domingo, 23 de octubre de 2016

EL PAPA NEGRO

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      CARLOS RAUL HERNANDEZ

El Papa Francisco acaba de realizar una sofisticada operación de equilibrio de poder, por medio de dos grandes honores a Venezuela. Designar el ahora Baltazar Cardenal Porras, un adalid a ultranza del retorno a la democracia, que ha corrido riesgos y recibió abyectos insultos por su defensa de la libertad. Y Papa Negro al padre Arturo Sosa, uno de los ideólogos prácticos más importantes de la Teología de la Liberación en Venezuela, la forma que cobró dentro la iglesia Católica la marejada universal y arrolladora de Fidel Castro. La crearon un grupo de brillantes curas revolucionarios, estimulados por el ejemplo de Camilo Torres, sacerdote y oligarca colombiano que fue a morir en las filas del ELN en defensa de su convicción (“por qué no unirse… di por qué, si nos unieron, el fusil y el Evangelio es las manos de Camilo”).
Época del padre Ernesto Cardenal, figura estelar de la revolución en Nicaragua, de Monseñor Arnulfo Romero, asesinado en Salvador, de la inmolación de Allende, de la “Iglesia pobre contra la Iglesia rica”. Inspirados en las tesis del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, afirmaban que la Iglesia tenía que estar contra “el capitalismo”:.. “…la globalización de la economía lleva claramente a la falta de solidaridad de nuestras sociedades. La Teología de la Liberación en Latinoamérica es la primera alternativa contra el capitalismo. La mercantilización global de todas las cosas…”. Después de mucho tiempo exilada por Juan Pablo, la Teología de la Liberación está de regreso en el Vaticano con Francisco, que hace reeditar en 2014 el libro Pobre y para los pobres de Gerhard Ludwig Müller y Gustavo Gutiérrez. Sosa fue un factor importante en ese tormentoso período para Venezuela de finales de los 80 y 90.
Transubstanciación
Junto con Monseñor Mario Moronta, y un grupo de intelectuales, empresarios y políticos, fueron artífices de la demolición de los contrafuertes morales de la democracia, y difusores de los argumentos del chavismo. Hay que confiar que haya transubstanciado su pensamiento desde las raíces, como el vino en sangre de Cristo y que hoy ayude a reconstruir la vida civilizada desde una posición de tanto poder. Conocemos la reflexión del padre Sosa, sus trabajos entre los que destaca uno sobre Rómulo Betancourt (Del garibaldismo intelectual a la izquierda criolla) pero hasta ahora no un ensayo suyo –tal vez existe– en el que explique lo que debería un hombre de ideas de su talla, que dedicó parte tan importante de la vida a la revolución, una vez conocidos los resultados. Por lo menos un libro o un folleto habrían servido para saber que saldaba cuentas, como dijo Marx “con mi conciencia filosófica anterior”.
En un pensador, cuya función social es esclarecer los caminos colectivos, semejante viraje no requiere silencio sino una explicación consistente porque equivale a un guardián que se queda dormido en su turno. Se exige mucho más que a cualquier simple, como los llamaría San Agustín, para el que bastaría con la frase “me engañaron” o “me equivoqué”. Un error es una eventualidad, un producto del azar, un resbalón, una confusión en la que cualquiera puede incurrir, pero en el caso de espíritus superiores es otra cosa. No es un fallo, sino el fracaso integral de una filosofía del hombre y de la sociedad. La historia de las ideas está llena de grandiosos libros en los que un autor ajusta cuentas consigo mismo, como hace San Pablo en su obra y el  mencionado San Agustín en las Confesiones, y solo disfraces de intelectuales argumentan que tenían razón cuando eran chavistas y también ahora que no lo son.
Proyecto para renacer
En décadas Sosa dejó escrita una concepción revolucionaria, enjundiosa, sistemática y sus decisiones políticas no fueron ni remotamente improvisadas. Una autorrevisión de ese período, un viaje al fondo de sí mismo sería una lectura esencial para entender lo ocurrido en el país en estos terribles años y por qué triunfó el socialismo del siglo XXI. Allegados a él cuentan que bastaba que dijese “tengo ganas de hablar” para que pasado mañana saliera una página completa suya en alguno de los principales periódicos. Por eso su silencio en tiempos de cólera se hizo una incógnita y esa reciente declaración que dio, ya investido en el Vaticano: “ni el gobierno ni la oposición tienen proyecto de país” resulta desconcertante. El gobierno revolucionario llegó con un proyecto que condujo en todas partes del mundo al mismo corolario y sorprende que intelectuales no lo supieran, si el Muro de Berlín cayó diez años antes del triunfo de Chávez.
Quien haya vivido en Venezuela en estos 17 años sabe que la oposición fraguó, bruñó y pulió un concreto programa de recuperación que contiene los fundamentos elementales de la vida civilizada: vigencia de la democracia, el Estado de Derecho, la apertura económica, la descentralización del poder hacia la sociedad y la atención a los sectores populares, víctimas de la utopía oscura de la revolución. No suena lógico igualar moralmente los dos factores, ponerlos en el mismo plano, porque uno ha destruido casi todo y el otro se empeña en evitar el abismo, aun acosta de su seguridad y tranquilidad personales. Pero tal vez Sosa se coloque en el centro para poder ejercer una influencia mayor. Padre: puede ayudar mucho a que su país no se desplome y la oportunidad de hacerlo es excepcional.
 @CarlosRaulHer

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