Rasgos populistas del Gobierno venezolano en el siglo XXI partiendo de la tesis de Werner Müller
Derkis Arevalo M.
El populismo se ha convertido en un
sistema de dominación y división de sociedades, al mejor estilo del
apartheid en la Sudáfrica del siglo XX. Un método de perversión,
sumisión y de separación de una clase sobre otra.
En la agenda mundial el populismo está
cobrando cada día mayor fuerza, no sólo en los gobiernos democráticos
con tendencias ideológicas de derechas e izquierdas, sino también en sus
respectivas alas radicales, denominadas como “ultras”, originando
fracturas, retrocesos y debacles.
La hipercatálisis política, social,
económica e institucional que atraviesa Venezuela no es mera casualidad,
es producto de un conjunto de decisiones populistas desacertadas que se
adoptaron desde los inicios del nuevo milenio, con la entrada en
vigencia del Gobierno del militar Hugo Chávez Frías. Él impulsó un
sinnúmero de reformas al sistema de gobierno que, metódicamente, fueron
socavando la estructura burocrática del Estado Nacional. Así, resultó
afectado el modelo de una República Federal descentralizada con
mecanismos de planificación centralizada en la gran mayoría de los
sectores estratégicos, ejes fundamentales para el desarrollo
socio-económico de un país que cuenta con una sustancial reserva mundial
de petróleo.
En el libro ¿Qué es Populismo?(2016),
el profesor alemán Jan-Werner Müller, de la Universidad de Princeton,
describe de forma histriónica once características de los gobiernos
populistas, cuyos desenlaces son sistemas totalitarios y autoritarios
para sostener el poder político. Entonces, partiendo de la tesis de
Werner Müller, “los populistas siempre hacen daño al sistema democrático
reivindicando que ellos son los únicos que representan a la mayoría”.
A continuación se interpretan los
atributos que han llevado praxeológicamente al Gobierno venezolano a ser
calificado como un sistema populista; cuestionado y tildado de régimen
dictatorial, autoritario y totalitario por organismos internacionales.
Se parte de los rasgos profundizados por el investigador europeo,
haciendo las comparaciones y observaciones sobre cómo Venezuela recorrió
–y recorre– las sendas del populismo, como mecanismo de dominación de
una élite sobre el resto de la sociedad.
El antielitismo. Se
culpa a la élite política, económica, o simplemente urbana, de colocarse
de espaldas a las necesidades del pueblo. En Venezuela, el Gobierno por
más de una década culpa a sus adversarios de todo los problemas de la
nación, calificándolos como clase oligarca. Ahora, los que ostentan el
poder son la nueva y única élite que, a espaldas de las necesidades del
pueblo, tienen un estándar de vida digno de la elitista burguesía
mundial (gran parte de las familias de los jerarcas viven en el
extranjero).
El exclusivismo (sólo “nosotros”).
Quienes detentan el poder son los auténticos representantes del pueblo,
los “otros” son los enemigos del pueblo. En Venezuela es el discurso
sistemático. Sin la revolución bolivariana (chavismo-madurismo) el país
no tendrá paz, progreso, ni estabilidad. El adversario natural, la
oposición, es apátrida, terrorista, enemiga y culpable. El Gobierno no
acepta medirse en elecciones libres, directas y secretas. Se vale del
Poder Electoral para armar un sistema corporativo de elecciones –como la
fraudulenta, desde su génesis, Asamblea Nacional Constituyente– o
sencillamente utilizar la nueva herramienta de inhabilitaciones para
impedir a líderes optar a un cargo de elección popular.
El caudillismo. Se
cultiva el aprecio por un líder que es el gran intérprete de la voluntad
popular, alguien que trasciende y supera a las instituciones, cuya
palabra se convierte en el dogma sagrado de la patria. En Venezuela,
todo, absolutamente todo, gira en torno a la figura de Hugo Chávez.
Influye en cada una de las estructuras del Estado, originando en una
parte de la población idolatría (iconografías). Hoy en día han sido
derrocadas por la misma población, inclusive aquellos que un día le
apoyaron. No obstante, los jerarcas se alejaron de las ideas de su
líder, cuya toma de decisiones dependía de la voz del pueblo. Hoy esa
voz es corporativa, al mejor estilo de Benito Mussolini.
El adanismo (por Adán).
La historia comienza con ellos. El pasado es una sucesión de fracasos,
desencuentros y puras traiciones. En Venezuela, la quinta república fue
el nacimiento de una nueva era. En contraste con la cuarta república que
duró cuatro décadas, en la actual se han profundizado de manera
alarmante los errores del pasado: corrupción, pobreza, división, odio,
miedo, impunidad, desfalco, destrucción masiva de los recursos y
riquezas existentes.
El nacionalismo. Una
nefasta creencia en la propia superioridad que conduce al proteccionismo
o a dos reacciones aparentemente contrarias. En Venezuela, el
chavismo-madurismo es el único que tiene un proyecto país que ha llevado
al progreso de la patria. Sus discursos son sólo eso, declaraciones
utópicas (masificadas por el control de los medios públicos de
comunicación). Por ejemplo, se creó una lista de opositores al régimen,
llamada “Tascón”. Cualquier ciudadano que concursara para algún cargo
público era automáticamente rechazado si estaba en ella (exclusión).
El estatismo. La acción
planificada del Estado, y nunca el crecimiento espontáneo y libre de la
sociedad y sus emprendedores, es lo que, supuestamente, colmará las
necesidades del pueblo amado, necesariamente pasivo. En Venezuela, las
consecuentes adquisiciones forzosas de empresas privadas productivas,
que pasaron a ser administradas por el Gobierno, originaron la
destrucción del aparato productivo nacional. Casos emblemáticos: Cemex,
Agroisleña, Café Madrid, Fama de América. Hoy se encuentran quebradas,
sin producción, y ahora son una carga para el Estado.
El clientelismo.
Concebido para generar millones de estómagos agradecidos que le deben
todo al gobernante que les da de comer y constituyen su base de apoyo.
En Venezuela, el Gobierno elige, decide y otorga beneficios, tales
como: alimentación, vivienda, salud, telefonía, mediante la figura del
Carnet de la Patria, excluyendo a quienes no lo posean, sencillamente
por pensar distinto a su postulado.
La centralización de todos los Poderes. El caudillo o la cúpula dominante controlan el sistema Judicial y el Legislativo. La separación de Poderes y el llamado check and balances
son ignorados. En Venezuela, el Poder Ejecutivo dicta al Tribunal
Supremo de Justicia (TSJ), Contralor General, Poder Electoral y
Defensoría del Pueblo cómo actuar. En 2017 hubo ruptura del orden
constitucional por parte del TSJ, que asumió competencias
constitucionales del Poder Legislativo, que tiene legitimidad de origen y
de desempeño. Igual sucede con el endeudamiento externo, que requiere
aprobación de la Asamblea Nacional y fue reemplazado por el Poder
Judicial. La comunidad internacional no acepta estos artificios. Es así
que cuando los resultados electorales no favorecen al Gobierno busca
todos los caminos para ejercer su poder y dominación, aunque ello
vulnere el pacto social.
El control y manipulación de los agentes económicos.
El banco nacional, o de emisión, se vuelve una máquina de imprimir
billetes al enloquecido dictado del Ejecutivo. En Venezuela, el Banco
Central de Venezuela (BCV) perdió autonomía y se utiliza para la
impresión de dinero inorgánico que demanda el Poder Ejecutivo para
mitigar el crónico déficit fiscal.
El doble lenguaje. La
semántica se transforma en un campo de batalla y las palabras adquieren
una significación diferente. “Libertad” se convierte en “obediencia”,
“lealtad” en “sumisión”. En Venezuela, la imposición del Gobierno sobre
los medios de comunicación le permite tener el control de los
contenidos, en los que la semántica es la manipulación. Por ejemplo,
meses atrás la fiscal general de la República, por encima de sus ideales
políticos, exhortó a los distintos Poderes del Estado a tomar las
sendas del hilo constitucional y respectar el pacto social, rápidamente
fue catalogada por sus camaradas como traidora y desleal.
La desaparición de cualquier vestigio de cordialidad cívica asociada a la tolerancia y la diversidad.
Se utiliza un lenguaje de odio que preludia la agresión. El enemigo es
siempre un “gusano”, un “vende patria”, una persona entregada a los
peores intereses. En Venezuela, la expresión de aversión al Gobierno
–por su desgastado discurso, violación a las leyes, inacción e inercia
en las políticas públicas– fue la protesta pacífica en las calles, lo
que provocó intimidación, violencia, represión, persecución, odio y
rabia, de parte de quienes deberían garantizar la seguridad ciudadana:
la Guardia y la Policía nacional.
Todos estos elementos han socavado,
deteriorado y llevado a la debacle al sistema democrático venezolano
alcanzado en el siglo pasado. De manera tal que el Gobierno sí tiene
todos los rasgos del populismo y se ha convertido en un sistema de
dominación y división de la sociedad, que pone en un segundo plano el
bienestar común para la satisfacción social. El acento está en el
sostenimiento del poder a toda costa.
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