AXEL KAISER
Asumamos por un minuto que la idea según la cual la desigualdad es inmoral por definición es correcta. Si ello es así, entonces, como sociedad debemos hacer todo lo posible por castigar a los creadores de desigualdad, y no solo eso, debemos condenarlos públicamente como inmorales por crear una sociedad más injusta. Para tener claro quiénes son esos despreciables personajes, debemos primero entender cómo surge la desigualdad en un orden de mercado. Imagine usted un pueblo muy pobre pero muy igual, sin antibióticos, sin celulares ni computadores, sin agua potable, sin electricidad, etc.
En otras palabras, imagine una sociedad como aquella en las que vivían nuestros antepasados. Esta sociedad, desde un punto de vista igualitario, es perfectamente moral, pues no hay grandes diferencias de ingresos, oportunidades o calidad de vida. Suponga por un momento que un hombre del pueblo, angustiado por la falta de alimentos para su familia, tiene la genial idea de inventar un invernadero. Al poco rato esa familia tendrá más alimento que las demás y, por cierto, más oportunidades de sobrevivir.
Desde el punto de vista de la ética igualitaria, esta sociedad es ahora más inmoral que antes, pues se ha creado una desigualdad que no existía. Desigualdad que no solo beneficiará al que inventó el invernadero, sino también a sus hijos, quienes no tienen ningún mérito por el ingenio de su padre y, por tanto, según ciertos igualitaristas, no merecen ese alimento más que otros niños que no tuvieron la suerte de tener un padre tan creativo. Los justicieros igualitarios deberán, por tanto, destruir tan pronto puedan el nuevo invernadero.
Ahora bien, como los seres humanos no son meros espectadores de buenas ideas, si los justicieros fracasan en su tarea, después de un tiempo muchos comenzarán a copiar la nueva tecnología, generando un incremento en la calidad de vida de sus familias. Esto ocurrirá hasta que se generalice el uso de invernaderos y todo el mundo esté mejor. Pero el problema para el igualitarista está lejos de terminar. A poco andar, a otro habitante se le ocurre inventar una medicina para una peste que mataba a mucha gente. Como al principio la capacidad de producción de la medicina es limitada, solo unos pocos podrán acceder a ella, creando una enorme desigualdad en materia de oportunidades para sobrevivir. Esto sería, desde un punto de vista igualitario, intolerable, pues antes había una sociedad donde todos tenían las mismas oportunidades en materia de salud y ahora hay una donde unos pocos se diferencian radicalmente de otros. Si por algún milagro los inventores de la medicina sobreviven a la persecución de los justicieros igualitarios, ocurrirá con ella lo que con el invernadero: tras el paso del tiempo, la nueva medicina se masificará y todos tendrán acceso a ella.
En pocas palabras, habrá progreso universal. Esa es la historia del capitalismo. Tome el ejemplo de los celulares. Hace quince años solo gente muy rica podía tener uno y era de muy baja calidad. Hoy cualquiera tiene uno más barato y de mejor calidad que el que tenía el habitante más rico del mundo hace quince años. La lista de cosas que han seguido esa lógica es infinita. Solo un "ideologópata" podría negar que la igualdad absoluta, es decir, la capacidad de consumo efectiva en el mundo se ha incrementado de manera sostenida gracias a los creadores de desigualdad, que es lo mismo que decir, creadores de riqueza.
Pero las ideologías son materias de fe, dijo el Nobel de Economía Douglass North, y aquellos que adoran la igualdad como algo bueno por definición, en general ellos mismos sin renunciar un mínimo a las comodidades que el capitalismo les puede ofrecer y a la desigualdad que con ello encarnan, deben condenar como inmoral al único sistema que nos ha igualado hacia arriba. No es casualidad que estos ideólogos ataquen tanto a los empresarios pues, a fin de cuentas, los empresarios son creadores de riqueza y consecuentemente de desigualdad relativa. Son ellos quienes nos sacan del idílico mundo igualitario en el que todos somos igualmente pobres para meternos en el infierno donde todos somos desigualmente ricos.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 23 de febrero de 2016
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