RAUL FUENTES
El pasado domingo, tres colaboradores de estas páginas, que elaboran sus columnas según lineamientos disímiles en lo que respecta a sustancias y circunstancias, coincidieron sobre un aspecto del acontecer nacional que es percibido como rasgo dominante del régimen, inherente a su naturaleza autoritaria y concomitante con su génesis cuartelaria: la dependencia creciente de militares que, al jurar obediencia a la voluntad del amo que los guía desde el más allá, justifican su adhesión al irregular traspaso de mando que puso a Maduro en el culmen del poder y lo vistió con el excesivo camisón de comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Tres voces, pues, se levantaron para expresar sus pareceres acerca del rol de una institución que, dependiendo de cómo se le mire, es pieza fundamental o piedra de tranca del tablero político.
Comencemos –las damas, primero, como postulan los manuales urbanidad y buenas maneras– con Alicia Freilich quien, al disparar sus afilados dardos con destreza y puntería de curtida periodista contra el flanco corrupto de la FANB, clama por «una operación limpieza» que extirpe los tumores malignos que la infectan y se pregunta: «¿Hasta cuándo se puede pedir paciencia popular frente al manchado populismo militar?».
Continuemos con Rodolfo Izaguirre; desde su inspirada trinchera, el autor de Alacranes transformó –con admirable habilidad para yuxtaponer imágenes simbólicas a las tropelías del bolichavismo ordinario– la metamorfosis de los lepidópteros en afortunada metáfora a fin de dar pie a pertinentes interrogantes: «¿Pero no es acaso nuestro sistema democrático una crisálida? ¿No vuela alegremente la mariposa en tiempo sensiblemente corto para caer bajo el mortal alfiler del militar depredador, tosco y de enervante autoritarismo?».
Por su parte, Fernando Ochoa Antich –general retirado que sabe cómo es el merequetengue en el estamento marcial y ocupaba la cartera de Defensa cuando el «hasta siempre comandante» apareció en la escena vernácula, a la cabeza de una deplorable y chapucera sublevación, con sangriento saldo que hasta la fecha permanece sin cobrar–, cuyos escritos nos revelan los arcanos de lo que para muchos es una sociedad secreta, sostiene que «los venezolanos conocemos perfectamente que existe una nueva camarilla militar, enriquecida obscenamente y que compromete cada día el destino de la institución, mientras sus compañeros de armas, dedicados exclusivamente a funciones militares, viven modestamente de sus limitados sueldos».
Esa convergencia de juicios y sentires refuerza la sospecha de que el país, más que gobernado, es regentado, por una cofradía militar que explota sus recursos cual si fuesen botín escatimado al enemigo –la población civil que no disfruta de lo que, por derecho, le pertenece– y se da el lujo de obtener concesiones petroleras por vía de la adjudicación directa y graciosa de parte de quien pareciera ser su apoderado, el inefable y tambaleante jefe del Estado que por estos días intenta, sin éxito, aplacar los enardecidos ánimos de los que ya no apuestan por él, sino que le reclaman por todo las calamidades (largo, tendido y tedioso es el listado) suscitadas por su incompetencia y la falta de previsión de la administración que dice o cree gestionar y que, sin un ápice de vergüenza, sigue almacenando en los anaqueles del aplazamiento y las promesas incumplidas; ahora, en el pináculo del cinismo, acusa a la mayoría disidente y democrática de auspiciar un arrebatón de la «propiedad social» para devolver a sus legítimos dueños empresas confiscadas y paralizadas –Vielma Mora, al ser nombrado coordinador de uno de los tantos improvisados parapetos de ocasión, de ostentosa denominación y eficacia nula, la Comisión Nacional de Economía y Producción, se pronunció a favor de una medida similar a la contenida en proyecto de Ley de Producción Nacional satanizada ahora por su Señor–, lo cual es, si no una inadmisible simplificación, un inexplicable rechazo al propósito de impulsar una economía basada en la productividad y no en la ociosidad y el despilfarro.
Con esa falacia, el jefecillo carmesí procura retrasar un adiós cantado y que el grueso de la ciudadanía considera irremediable; así es: gana tiempo Nicolás para que su cesantía se concrete después de concluir el cuarto año de su mandato, de modo que el vicenico se ponga las botas y no proceda el adelanto de elecciones –¿estallarán de júbilo los cueros en Curiepe?–; tiempo para no someterse a un conteo que presagia atroz para su partido. Y aunque por allí están pautados los comicios para gobernadores y si las cosas siguen como van es presumible que el PSUV se quede con muy escasos chivos y casi ningún mecate; mas, como reza el lugar común, el tiempo apremia y cualquier hipótesis puede venirse abajo con una aventurada reacción del partido que impera a la sombra, ¡atención... Fir!, el de los pasos de ganso, sables y charreteras.
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