¿Innovadores?
Me escribe una amiga, preguntándome sobre las decisiones que debe
adoptar la oposición con vistas al 2018, y me dice que le preocupa, de
parte de la dirigencia política opositora una actuación con tanta
cautela, con silencios incomprensibles, como si no entendieran realmente
lo que está pasando; con ello se incrementa la angustia y se marca
distancia con la posibilidad real de enfrentar el poder de la tiranía
chavista y lo que ella representa para el futuro del país.
Ha existido desde hace décadas una suerte de rutina cultural,
existencial, en la forma de proceder de buena parte de nuestra
dirigencia, política, empresarial, privada, profesional. Se ha copiado
mucho, improvisado más, -hoy en medio de un clima psicológicamente
angustiado y lleno de incertidumbre- y se ha construido, con ello, un
país que combina, en una especie de “rompecabezas a la criolla”, alguna que otra práctica del primer mundo, con el subdesarrollo más obvio.
Leo en la prensa, por ejemplo, que el béisbol venezolano ha avanzado
muchísimo -gracias, entre otras cosas, al apoyo sostenido a las pequeñas
ligas infantiles y juveniles-, al punto de que este año exportaremos
casi mil peloteros para jugar en el exterior -principalmente a los
Estados Unidos, pero también a Japón, Corea del Sur, Europa o México-.
Claro, es el mismo país que tiene niños que se están muriendo de todo
tipo de enfermedades que se creían definitivamente erradicadas.
La verdad, había pensado escribir exclusivamente de la dirigencia
política, pero resulta que el mal es general, no especializado. Pienso,
sin hacer alarde de haber conseguido ninguna conclusión científica, sino
por mera observación de la realidad, que tenemos los políticos que
merecemos, porque somos igualitos a ellos, en nuestro propio ámbito de
actuación. Tenemos los abogados que nos merecemos (que han hecho del
sistema de justicia el horroroso esperpento que sufrimos y del cual
somos casi todos víctimas, con las excepciones conocidas), los
ingenieros que nos merecemos, constructores de modernas estructuras
habitacionales pero incapaces de hacer hasta el día de hoy un centro
comercial con un estacionamiento decente. Y así, sucesivamente.
Mencionemos unos hechos que van más allá de las fronteras patrias:
Todavía hay mucha materia pendiente resuelta hace tiempo en otras
partes, como la inversión en educación, o en tecnología. Los
latinoamericanos no encabezamos ninguna lista mundial de innovación, y
nuestras universidades, la mayoría estatales, no están entre las 200
mejores del mundo. Ni cerquita siquiera.
El pequeño estado de Israel produce más patentes al año que toda América Latina junta. Y,
como decía recientemente un amigo, es bueno celebrar un premio Nobel de
Literatura, tan meritorio como el que le correspondiera por ejemplo a
Gabriel García Márquez o a Mario Vargas Llosa, pero, más deberemos
celebrar cuando se comiencen a obtener premios Nobel en ciencias,
medicina, o economía.
Creo que Venezuela tiene el récord latinoamericano en materia de
partidos políticos. Al parecer tenemos más de ochenta, mientras que el
país que va en segundo lugar, República Dominicana, apenas tiene poco
más de veinte. En buena medida, la crisis en la representación, que
hizo metástasis en los noventa, se debió no sólo a la corrupción, o al
medrar de la antipolítica –nacida en el propio seno de los partidos-
sino a un modelo hiperpresidencialista, con instituciones débiles, y un
sistema de partidos atomizado y clientelar, en medio de un petroestado
con fallas y carencias pantagruélicas.
Junto con los cambios de la Venezuela futura, que debemos discutir
todos los venezolanos, haciendo propuestas más allá de los cenáculos
partidistas o los sanedrines de expertos, está la necesidad de abordar
los cambios en la política, empezando por la herramienta fundamental,
los partidos, hoy más en crisis que nunca.
En una real democracia participativa, la política partidista no es ya
el elemento que comanda todas las decisiones. La participación, como un
hecho horizontal, más que vertical, exige la generación de ciudadanos,
más que de votantes, sobre todo cuando se lucha contra una dictadura.
Por ello, la política debe reconocer y aceptar la aparición de nuevas
formas coordinativas, de alianzas ciudadanas, a través de redes
tecnológicas, menos estructuradas, no jerárquicas, pero que inciden de
forma cada vez más importante en la conformación y construcción del
debate y de la decisión política.
Los políticos latinoamericanos deben ser vistos, en su papel de
decisores de lo público, como agentes constructores de acciones que
añaden valor a nuestras vidas, y que ese valor se reparta con criterios
de justicia consensuados. Hay que asumir lo posible no con desdén ni
resignación, sino con un marco de acción innovador.
Una cosa debe quedar clara en materia de cambios futuros: debemos ser
audaces, no repetitivos ni resignados. Es verdad que, como dijera
alguna vez un secretario general de AD, no somos suizos. Pero ello no
quiere decir que tengamos que ser subdesarrollados por toda la
eternidad.
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