LEANDRO AREA
Nada más estresante y absorbente en estos días, horas, minutos y segundos, que seguirle los pasos a los saltos de rana y no perderse exhausto frente a los inusitados, sorpresivos, voluminosos, tensos, intensos y encandiladores eventos que rodean al proceso de la paz en Colombia. Que si no, que lo diga el lenguaje.
Menos mal que tenemos en frente la campaña presidencial en los Estados Unidos y estamos a días tan solo del revocatorio en Venezuela. Que nada en exceso es bueno mijo y en todo caso al que le pica es porque ají come.
A estas horas ya y por ejemplo el Ejército de Liberación Nacional (ELN) ha iniciado formalmente “sus” conversaciones de paz en Caracas (“la nueva capital mundial del diálogo”) con el gobierno neo granadino, que quede claro y que se sepa, dándole un nuevo giro al tema de la negociación política, ahora la suya y no la pasada, con sustento social y no elitesco.
Mientras, el gobierno de Colombia moviliza a la gente en la calle: ¿con la aviesa intensión de desconocer los resultados electorales? Y así como en una historia sin fin, la guerrilla, la otra, las FARC-EP, la envejecida, desoja la margarita frente al Caribe mar, el escenario internacional vuelve, escurridizo como siempre, a otras agendas justificadoras de la quincena de sus funcionarios, y la realidad, con impávida puntualidad, gatea rumbo a sus rutinas.
Deberíamos estar preparados ya a estas alturas de la vida para reaccionar frente a la incertidumbre que se presenta a cada rato en la sala de emergencias y partos del análisis donde se requiere de respuestas, rápidas y necesarias. El vicio de comprender y opinar exige, muerde y no perdona. El de actuar es distinto.
Tendría que existir algún manual operativo como ese que poseen y utilizan bomberos ,médicos y demás, para desenvolverse eficazmente, mientras se puede, frente a lo que acontece a nuestro alrededor, montaña rusa, y se prenden los semáforos de la incertidumbre y la complejidad, irreverentes ambas. Pensar es farragoso.
Dicen que el sentido común es la mejor de las brújulas. No estoy seguro de ello y menos cuando me enfrento a sorpresas como la colombiana donde el realismo mágico se quedó en pañales de tela y Cien Años de Soledad, la narrativa básica del realismo mágico, no es sino una guía introductoria y superficial para turistas miopes, desprevenidos y desarmados frente a lo que ocurre por aquellos rumbos tan tropicales ellos.
A todas éstas se nos vendió la idea que la paz en Colombia era un proyecto posible, realizable, y pensamos que así lo sería. Y si no que lo digan los dueños de las encuestadoras que todos veían ganar al SI “de calle” en el plebiscito de hace tan pocos días y ya parecen siglos. ¿O es que fueron todos comprados, “enmermelados” como dicen allá en la hermana República, mandados a decir que SÍ; o es que estaban temerosos de decir la verdad a sus patrocinantes. O es que en el momento preciso de sus afirmaciones estaba realmente ganando el SÍ y en los últimos días cambió todo? No me atrevería a afirmar en este espacio nada que no sea cierto, pero de que se equivocaron, se equivocaron; y cuánto.
En esas circunstancias, los extravagantes y sorprendentes resultados que arrojó el plebiscito desbarataron a todos los tinglados que se habían armado cada quien para sí. Ni siquiera fue necesario del huracán Matthew para echar por tierra o por la borda el castillo de naipes construido, lo que trajo consigo, ya que la realidad no se detiene, un cambio necesario e impuesto por las circunstancias sobre el escenario de la paz, en el guión, en los actores, luces, cámaras, acción. El show debía continuar, como dicen en Hollywood, pero con nuevas reglas de juego no siempre muy claras ni tampoco compartidas y aceptadas por las partes ¿Qué partes? A eso me refiero al hablar de bamboleo.
Cartagena y su teatro había quedado atrás cual cumbre borrascosa. El tupido y extenso mamotreto de 297 páginas donde no se escribe la palabra “perdón” una vez ni siquiera y no para ofrecerlo sino para pedirlo a los millones de víctimas de guerra, flota sobre las olas herido de desdén.
Así cambió abruptamente la paz de geografía, de escena, de intensidad, de médula, de núcleo. Descendió en la agenda de los asuntos principales del Presidente de Colombia, por la urgencia que todo político que se respete escoge ante las situaciones de peligro: sobrevivir a como dé lugar.
En la sociedad colombiana por su parte, el tema desocupo con desgano electoral el sitial emotivo que se le había asignado en razón de tantos reflectores. La gente quedo exhausta. La política ocupa nueva silla.
En esas fue que, como si nada, Santos llamó a Uribe, hasta hacía pocas horas su peor enemigo, aunque ahora su nuevo mejor amigo, su soporte, a pesar de no haberlo expresado ya que estaba de más; un gesto basta. “Venga a Palacio y nos tomamos un tinto Presidente”.
Pastrana allí también, Martha Lucía Ramírez, y otros tantos. Gaviria al contrario, precursor del SÍ, corresponsable creador de la extraña “justicia transicional”, ahora alejado, es lógico, silente, interrogativo, impune. Otros también. Faltó el Centro Carter y demás en la foto de los ausentes de esta hora. Así es cuando se pierde; así es cuando se gana.
Pero vinieron además, milagros, en ayuda de su ego balsero tan irrefrenable a pesar del hábito del poker, el Nobel de la Paz sin la Paz y la invitación de la Reina Isabel, tan bogotana ella, para que el propio Juan Manuel se pasase unos días de cachaco respiro en los predios del brumoso castillo de Buckingham. Comenzaba un nuevo capítulo, en el que ahora andamos a traspiés pero pendientes.
Y a todas éstas y por fin: ¿las FARC de los desvelos de Colombia por dónde andan? Pues que fumándose un “Cohiba” me dicen, en actitud rebelde, imitando a Fidel cuando aspiraba, frente a las cámaras de televisión, en Cuba, desde La Habana para el mundo, en un lobby hotelero frente al mar por supuesto, donde la vida es más sabrosa al decir de Leo Marini y de tantos entre los que me cuento, y sin ganas, menos mal, de regresar al monte y sus mosquitos a echar bala.
Leandro Area.
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