domingo, 14 de febrero de 2016

LOS SUPERHÉROES TAMBIEN SE EXPONEN


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TULIO HERNANDEZ

Las calles hablan. Basta ponerles cierta atención para encontrar en ellas datos que adelantan, o por lo menos ratifican, lo que las estadísticas económicas y las encuestas de opinión concluyen. En eso pienso mientras recorro el bulevar de Sabana Grande la tarde del martes de Carnaval cuando me encuentro con Superman.
Está de pie. Junto a una tanquilla del Metro de Caracas. Concentrado en el efecto que sobre su capa roja produce el chorro de aire tibio que brota a un lado, entre las rejillas. El mismo que levantaba las faldas de Marilyn Monroe y se hizo fotografía legendaria en la década de los 60. El rostro de serio goce del disfrazado anuncia que en cualquier momento despegará.
A un lado pasa el Capitán América. Mira la escena con cierto desdén. Camina también una Odalisca que deja en el aire una sonrisa. Los tres deben tener entre 5 y 7 años de edad. Pero Superman ni se inmuta. Con los brazos adelante, ya en plan de vuelo, debe mirar el mundo caraqueño desde la distancia de las azoteas.
Esta tarde de Carnaval la densidad de superhéroes en el bulevar es alta. Pasan El Zorro, Spiderman, la Mujer Maravilla. También reinas y princesas trajeadas de blanco, capa roja, cetro y coronas. A lo lejos se distingue un Bolívar, minoritario y extraviado. Pero, aunque me esfuerzo, no encuentro ni un solo niño disfrazado de militar a lo Hugo Chávez. Con aquellos trajes verde oliva de campaña, botas negras y boinas rojas de paracaidista que, años atrás, por estas mismas calles, se multiplicaban como chiripas. Algo cambió. El silencio también cuenta.
Una interpretación apresurada nos habla del desencanto y la restauración. En la Quema de Judas la población, incinerándolos o ahorcándolos, expresa su condena a los personajes públicos que lo hacen mal. En los disfraces elegidos para sus hijos, o seleccionados por ellos mismos, los padres y los niños expresan su Utopía, un grado confiable de admiración por el Otro en quien convertirse al menos durante los días de Carnaval.
La Utopía por ahora se ha tornado distopía: ¡Adiós a los paracaidistas!, parece ser el acuerdo silente. Ya nadie quiere encarnar a ninguno de los héroes golpistas de 1992. Es tiempo de desencanto. También de restauración. La gente común se refugia de nuevo en las mitologías del show business globalizado. La cháchara antiimperialista roja no logró expulsar a Superman, ni a sus iguales, del imaginario de masas local. Quizás porque el gran símbolo de la supremacía norteamericana defrauda menos. Cumple su promesa básica. Aún le afecta la kryptonita pero sigue vivo y volando. Lex Luthor y su imperio del mal no pueden con él.
Por razones de capitalismo salvaje, además, es más barato. En las tiendas de la zona un disfraz promedio cuesta entre 10.000 y 20.000 bolívares. En cambio, uno de superhéroe americano, made in Korea, pret-a-porter, se consigue en 2.900. En la Venezuela de la desigualdad, una trabajadora doméstica gana en un día entre 500 y 600 bolívares. Menos de un dólar.
La pobreza, como la peste, cuando se hace epidémica muerde en todos los nudos del tejido social. La gente se aferra a su derecho a la fiesta, pero la pobreza puede más. En el bulevar se respira una especie de alegría fastidiada. No ceder ante el infortunio, parece ser la meta. Pero los negocios de la zona no prestan los baños a los urgidos porque el agua está racionada. Las serpentinas son incomprables. Los más entusiastas se resignan a pequeñas bolsas de papelillo que esparcen racionándolo. Un paquete del tamaño de dos puños, cuesta medio salario mínimo.
Al caer la tarde la calle se va calentado. Las máscaras de los adolescentes que en grupos dispersos arriban al lugar cubren el rostro de la barbarie. A eso de las 9 de la noche estalla un ritual violento conocido como “la tángana”. Los enmascarados saquean detergentes de Farmatodo y lo esparcen en la calzada. Hay bombas lacrimógenas, disparos, botellazos. Heridos.
La pobreza te obliga a administrar la esperanza con criterio de escasez. Pienso en el Superman de la Plaza Brión y deseo que haya llegado sano y salvo a su barrio. Nada más. Para que siga volando.

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