domingo, 21 de febrero de 2016

ANECDOTARIO DEL ADIOS

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RAUL FUENTES

 
Quiso la casualidad que, navegando sin propósito por Internet, nos hayamos topado con un portal de misceláneas en el que coincidieron un cuentecillo español del siglo XVII y un chiste de esos que llaman «de salón». La graciosa miniatura narrativa −de autor desconocido y compilada por el hispanista Maxime Chevallier, quien la atribuye al músico, sonetista y acaudalado mecenas sevillano Juan de Arguijo– carece de título y reza así: «Uno que no había visto eclipse de sol en su vida, oyendo decir que lo había al día siguiente, dijo que se había de levantar a verle una hora antes del amanecer»; el chascarrillo, propio de  revistas que envejecen en salas de espera, cuenta que «un detective investigaba los antecedentes de un presunto agente extranjero, y un vecino, al ser interrogado, dijo que el sujeto escuchaba sinfonías; y, de inmediato, preguntó el policía  en qué idioma las oía». 
Más de 4 siglos median entre esas sugestivas historias, cuya comicidad deriva, tanto de la simpleza del que madruga para mirar al cielo sin sol, cuanto de la temeridad de quien formula preguntas que delatan su pavorosa incultura; 400 años y dele, a lo largo de los cuales se han recreado análogas ocurrencias para imputarlas al vecino, al cura, al patrón y, especialmente, a los gobernantes. Y es que, muchas veces, una anécdota, aunque apócrifa o mal intencionada, retrata mejor a un personaje público que sus acciones; y, a pesar de las demasiadas glorias que algún viceministro de la verdad y la corrección endilga a los héroes –es decir, a Chávez y su cohorte  golpista–, y a las aún más abundantes infamias que carga en el balance de lo villanos –la burguesía, la derecha, el pelucón, los  gobiernos de Estados Unidos, Colombia y España, los sobrevivientes de la estigmatizada IV República, en fin, todos los no alineados al anacronismo bolichaviano–, nada ha impedido que la maledicencia de un embajador haya colgado a Maduro el sambenito de la ignorancia y comentado que este, cuando se hizo cargo de la Cancillería, habría preguntado a un ministro consejero dónde quedaba “la otra mitad del Medio Oriente”. El comentario, artero y falaz, no era, sin embargo, gratuito: ponía de bulto su escaso conocimiento de la región y de su protagonismo en el negocio petrolero, cuestiones fundamentales para el diseño e instrumentación de nuestra política exterior.
Hoy estamos pagando por una pésima gestión de la industria petrolera, que durante los tres últimos lustros se caracterizó por el vivalapepismo, el dispendio y la imprevisión por parte de un régimen sin imaginación, apegado al libreto que los Castro prepararon para el inmarcesible comandante –que, sin modificación alguna, sigue ensayando Nicolás– en el que se privilegia con cargos gerenciales a oficiales de la Fuerza Armada Bolivariana por el solo hecho de ser militares –esta es una revolución militar, proclamó el eterno–, sin importar que desconozcan de la misa la mitad. Entrampado en la telaraña de su incompetencia, el desahuciado jefecillo civil sabe que si no renuncia lo renuncian; que habrá de salir por las buenas, porque si no, colmada la paciencia ciudadana, deberá hacerlo por las malas.
Imponer a toda costa su chimbo paquetico de emergencia y desconocer, apoyado en una corte judicial integrada en buena parte por magistrados espurios, las prerrogativas constitucionales de la Asamblea Nacional, como hace Nicolás, es buscarle al gato más patas de las que tiene y apostar por que se produzca un estallido social que justifique otro tipo de emergencia. Claro, y en ello lleva razón Ramos Allup, que en el camino podría recibir un contundente puñetazo que ponga fin a su mandato por la vía del knock out. Lo sabe y ahí está, no el detalle que diría Cantinflas, sino la obscena concesión petrolera otorgada a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, para que, desde una suerte de franquicia de Pdvsa, el estamento militar –Padrino & Cía.– explore, produzca y comercialice hidrocarburos y minerales (oro, coltán, diamantes) dentro y fuera del país, con la particularidad de que los accionistas de la flamante Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas, Camimpeg, solo reportarán al ministro de la Defensa, lo que es percibido como un putsch económico.
La mayoría democrática está moralmente obligada a desmontar tan impúdico engendro y poner término al ping-pong en que ha devenido lo que iba a ser, se conjeturaba, la madre de todos los enfrentamientos. No hay que darle más cabuya al papagayo; llegó la hora de la verdad, de decirle a Maduro hasta aquí llegaste, se acabó tu cuarto de hora, así que corres o te encaramas; cuanto antes, mejor. Después habrá tiempo para elaborar el anecdotario del adiós, contar cómo fue que se eclipsó y en qué idioma le cantaron las cuarenta.

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