EL PAÍS, EDITORIAL
La visita de Francisco a México es, sin duda, la que hasta ahora tiene más marcado carácter social de su pontificado. Asuntos como inmigración, narcotráfico, tráfico de armas, equidad o protección del medio ambiente están en la agenda del viaje al segundo país con más católicos del mundo —el primero es Brasil— y en el que la Iglesia se ha visto sacudida en los últimos años por el escándalo de los casos de pederastia relacionados con los Legionarios de Cristo, organización fundada por el mexicano Marcial Maciel.
Aunque Bergoglio ya se ha expresado claramente respecto a los abusos sexuales contra menores en el seno de la Iglesia, se trata de un asunto en el que jamás sobrarán ni serán reiterativas las condenas, las peticiones de perdón ni las medidas necesarias para evitar que esas situaciones puedan volver a repetirse alguna vez.
Particular expectación han levantado las palabras que Bergoglio pueda dedicar a la corrupción, uno de los principales males que atenazan a la sociedad mexicana. No se tratará en este sentido de una referencia cómoda para el Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, que, a pesar del compromiso que ha demostrado en este campo, todavía tiene una larga tarea por hacer.
Resulta particularmente acertada la visita a Ciudad Juárez, donde se encarnan la mayor parte de los males que denuncia Francisco en sus mensajes: violencia, explotación, tráfico de inmigrantes y blindaje del mundo rico respecto a los más necesitados. Las palabras de Bergoglio serán un buen contrapunto al mensaje de Donald Trump.
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