jueves, 11 de febrero de 2016

DETRÁS DE LA EXPLOSIÓN DE RUMORES


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   ANGEL OROPEZA
  
EL NACIONAL
 
Llegó febrero, y con él una repentina ola de rumores sobre la estabilidad del gobierno, y sobre la supuesta inminencia de su caída. La gente cita pretendidas informaciones provenientes de las fuentes más diversas según las cuales Maduro ya estaría negociando su salida, y al fascismo militarista venezolano solo le quedarían pocas horas de vida.
Ciertamente la historia nos enseña cómo en momentos de fuertes cambios o de crisis sociales los rumores aumentan porque ante la incertidumbre y los huecos de información se inventa cualquier cosa para llenarlas. En otras palabras, ante la angustia y la falta de certeza surge la distorsión. Sin embargo, así como los rumores pueden ser originados por situaciones de incertidumbre, también sirven para orientar comportamientos sociales. Y es justamente aquí donde radica su potencial peligro. En que algunas personas lleguen a estar tan convencidas de la supuesta veracidad del rumor, que terminen sustituyendo la realidad por este último y guíen su conducta política en función de él.
¿Usted recuerda cuando hace apenas unos meses algunos afirmaban con total seguridad que no iba a haber elecciones parlamentarias, y que en el caso negado de que las hubiese ya estaba todo arreglado porque el gobierno “no se iba a dejar”? En respaldo de tan sólida certeza, los creyentes alegaban conocer (siempre, por supuesto, porque “alguien” se los dijo) de reuniones secretas y movimientos de trastienda donde ya eso estaba decidido y que, en consecuencia, no se podía hacer nada. Si la dirigencia de la MUD, comenzando por su secretario ejecutivo, no hubiese sido lo suficientemente inteligente para evitar caer en la trampa de estos rumores, no habría nunca desarrollado la exitosa estrategia de penetración popular aguas abajo que finalmente le dio el triunfo, y la hubiera sorprendido la inminencia de la elección convencidos de que ella nunca iba a ocurrir.
Los rumores de hoy hablan de un gobierno arreglando maletas, porque ya decidió irse. Cuidado. Una cosa es que el madurocabellismo esté en su etapa terminal, y otra muy distinta que ya esté acabado o que falten solo horas para que abandone el poder. Haber entrado en su fase de declive no significa que pueda predecirse su fin, ni siquiera que no pueda mantenerse artificialmente en el tiempo a pesar de su estado agónico. El calificativo “terminal” no hace referencia a una realidad cronológica sino a una condición situacional, asociada con el desgaste de la autoridad, la declinación de los apoyos populares, y el ocaso de la emoción –ya lejana y superada– que caracterizaba los inicios del actual modelo político.
El madurocabellismo no solo es un desastre, sino que además ya es inviable. Pero sigue vivo y en el poder. Todavía le queda mucho dinero, recursos de represión, andamiaje institucional y la necesaria ausencia de escrúpulos para intentar sostenerse remando contra la corriente de los hechos y de los tiempos. Por ello el peligro de que la reciente explosión de rumores pueda frenar o desviar la única estrategia a la que el gobierno teme, que es la insistencia opositora en la organización popular y en la convicción de la vía electoral como único instrumento efectivo de cambio social.
Frente a esta estrategia, y a semejanza de las estrategias goebbelianas, aparecen rumores –algunos de ellos impregnados de un insoportable hedor militarista– que buscan paralizar a la gente, sacarla del esfuerzo organizativo y llevarla a un estado psicológico pasivo-expectante, en el cual se refuerza el pensamiento mágico de las soluciones fáciles y voluntaristas, y se retrotrae a la población a estadios fantasiosos alejados de la realidad. Nadie va estar pensando en organizarse ni en preparase para nuevas y necesaria luchas en ese estado.
La apuesta de algunos sectores interesados parece apuntar en esa dirección. Dejémoslos solos con sus rumores, y no le hagamos el juego a quienes solo merecen ser vencidos como lo hacen las grandes naciones: en las urnas y a punta de pueblo.

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