ELIAS PINO ITURRIETA
EL NACIONAL
Los fenómenos históricos marchan con calma hacia el cementerio. Su
desaparición no es automática. Está sujeta a pugnas entre el presente y
el porvenir que parecen interminables. La búsqueda de la inmediatez de
los cambios es una ilusión sostenida en las necesidades de quienes
padecen las vicisitudes de una época determinada. Sin embargo, la
inmediatez es detenida por la influencia de los factores que han hecho
domicilio en el interior de un establecimiento y pretenden permanencia,
pese a los deseos de quienes claman por una mudanza perentoria. El reloj
habitual no sirve para medir el tiempo de las grandes transformaciones
de la sociedad. Solo tiene utilidad para calcular el horario fugaz de
quienes lo llevan en la muñeca. La impaciencia está condenada a perder
la batalla con los dominadores de los grandes procesos que conmueven a
las sociedades. Son cosas que no digo por primera vez, las he asomado en
el aula y en mis páginas, pero vuelvo a ellas cuando veo la
juramentación de los adecos ante la constituyente y las iras que ha
provocado. Trataré de explicarlas desde mi deformación de historiador.
La “revolución bolivariana” no es una novedad en el transcurso de
los hechos esenciales de la segunda mitad del siglo XX, sino una señal
de postrimerías. En la década anterior al advenimiento de Chávez, o
quizá antes, sucede un declive de la democracia representativa que
facilita la posibilidad de lo que parece un desenlace, pero que solo es
la evidencia del pronunciamiento de una decadencia que todavía no puede
llegar a su desembocadura. La precariedad creciente de las
organizaciones políticas, la importancia cada vez menor de los
liderazgos dominantes, la mengua de la capacidad de convocatoria que
antes movía masas entusiastas y crédulas, la multiplicación de actos de
corrupción que pasan impunes permiten que unos protagonistas nacidos y
crecidos en el seno de la misma situación se ofrezcan como reemplazo y
remedio. El ocaso los invita, les pone alfombra para el tránsito, porque
son parte de la misma fauna aunque se anuncien como figuras de una
realidad distinta. El “socialismo del siglo XXI” es propuesto e iniciado
por actores semejantes a los que quieren sustituir, parecidos como
gotas de agua, criaturas del mismo vientre y guiñoles del mismo teatro
en ruinas. No se les teme porque son asunto conocido, porque han actuado
en las esquinas de la sociedad sin convertirse en amenaza inmanejable.
Pasan de la periferia al centro, en el desarrollo del único libreto que
pueden escribir unos autores extenuados y simular unos histriones que
han perdido el imán. Ni siquiera las consignas son nuevas, ni las
proclamas ni los uniformes de los lanzadores de arengas tempestuosas.
Vienen del mismo vientre, mientras el público siente que contempla un
debut. Ilusión, porque estamos ante un asunto de familiaridad.
Los factores del pasado que sienten el riesgo de su fin buscan
avenimientos que les permitan supervivencia. Miran hacia una fauna del
mismo pelaje viejo y seco, aunque esté retocado con colores de moda,
para evitar el empellón que de veras los saque del juego. Cuando la
sociedad se propone en medio de tropiezos infinitos, entre tumbos que
parecen infructuosos, la inauguración de tiempos nuevos y realmente
diversos, los elementos decrépitos se juntan para disimular su
agotamiento, o para prolongar un moroso viaje a través de gestos
desesperados. La reunión de los adecos juramentados con los
juramentadores de la “revolución” no es el encuentro de lo viejo con lo
nuevo, del presente con unos antecedentes dormidos en sus túmulos, sino
lo más parecido a la armonía de los ancianatos. Los ancianos se las
arreglan para seguir dando guerra. Sienten que las malas artes de la
juventud los han dejado en la orilla del camino y se aferran a las
vitaminas fabricadas en su cocina, que les darán un tercero o un cuarto
aire que no quiere soplar.
En consecuencia, la operación de supervivencia no viene ahora de
una transacción de fuerzas antagónicas, sino del lazo que establecieron
desde antiguo para seguir en el candelero. No llevan a cabo una
traición, por lo tanto. Solo ponen cuatro pulmones para inflar el mismo
salvavidas. Si preguntan sobre el hasta cuándo, si quieren saber sobre
lo que debe suceder con la logia de vejestorios, debo recordar que el
cronómetro de la historia se toma su tiempo.
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