferencias, hay que reconstruir la oposición y democratizar los partidos, devolverle el carácter fundacional al voto, preparar a la unidad para la defensa de sus resultados y encarar alguna posible elección presidencial sin inhabilitados ni presos políticos, con un nuevo CNE y observación internacional.  
Quien se está riendo a carcajadas y brindando por su consolidación es el régimen, que ha encontrado unos amigotes en la oposición que han comenzado la segunda rebelión de los náufragos contra la propia unidad, con tirapiedras de puntería precisa y cuyo lema es pegarle a la familia y que Venezuela siga roja rojita por los siglos de los siglos.  Hay que pensar en una nueva Unidad que nos incluya a todos. Que se lea en clave de futuro y refunde la democracia.

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Hablar con la verdad, o vivir en la mentira
 
M.A. MARTINEZ MEUCCI
 


Tal como nadie se atreve a negar, la participación de la mayor parte de la oposición en las elecciones regionales se saldó con un importante fracaso, cuyas consecuencias han tendido a acrecentarse en los días sucesivos. Para algunos la razón principal de esta debacle tiene que ver con los números: por diversos motivos (los múltiples mecanismos del fraude, la abstención, la división de las fuerzas opositoras, etc.) no se habrían alcanzado votos suficientes para ganar la mayor parte de las gobernaciones. De acuerdo con este criterio, si se hubieran obtenido varias gobernaciones más de acuerdo con las cifras reconocidas por el CNE actual, la participación en las regionales hubiera representado un triunfo para la oposición. Todo podría seguir igual, porque la victoria electoral hubiera indicado que las cosas, a pesar de tantas penurias e incongruencias, estaban mal pero iban bien.
Para otros, entre quienes me cuento, el fracaso de la MUD en las regionales no está directamente relacionado con los números. Desde este punto de vista, la política es un amplio campo de acción que no obedece a lógicas lineales y en el que las cosas más importantes no necesariamente guardan relación directa con los números, los cargos y los presupuestos. Por supuesto que, en igualdad de condiciones, mientras mayor sea la cantidad de seguidores, recursos y cargos públicos (o “espacios”) con los que cuente una fuerza política, más poderosa tenderá a ser ésta, y obviamente quien disponga de mayores facilidades para el uso de las armas también tenderá a ser más poderoso. No obstante, la política se plantea como una interacción de juegos estratégicos en un plano de intersubjetividades, en donde el éxito de cada acción no puede ser evaluado en sí mismo, sino en relación con el contexto y las respuestas de los demás. La lógica de la política, repetimos, no es lineal, y así lo atestiguan hechos tan inesperados como el súbito desmoronamiento de la Unión Soviética, o el fracaso napoleónico en Rusia.
Quienes pensamos que el fracaso de la MUD en las regionales no está directamente relacionado con los números pensamos que dicho fracaso radica en –o se debe más bien a– otros aspectos, los cuales, para muchas personas, sólo se han hecho evidentes después de los comicios. Las recientes elecciones son un fracaso para la MUD no por haber obtenido menos gobernadores de las que le corresponderían en buena lid, sino porque a través de ellas se evidenciaron sus graves carencias. Carencias que, como las manchas de honor en las familias muy puritanas, se ha pretendido ignorar durante demasiado tiempo, arrastrando con ello los problemas hasta convertirlos en traumas paralizantes. Las diferencias internas, la diversidad de posiciones, las insuficiencias, los falsos diagnósticos, los hechos vergonzosos y condenables, los cambios de postura sin ningún sonrojo… todo ello ha sido sistemáticamente ignorado, barrido bajo la alfombra mientras se pudo, hasta que la realidad terminó por estallar en cara de todos. La verdad, la triste verdad es que la MUD estaba derrotada desde antes de asistir a los comicios regionales, no porque no contara con los votos, sino por pretender ignorar la naturaleza del adversario al que se enfrentaba.
Ese desconcierto no es fortuito; es un escenario que el régimen se encargó concienzudamente de generar. El chavismo, que no sólo tiene los recursos para manejarse en tableros múltiples sino que también ha demostrado saber hacerlo, necesitaba sacar a la MUD del terreno en el que la lucha se encontraba planteada durante todo el 2017. Las cosas se habían venido dando de un modo en el que las fuerzas democráticas, una vez recuperada la ofensiva estratégica, estaban siendo capaces de convencer (por fin) a la comunidad internacional democrática de la necesidad de trabajar juntos por un cambio de régimen en Venezuela (y no simplemente de mediar como tercero en diálogos estériles), de recuperar el ánimo de la gente (sumido en el subsuelo en diciembre de 2016) y de generar un espíritu muy particular, un estado de ánimo colectivo en virtud del cual los ciudadanos se encontraban dispuestos a hacer profundos sacrificios con tal de trabajar unidos para propiciar ese cambio de régimen. Frente a esa formidable amenaza, el chavismo volvió a recurrir a la receta que su padre fundador empleó en 2003-2004, de aquello que denominó como “la batalla de Santa Inés”: atraer al oponente al campo de lucha en el que sí puede derrotarlo. Y con esto nos referimos a infligirle una derrota política, no sólo una derrota electoral o un sometimiento mediante la violencia.
Para ello, el régimen usó su mano izquierda a través de sus sempiternos diálogos, a través de los cuales intentó ablandar y persuadir al liderazgo opositor. Igualmente usó su mano derecha para reprimir con fuerza a quienes protestaban en las calles y minar la capacidad de movilización de la sociedad democrática. La presión sobre quienes dirigían la MUD terminó así por ser tan elevada que finalmente la posibilidad de asistir a unas elecciones regionales fue recibida por sus líderes como un balón de oxígeno, sin importar las condiciones en las que éstas tuvieran lugar y sin reparar en el hecho de que esta acción, decidida y ejecutada en tales circunstancias, representaría un giro brutal en la estrategia desplegada hasta entonces, un giro desconcertante y violento para una ciudadanía que se venía jugando el pellejo durante meses. Obviamente en ese desconcierto tuvo mucho que ver la súbita ruptura entre quienes se lanzaron de cabeza a las regionales y quienes se negaron tajantemente a participar en esas circunstancias.
Tal como señalé en un artículo de Polítika UCAB anterior a las elecciones, así como en una entrevista dada a finales de agosto, en mi opinión era muy riesgoso pensar que el poder de la oposición pudiera consistir más en unos cargos desprovistos de competencias por el régimen que en la conducción adecuada de ese “espíritu del 2017” que había logrado concertar a la nación ante la imperiosa necesidad de remover a un régimen que está obligando al país a morir de hambre. En mi opinión, en la decisión de concurrir a las elecciones prevalecieron el agotamiento y el temor (los cuales, por lo demás, son perfectamente comprensibles), así como ciertas actitudes menos justificables por parte de algunos líderes pertenecientes a la MUD. De este modo se ignoraron o dejaron de lado la necesidad de un nuevo CNE, el respaldo internacional a una estrategia de presión ciudadana, el mandato popular del 16 de julio, el colosal fraude oficialista del 30 de julio y la necesidad de concertar las acciones de la oposición para mantener la unidad.
Foto: AFP
Las regionales se disputaron así en el terreno cuidadosamente preparado durante meses por el régimen, y a estas alturas resulta asombrosa la sistemática negativa de ciertos actores a referirse a la existencia de un fraude generalizado de sofisticado diseño y gigantescas proporciones. Un fraude que se compone de elementos múltiples como rectoras totalmente parcializadas, un registro electoral adulterado y no auditado, la inhabilitación de candidatos y partidos de oposición, la amenaza a sus líderes, financistas, militantes y testigos, el arreglo completamente ventajoso de los centros y mesas de votación, la selección de personal afecto al régimen para manejar el proceso, la campaña de terror sobre los precarios beneficiarios de los programas asistenciales y clientelares del Estado-partido, la ausencia de observadores internacionales, el uso de medios electrónicos que fomentan la justificada desconfianza de los electores, la amenaza y agresión directa a los votantes y tantos otros elementos que no se pueden soslayar.
Pese a todo, ha prevalecido hasta ahora la idea de que todo fraude puede ser superado mediante una masiva participación del electorado. En este sentido, considero que la tortuosa vía recorrida durante el 2016 para solicitar un referendo revocatorio finalmente conculcado, así como la suspensión de las elecciones regionales a finales de ese año y el descarado comportamiento del CNE actual durante la fraudulenta jornada electoral del 30 de julio, son elementos que deberían haber propiciado un debate más cuidadoso en torno a los límites de la participación popular como mecanismo para la superación del fraude. En vez de ello, el régimen puso a correr a la dirigencia opositora y la presión surtió efecto para que esta reflexión no tuviera lugar en la MUD.
A estas alturas, y visto lo visto, un debate serio sobre este particular resulta inaplazable. Cabe entonces preguntarse si ese límite, ese punto a partir del cual una masiva participación no es suficiente para contrarrestar un fraude estructural, no ha sido rebasado ya. Igualmente hay que preguntarse si las elecciones, en un contexto cada vez más violento y fraudulento, continúan siendo un mecanismo que sirve verdaderamente al restablecimiento de la democracia sin mediar un cambio en las condiciones electorales. Aquí no valen los lugares comunes según los cuales las dictaduras “sólo” o “nunca” salen con votos; por el contrario, es preciso pensar a fondo en nuestro caso particular, inédito en múltiples aspectos. En este sentido son ya muchos los políticos y analistas que, al menos “en caliente”, han señalado que bajo las condiciones actuales es prácticamente imposible que unas elecciones reflejen la verdadera voluntad de la ciudadanía, al punto de que lo que cunde entre los líderes de la oposición que aún niegan lo anterior quizás no sea tanto la convicción de tener razón como el temor que suscita la eventual necesidad de modificar drásticamente sus estrategias de acción.
El desafío que se revela con cada vez mayor claridad es, ciertamente, terrible. Es el mismo que se vivía desde hace años; la diferencia es que ahora todo se ha hecho cada vez más evidente. En estos momentos se sabe con plena certeza que los próximos 18 meses serán de un aumento atroz de la inflación, de hambre y desnutrición, de progresivo colapso de los servicios públicos, de quiebra de más y más empresas, de delincuencia desatada y atropellada emigración. Se cierne sobre los venezolanos una pesadilla de horrores inconmensurables, y en este contexto lo peor que se puede hacer es mentirle a la gente y pedirle que se calme, porque calmarse en esta tesitura puede significar la definitiva pérdida del país. Es preciso saber que hay un punto del control totalitario más allá del cual el hambre, las mentiras generalizadas y la incapacidad para actuar unidos son tales que no habrá forma de reaccionar, al menos por parte de los demócratas. Esto era ya una realidad desde hace años, aunque por entonces muchos no daban crédito a tales pronósticos.
Con todo, hay algo positivo en la situación actual, y es la caída de las caretas y el agotamiento de las ficciones. De la vorágine de acontecimientos vividos durante las últimas semanas la ciudadanía debería poder sacar conclusiones importantes acerca de la naturaleza del liderazgo que requiere. Lo primero y principal es que para romper con ese “vivir en la mentira”, que según Vaclav Havel caracteriza a las sociedades totalitarias, se necesitan líderes que hablen siempre con la verdad. La dictadura totalitaria es de tal factura que sólo el constante repudio a sus ficciones y mentiras podrá guiarnos eventualmente hacia una salida. Lo peor que se puede hacer en el seno de este tipo de regímenes es concederle algún crédito a sus palabras, incurrir en el descuido de usar su neolengua y compartir falsos espacios de poder que se parecen más al decorado de un escenario teatral que a verdaderas instancias de control político.
La democracia, al contrario de lo que sucede en los totalitarismos, requiere un lenguaje que verdaderamente sirva como referente de la realidad y que posibilite la comunicación y la construcción de consensos. Sólo un diálogo descarnado y sincero, en un espacio de encuentro de interpretaciones distintas pero razonables, podrá habilitar la posibilidad de reconstruir una unidad útil para la recuperación de la democracia. De igual modo, sólo la tajante negativa a discurrir a través de las farsas que genera el régimen permitirá encontrar el camino para la salida de esta pesadilla. En definitiva, en circunstancias tan aciagas como éstas es cuando más nos conviene recordar que sólo la verdad nos hará libres.


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 La prioridad, salir de Maduro.
CARLOS TABLANTE
Los venezolanos que queremos un cambio debemos seguir luchando por encima de las dificultades en todos los terrenos, incluyendo el electoral. Cada quien en lo suyo, es decir, con su visión y misión pero todos juntos, teniendo como objetivo el cambio urgente que reclama el país. Nuestras propuestas deben ser amplias para abrir nuevos caminos y trazar el rumbo que nos llevará a salir de este desastre.
La unidad nacional debe ser mucho más que una alianza de partidos. Se necesita hacer un gran pacto social con toda la sociedad democrática, con líderes políticos pero sobretodo con líderes sociales que tomen como bandera y compromiso, la necesidad de buscar, por medio de la protesta y la presión ciudadana, solución a la crisis humanitaria de falta de alimentos y medicinas que sufre el pueblo venezolano.
Debemos denunciar el vínculo existente entre la corrupción política de la cleptocracia madurista y la violación sistemática de los derechos humanos en áreas tan sensibles como alimentación, salud, servicios públicos y seguridad.
Por todo esto, no podemos reconocer la ilegal asamblea constituyente de Maduro y tampoco convalidar elecciones que se realicen sin haber cambiado completamente al actual CNE y que garanticen comicios libres y justos con observación internacional calificada e imparcial, sin perseguidos, presos políticos ni inhabilitados.
Hay que seguir luchando en todos los espacios, siempre por la vía democrática y pacífica, con dignidad, perseverancia y de manera descentralizada. Para ello es indispensable conservar y reforzar el valioso apoyo internacional que hemos conseguido entre todos.
La unidad debe fortalecerse con toda la participación posible, con una relación transparente, igualitaria, respetuosa y constructiva, que permita tomar decisiones claras y efectivas con amplitud para facilitar así el diálogo entre los que formamos parte de la alternativa democrática. A pesar de nuestras diferencias, debemos mantener los puentes necesarios para reencontrarnos en las horas decisivas que vienen.
Sobre todo, tenemos que escoger en primarias a nuestro abanderado presidencial en las próximas elecciones que deben realizarse en 2018. Para ello, como hemos dicho, hay que exigir con la presión internacional, las condiciones y garantías indispensables para la realización de elecciones transparentes, libres y con toda la legalidad, para iniciar desde allí el cambio de presidente y con ello la necesaria transición, que requiere de un acuerdo de gobernanza y gobernabilidad para superar la emergencia económica y social que padecemos.

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El reto de las fuerzas democráticas: unidad y nuevos actores

 
Marta de la Vega

 
Ante la calamidad producida por falta de una estrategia clara y consecuente de la dirigencia política de las fuerzas democráticas, ante la pérdida de una visión unitaria e incluyente, nos quedan dos caminos, después de reconocer que hemos perdido. Una opción es la desesperanza aprendida, por tanto dolor que la alimenta, lo que lleva al desaliento, al fatalismo resignado. No

es el camino de los demócratas luchadores sino de los humillados que se someten a la servidumbre y a la pérdida de la dignidad. La otra opción es intensificar la resistencia pacífica y reflexiva, con ojo crítico, revisar los errores y aprender de ellos para no repetirlos.
Es necesario no improvisar ni seguir cada cual halando para su lado, en función de sus intereses particulares o partidistas sino de un proyecto compartido de país. Es preciso renovar el liderazgo, abrir el camino hacia algunos de los dirigentes más jóvenes pero mejor preparados, no contaminados de nepotismo, ni del ejercicio populista, clientelar y efectista del poder, que saben combinar principios con pragmatismo, que saben que la probidad no es un valor moral solamente sino un arma eficiente de la política.
Desde hace más de 3 años, en las reuniones que presidía Pompeyo Márquez en la Fundación Gual y España, se planteaba la exigencia de ampliar el espacio con nuevos actores y así fue comunicado a la Mesa de la Unidad sin que la alianza partidista respondiera a tal posibilidad. Es necesario buscar mecanismos que permitan la inclusión de más sectores organizados de la sociedad. La sociedad civil ha dado ejemplar testimonio de su poderosa capacidad de respuesta para enfrentar retos y obstáculos como los de la consulta exitosa del 16 de julio de 2017. Urge una coalición verdaderamente concertada, sin arrogancia ni terca pedantería de algunos jefes de partidos. Se necesitan líderes que piensen más allá de la coyuntura y de las circunstancias inmediatas, que alcen la mirada con una visión a largo plazo.
Hemos tenido una derrota poco creíble, dado el rechazo mayoritario al gobierno y al modo como el Estado, usurpado por aquel, evade sus responsabilidades y obligaciones. También se ha despilfarrado la esperanza por no escuchar a la gente, ni respetar su voluntad de cambio, ni sentir su deseo de paz verdadera y de justicia, ni percibir sus penurias y carencias. Fue una derrota inesperada y no probable si no hubiera habido tanta coacción y violencia, si se hubieran garantizado condiciones de transparencia y respeto a la ley.
Aunque los líderes de la oposición no calcularon, tal vez ingenuamente, el cinismo del que son capaces quienes dominan hoy Venezuela, la derrota era previsible por las trampas, desplazamiento ilegal de electores hasta el mismo día de las elecciones, cierre de centros de votación, eliminación de la tinta indeleble y del control de huellas y otras violaciones flagrantes a la ley orgánica de procesos electorales.
¿Cómo se construyó un espejismo de normalidad, sin oír los reclamos y la frustración acumulados y cómo se contó con la movilización espontánea de tanta gente sin el argumento sólido, sin la claridad acerca del enemigo formidable que estamos enfrentando? Indignación y desaliento ante las trampas y trabas del régimen, ante la coacción por hambre y necesidad, el solo voluntarismo no iba a lograr torcer el rumbo trazado por un régimen en los que crimen organizado, manipulación y mentira son norma, con astutos y mafiosos juegos de poder.
En contraste, el premio Sájarov es fruto del esfuerzo sostenido, la lucha cívica, heroica y trágica de los ciudadanos en Venezuela.


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lunes, 30 de octubre de 2017

ESPEJISMOS

 









  LUIS UGALDE SJ 

El espejismo es una ilusión óptica producida por un fenómeno físico que  nos  hace ver realidades que no existen. Quien camina sediento y agotado en el desierto salta de alegría y esperanza al ver un oasis y se derrumba al descubrir que era una falsa ilusión. En Venezuela estamos ahora en una encrucijada de espejismos que necesitamos identificar para no caer en el engaño ni entregarnos a la desesperanza.
El primer espejismo es pensar que la dictatorial y tramposa elección de gobernadores nos acerca a la solución de los gravísimos problemas económicos, sociales y políticos nacionales. La dictadura demostró que para no perder el poder está dispuesta a todo, manipulando la miseria con los “puntos rojos” electorales, los “carné de la Patria” y las bolsas CLAP. Con esto y otras trampas logró pasar de 20% de simpatía a 80% de gobernadores. Quien crea que luego de esa elección dictatorial hay gobierno para 10 años más, es una víctima del espejismo. La realidad es que el país y el gobierno ahora están mucho peor que hace dos meses y avanzan hacia el abismo sin que el régimen  haga nada  contra el hambre, el desgobierno y la desesperación. Dictadura y venezolanos en Navidades estaremos peor.
Segundo espejismo. En la oposición democrática creíamos estar en capacidad de impedir las previsibles trampas usando anticonstitucionalmente toda la maquinaria del gobierno y del Estado. Pero los hechos han demostrado que era un espejismo, pues la dictadura hizo la trampa de forma más descarada, disciplinada y tecnificada que nunca, mientras que la oposición democrática se mostró incapaz de impedirla.
Tercer espejismo. También resultó un espejismo y mortal ilusión pensar que la oposición estaba suficientemente unida para poder rescatar la democracia y reconstruir el país. Era unidad superficial, de matrimonio mal avenido que cubría las apariencias; ahora se pusieron en evidencia  sus profundas diferencias, desconfianzas, rechazos y falta de vuelo para remontar las deformaciones partidistas. Sin una unión más recia y sincera con claro liderazgo coherente frente a la dictadura, no es posible sacar al país de su espantosa situación. Ahora aparecen con fuerza - en algunos casos con irresponsable inmadurez - la división y las descalificaciones, lo cual reduce, y a veces anula, los indudables aciertos nacionales e internacionales que la MUD, la variada sociedad civil democrática y los partidos políticos han tenido, con dirigentes de primera, que en ocasiones se han jugado la vida actuando con heroísmo. Pero todo ello se anula sin una visión y unidad estratégica para enfrentar a esta dictadura con poder y sin escrúpulos; y se empeora cuando, como niños malcriados se hacen acusaciones mutuas públicas, en lugar de una autocrítica serena y franca.
Cuarto espejismo. También quedó en evidencia el espejismo del “diálogo” con este gobierno malandro, de palabras falsas e intenciones torcidas. Sin claridad de metas, sin cumplimento de condiciones básicas imprescindibles para restaurar la democracia y la constitución vigente, el diálogo es una trampa. Mientras el gobierno hablaba de diálogo estaba preparando el fraude electoral más grande y más descarado, eliminando a sus interlocutores con inhabilitaciones, cárcel, persecución y exilio, cuando no muerte. Como muy bien han dicho instituciones democráticas nacionales e internacionales, sin negociación concreta y práctica para el cambio de régimen dictatorial y la reconstrucción del país con serio y confiable acompañamiento internacional, no tiene sentido el “diálogo” hipócrita y tramposo  del régimen para ganar tiempo  y dividir a la oposición.
Quinto espejismo. El mayor espejismo es que Maduro y su equipo - incluida la dictatorial Asamblea Constituyente- crean que están consolidados en el poder a pesar de su incapacidad  para  impedir que la miseria avance en alas de la hiperinflación y desgobierno corrupto. El régimen corre ciego hacia su fracaso total y destrucción del país; lejos de poner remedio, refuerza las políticas que nos trajeron a este inmenso desastre.
¿Son espejismo las elecciones municipales de diciembre? Ciertamente lo son para quien crea que van a servir para resolver problemas con este régimen tercamente empeñado  en la destrucción nacional.
 ¿Hay que votar o no? En regímenes dictatoriales ninguna elección tiene sentido para los demócratas a no ser que tengan mecanismos para contrarrestar las trampas del poder y hacer respetar el voto. Cuando se creía que teníamos organización y fuerza para hacer valer el voto, éste era un camino constitucional irrenunciable. Ahora por el contrario parece que en la precipitada elección de alcaldes no hay posibilidad de impedir la trampa y el voto solo  servirá para legitimar a la dictadura decidida a torcer la voluntad de 80% de venezolanos y  con mecanismos comprobados para hacerlo. El régimen anuló el triunfo de Andrés Velázquez en el estado Bolívar e invalidó los reconocidos votos ganadores de Juan Pablo Guanipa en el Zulia, dejando claro que el voto de la gente no  vale si la dictadura no lo valida por medio de su anticonstitucional Asamblea Constituyente. En las elecciones de alcaldes se multiplicarán por cien las trampas a Velázquez, a Guanipa y a todo el electorado.
Ahora Venezuela y el mundo, luego de la primera perplejidad, están más claros de que para vencer la dictadura, rescatar la democracia y hacer vivible el país el único camino es de unidad y coherencia nacional e internacional. Los espejismos son engaños en el desierto; el oasis con agua está dentro de cada uno en  valores no  negociables y en el coraje y lucha por convertir la agonía de millones de venezolanos en vida y esperanza. El régimen está cercado por su fracaso total. Para la salida presidencial los demócratas desde ahora debemos exigir y presionar incansablemente y en todos los ambientes nacionales e internacionales un nuevo CNE y justas condiciones electorales.

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domingo, 29 de octubre de 2017

UN GRITO

    
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  ALBERTO  BARRERA TYSZKA

La mujer se asomó a la ventana. Tenía puesta una bata sencilla, sin mangas. Aunque no se le veían, podían adivinarse unas chancletas de plástico medio desencajadas debajo de sus pies. Su cabello se desordenaba apenas hasta el cuello. Su rostro estaba cruzado por una mueca que, con dificultad, contenía un alarido. Lo aguantó durante pocos segundos. La mujer se asomó a la ventana y lanzó un grito: ¡que se vayan todos a la mierda!  Y sin que le faltara el aire prosiguió: ¡que se vayan todos al mismísimo carajo! ¡Son unos farsantes, unos sinvergüenzas, unos grandes coño e madres!  Sus palabras se colaron entre las casas y las veredas, retumbaron en los escalones, siguieron sonando más allá, a lo lejos. Luego hubo un silencio tenso, irritado. Una rabia muda.
El desespero ya no necesitan nombres. Hay muchos destinos para la indignación en este tiempo, en este mapa ¿Cómo puede sentirse cualquier venezolano cuando ve cómo Maduro nombra a sus candidatos derrotados como “protectores” de los Estados donde fueron, democráticamente, rechazados? ¿Qué siente el ciudadano común cuando escucha a Henry Ramos Allup tratando de disfrazar sus maniobras, mintiendo, pretendiendo salirse por la tangente con juegos de palabras?  Cualquiera siente exasperación. Siente dolor, humillación. Siente impotencia. La política se ha convertido en una ficción muy violenta.
¿Qué puede representar Tibisay Lucena para la mayoría de los habitantes de este país? La misma figura que obstaculizó e impidió cualquier evento electoral el año pasado es ahora quien, con idéntica serenidad y armonía, facilita y organiza de manera express unos comicios para el próximo mes de diciembre. En su actitud no solo hay engaño,  la voluntad de intervenir a favor del poder los procesos electorales, sino también hay cinismo. El cinismo del fariseo que, cuando comete un delito, actúa como si estuviera ejecutando una virtud.  El CNE no representa ni protege a la ciudadanía. El CNE ni siquiera ya se representa a sí mismo. Ha perdido cualquier majestad institucional. Es absurdo que, después de todo lo ocurrido, la oposición se plantee –tan siquiera- participar o no en una nueva elección. El fraude ya ha quedado expuesto, de manera evidente. El fraude ya es un modo de producción. Es la única suma que tiene el gobierno, la manera de contarnos y de someternos.
Hasta ahora, el principal elemento de la ANC ha sido, en la práctica, proponer la eliminación de la democracia protagónica y participativa de nuestra Constitución. El nuevo modelo del oficialismo es otro. Más opaco, más chantajista, más extorsionador. La acción contra Guanipa en Zulia es zarpazo salvaje en contra del poder del pueblo. En el fondo, el oficialismo, por iniciativa propia, se está encargando de decirle al mundo que este gobierno no es democrático porque –precisamente- suprime o pervierte los mecanismo democráticos para poder cambiarlo. Y, mientras esto sucede, mienten. Todo el tiempo. Siguen hundiéndose, y hundiendo al país, en un engaño sin límites, en una estafa suicida. Elvis Amoroso, hace pocos días, aseguró que si no existiera Dólar Today “los venezolanos comeríamos lomito todos los días”.
Esta semana leí dos artículos extraordinarios sobre este mismo tema. Un magnífico y puntual recuento del historial de mentiras oficialistas escrito por Sebastiana Barráez y un agudo texto donde José Rafael Herrera nos recuerda que, en la política, “decir la verdad es una cuestión absolutamente necesaria”. Es inevitable. La versión oficialista de la vida, además, se empeña en producir fantasías enloquecidas. Nunca antes un gobierno estuvo tan separado de las necesidades reales de la gente. La oposición está obligada a deslindarse. La oposición tiene el desafío de la transparencia. ¿Cuánto niños mueren por desnutrición este domingo en Venezuela?
Una mujer se asoma a la ventana y lanza un grito.

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LO QUE QUEDA


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                   LEONARDO PADRON

No hay mucho más que decir. Hemos tenido un año realmente triste. El absurdo nos ha tomado por asalto. Cada acontecimiento político supera al anterior en su patetismo. Hay una sensación de náusea generalizada. Somos un país estafado por los cuatro costados. Un objeto de burla masiva. Una calle ciega y podrida. Como si aparte de registrar la basura para conseguir algo de comer, el venezolano sintiera que el propio aire que respira también es basura. El inventario de exabruptos y desatinos se ha mezclado con lo canallesco. Parecemos ratones de laboratorio bajo un experimento que busca precisar cuánta decepción es capaz de tolerar una sociedad entera. Se nos ha empozado el alma en un charco que tiende a expandirse cada día más. ¿A qué asirnos? ¿Hacia dónde mirar? ¿Terminamos de darle de baja a la esperanza? ¿El capítulo que nos queda es el “sálvese quién pueda”? ¿Ahora se trata del “todos contra todos”? Me niego a aceptarlo. Me doy de bruces contra mi propio desánimo. Le grito. Le exijo una reacción. No podemos asumirnos como una enfermedad terminal. Sí, hemos entrado de lleno en la orfandad. Somos el desierto. Y la noche es intraficable de tan larga. Somos la exasperación de la derrota. Hasta la muerte nos insulta llevándose poetas a destiempo y músicos que nos hicieron grande la sonrisa.
Quizás, tal vez, toca viajar hacia adentro de nosotros. Repensarnos como país de una forma inclemente, sin placebos, sin darnos el chance de tolerar un espejismo más. Quizás es el momento de entender en toda su responsabilidad lo que significa ser ciudadano y dueño de un gentilicio. Apostar a nosotros en lo más recóndito, como un grupo humano sitiado y sin alimentos, emboscado, que ha cancelado las vanas ilusiones, y necesita desesperadamente sobrevivir. Más aún, reinventarse. Quizás sea la hora del compromiso más importante con nuestro talante civil. Quizás se trata de organizarnos entre nosotros mismos. Apelar a todas las estructuras de pensamiento que integran a un país. No pueden haber existido en vano nuestras aulas de clase, nuestros maestros, nuestros referentes morales. No puede haberse extinguido todo. Quizás toca buscarnos con rudeza en esta intemperie. Registrarnos a fondo. En esta llaga viva que hoy somos. Decantar nuestras miserias y contradicciones. Prohibirnos un paso en falso más. Abolir las incoherencias. Espantar tanta mediocridad. Apelar a nuestra mejor condición posible de padres, vecinos, amigos. A eso que nos hace amar cuando amamos. A lo que nos hace humanos, y no piedra o musgo o poste. A las capas más exigentes de nuestra dignidad. Y que sea el hambriento, el enfermo, el preso, el exhausto, el deprimido, el indignado, el terco, el exiliado, el tajante, el herido que hay dentro de todos nosotros el que nos reúna alrededor de un mismo objetivo. Que tengamos la capacidad de reaccionar convocando a las juntas de vecinos, a los académicos, a los estudiantes,  a los sindicatos, a los líderes parroquiales, a los que creen en los derechos humanos, a tanta gente agraviada, a tanta gente decente que aún existe en este mapa de escombros, a los que les importa un bledo el poder, e incluso a los políticos de buena fe, en definitiva, a todo aquel que sienta un profundo duelo en su cédula de venezolano, a organizarnos para salvar el país.
Es una tarea de enorme, inmensa complejidad. Ya el país se ha convertido en un drama colectivo y, por eso, solo de forma colectiva debemos afrontarlo. Esa lista que apenas insinúo contiene casi treinta millones de personas. El “patria o muerte” con el que nos arrastraron hasta esta pavorosa tribulación  no puede convertirnos en una pobre patria muerta. Que en nosotros esté el oxígeno de una nueva oportunidad. Que seamos protagonistas y ya no seguidores y víctimas. Que seamos capaces de un fenomenal proceso de redención colectiva. Cruzar el resto de desierto que nos toca, pero solo para alcanzar esa punta que es todo comienzo. El dilema es claro y arde ferozmente ante nuestros ojos: o nos refundamos como sociedad o desaparecemos como nación.
Leonardo Padrón




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¿Qué viene ahora?

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                       LUIS VICENTE LEON

El Universal

La fractura de la oposición, luego de las regionales, es evidente. Pero en realidad, es precisamente su división previa a esos comicios uno de los factores que explican la derrota, si consideramos que se enfrentaba a una elección no competitiva (la base del problema), que exigía unidad y participación total para mostrar la mayoría pese a todo.
Son muchos los factores que dividen a la oposición, pero el más importante es la visión sobre cómo enfrentar al gobierno. Para un primer grupo, la lucha debe ser electoral, incluso enfrentándose a una condición sesgada e injusta. Este grupo conoce las limitaciones de una lucha desigual y sabe que no es suficiente ser mayoría. Necesita garantizar participaciones masivas y presionar para lograr negociaciones políticas que mejoren las condiciones competitivas de los procesos electorales. El segundo grupo considera que se perdieron todas las posibilidades de una lucha electoral y de una negociación política. Piensa que cualquier participación en comicios electorales convocados por el gobierno es validar instituciones y actos ilegítimos. Su propuesta es luchar, interna y externamente, para lograr a salida del gobierno del poder, por cualquiera otra vía. Después del resultado negativo de las acciones de protesta, su expectativa se centra hoy en la ayuda internacional como pivote del cambio. Las sanciones, el aislamiento y la asfixia económica del gobierno son percibidas como mecanismos de presión para lograr su objetivo.
Ambos grupos coinciden en la necesidad de cambio, pero se separan sobre la forma de cómo lograrlo. El primero quiere presionar una negociación que abra opciones de cambio electoral. El segundo busca presionar la salida inmediata del gobierno, sin necesidad de negociación alguna.
Esos dos grupos han tenido liderazgos que los representan, pero los resultados negativos de las acciones de calle y ahora de las regionales dejaron maltrechos a los líderes de estos grupos, y el sentimiento de las base es que la institucionalidad opositora está pulverizada y su liderazgo desgastado y vacío.
Por su puesto que es una situación dramática para la oposición. Podríamos decir que es el peor momento que ha vivido en casi 20 años. No hay reglas de juego internas que permitan dirimir sus diferencias y la posibilidad de replantear alianzas es remota.
¿Qué puede pasar ahora? Es probable que veamos al principio un fortalecimiento del gobierno en poder. Pero también veremos un chavismo que se autocondena a radicalizarse y aislarse internacionalmente para preservar el poder, convirtiéndose en un prisionero de su circunstancia. Es de esperar también una pérdida de relaciones de confianza entre la oposición y la comunidad internacional, al no conseguir esta última interlocutores válidos. Pero las acciones internacionales contra el gobierno crecerán, aunque sin un fin de presión a la negociación política y con impactos negativos, no sólo para el gobierno sino para todo el país. La situación económica tiende a deteriorarse aún más y se conforma una economía dual en la que un pedazo del país se dolariza y una pequeña parte de los venezolanos controla la mayoría de los ingresos y el consumo, mientras el resto se convierte en mendigos del reparto. Finalmente, la demanda de líderes políticos, en todos los espacios hoy vacíos, generará su propia oferta. Esto abre espacios para el surgimiento de tres líderes relevantes que competirán por el control político futuro del país. El líder radical opositor, el líder moderado y el líder chavista.   Las caras de esos líderes podrían ser conocidas o sorprendernos y uno de ellos puede terminar reconectando a las masas y dinamizando un cambio… bueno o no.

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BIN LADEN CONTRA LADY DI

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              CARLOS RAUL HERNANDEZ

Desastre es el balance y los autores desatan el caos para que la gritería encubra sus culpas. Dos terribles años (2016-2017) de errores inconcebibles, y la Unidad se estrella en el peor de los mundos, de nuevo hundida en el lodo negro por asombrosas decisiones de algunos aspirantes a líderes que hoy nos aterrorizan de solo imaginar que llegaran al poder. Con tal grado de niñería política, que destruyó el majestuoso triunfo de 2015, bendito sea si pudieran mantenerse dos meses en un eventual gobierno (y parece mucho). En enero de 2015 Bin Laden estaba acorralado por el triunfo en la Asamblea Nacional. Se respiraba un optimismo bien asido y el gobierno zarandeaba en tres y dos. La estrategia de abajo hacia arriba, no conflictiva, triunfaba y correspondía presionar por aire, tierra y mar para las regionales, desde la locomotora en movimiento del triunfo. Pero a Lady D se le ocurrió cazar pelea en el terreno donde su adversario era más fuerte.
Reapareció la caricatura de política (“calentar la calle” como decía la gaznápira frase) la vía rápida, la polarización, la autoviolencia de sacar muchachos a la calle-calle para que la muerte los enfriara, y surge el imposible, demencial revocatorio. El espíritu discapacitado de “la salida” se posesionó de individuos a los que se suponía por error algún sentido de la realidad. El RR era la opción catastrófica para el gobierno, la única que no estaría dispuesto a permitir. Varios emisarios profesionales salieron de la nevera a restar importancia a las elecciones locales, porque ya andaban de tiendas para los estrenos de Miraflores. El Rey Leonidas, los hubiera arrojado en el pozo de Esparta por deslenguados, prepotentes y torpes. Los Bin Laden celebraron a carcajadas cuando los Lady D se metieron en la autotrampa del RR: ¡se ahorcaron solos!
Paraíso para inocentes
Tenían el mecanismo conformado con el CNE y el TSJ para burlarse de la candidez que juraba sacarlos a patadas y sin negociación. Cosa de inocentes, porque las transiciones se dan cuando el que se va obtiene garantías y seguridades del que viene, pero en la Stultifera navis había euforia. Exigieron sacrificios a la ciudadanía, colas, enfrentar violencia de los colectivos. Al final, Lady D se llevó su bofetón, rodó y nos hizo rodar a todos. Una cruenta decepción en los ciudadanos a los que habían acostumbrado a la vía gradual y de consenso, y que sin el menor respeto, explicaciones, ni niño muerto, los pusieron sin anestesia en la acera contraria. La salida aunque fracasada, cobraba vigencia en argumentadores tartajeantes a favor de acciones que hasta el día de ayer habían combatido.
Y en 2017, sin razonar ni aprender sobre la derrota, ni dar manifestaciones de la más elemental inteligencia, sino de arrogancia que se siente sobrada, arrancan con el mismo error: el espíritu burlón, frívolo e irresponsable convoca a la calle-calle, los trancones, los plantones, el secuestro de los vecinos opositores en sus casas. Llama a enfrentar y derrotar militarmente a la Guardia Nacional en las calles (“les quedan bombas para dos días… y están cansados”). Un genio estratégico del derecho revolucionario diseñó la trilogía 350-referéndum popular-hora 0, en una de las voladas político-jurídicas más desopilantes de las que tenga memoria, tanto que parecía un capítulo de Locademia de policía. Era difícil saber cuál era la sensación más intensa que provocaba aquel desfile de surrealismo: ridículo o preocupación. Naturalmente no hubo “elecciones generales”, “Maduro vete ya”, ni el cuartelazo democrático amablemente solicitado.
¿Dirigentes por casualidad?
Solo otra depresiva derrota que desató la entropía entre aquellos a quienes llevaron al matadero. Ciento treinta familias de luto por la frivolidad y el desvarío. En medio del aplastamiento, la paliza buscada, la incapacidad para dirigir ni una partida de perinola, hubo que disparar desde el piso y participar en unas elecciones en las que se trataba de derrotar al gobierno y esa parte de la oposición que solo sirve para vejar y destruir, pero no sabe ni cambiar un bombillo. De hecho, incineraron lo que habían ganado, con lo que siembran dudas sobre si esos réditos fueron más bien cosas de la vida. Por fortuna los gobernadores adecos actuaron con valor y concurrieron a la provocación, concebida para niñas malcriadas, no adultos. La montó el régimen que se burla de nuestras debilidades, insensateces, mediocridades y sabe cómo quitarnos de las manos fácilmente lo obtenido con superesfuerzos.
Pero los gobernadores no pisaron la bomba tobillera y superaron la prueba de tarupidez, sin derramar lo obtenido con mayúsculos trabajos, para complacer al balbuceante populacho de las redes. Solo en cabezas muy vacías puede caber que una trampa cazabobos puesta por Bin Laden con sorna para provocar estallidos de histerismo en espíritus mermados y renunciar a lo que ganamos con tantos riesgos de los votantes, de sus empleos y medios de vida. Se pusieron en movimiento los laboratorios para ensuciar  personas que merecen nuestra admiración y respeto, castigados por no seguir a quienes demostraron que no pueden ni podrán ganarle a nadie, porque no tienen lo que hay que tener. Si nuestros gobernadores hubieran hecho caso a Lady D, hoy no habría futuro. Por el momento quedan ellos como testimonio de que la esperanza no ha muerto.
@CarlosRaulHer
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