SALIR DEL BAJON
SIMON GARCIA
La reconstrucción de la democracia es
impensable sin partidos y el fortalecimiento de estos sólo es
políticamente eficaz dentro de una estrategia unitaria. La unidad debe
ahora traducirse en actividades para acompañar y orientar a la gente en
el infierno que es ganarle la mano cada día a la subsistencia. Los
partidos necesitan ir a una inmersión social.
El mundo inevitable, sentido y sufrido
es el de las necesidades. El mundo, más distante y a veces ajeno, es el
de la política. Sus aristas se tocan, pero la tendencia es a coexistir
como ámbitos separados. Una de las misiones de los partidos es religar
estos dos mundos, generar espacios para crear ciudadanos y
proporcionarle a las bregas materiales, un horizonte político. Una tarea
más efectiva que mil menciones en tuiter.
Pero los partidos pueden ser aislados
por sus burocracias, extraviados por un patriotismo de fracción que se
cree superior a la gente. Ese piso ilusorio estimula liderazgos que sin
tener votos ni balas hablan como si les sobraran. Representan un
pensamiento extremista que llama a la calle sin concierto, sueña
mágicamente con un levantamiento popular o delira con una huelga general
cuya realización no está a su alcance y sobre cuyas consecuencias ni se
detienen. Practican la política como lance, decretando paradas con
irresponsabilidad.
Existen otros que rechazan las balas,
pero cuyo bajo caudal de votos y el temor a ponerlos en riesgo, los
lleva a no enfrentar al pensamiento extremista, a inhibirse y dejarse
llevar por la sobrerealidad que nace desde las redes sociales. No
dirigen.
Finalmente hay quienes, aún en medio de
la debilidad general de los partidos, rechazan las respuestas violentas
que induce el gobierno y saben que la democracia no nace de la boca de
los fusiles. Persisten en conquistar, entusiasmar y crear conciencia en
nuevos seguidores a partir de estimular su participación,
representarlos y defenderlos, aunque no resulte fácil ni pueda lograrse
sin enfrentar la ola de falsos radicalismos y de propuestas extremas
para pescar en la desesperación y el desencanto de la gente.
Estos últimos son la esperanza y hay que
prestarle más apoyo porque, nos simpaticen o no, forman parte de la
vanguardia útil que ha sido indoblegable en su enfrentamiento al
régimen. Cierto que después de convertirse en mayoría, social y
electoral, no evitaron un proceso de desacumulación de fuerzas. Pero sin
una articulación de su concurso no es viable convertir el descontento
en energía de cambio.
La peculiaridad es que la pérdida de la
mayoría por parte de la oposición no ha significado que el oficialismo
tenga ahora mayor respaldo social. Su fuerza es producto de la
estatización de la sociedad. Pero por dentro lo que crece en la sociedad
es la rabia contra los gobernantes y el escepticismo frente a la
oposición.
Ese estado de ánimo obliga a las fuerzas
de cambio a redefinir el papel, la estructura y el funcionamiento de la
MUD. A encontrar coincidencias para ser consecuentes con una estrategia
que saque al pueblo opositor del bajón. Sin unidad no hay salidas ni
final para la crisis que nos destruye a todos.
Simón García – @garciasim
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