AL LIMITE
Ramón Peña
Lo
que hoy resta del chavismo ya ni siquiera razona políticamente. Por
elemental sentido común de la política, una retirada a tiempo le hubiese
abierto posibilidades de vida futura al PSUV. Dejarles a la oposición
mayoritaria las dificultades de administrar este terrible caos económico
y social y las durezas de un obligado periodo de ajustes, habría sido
su senda para la sobrevivencia, con posibilidades ciertas de un comeback.
Pero
sus capitostes tienen otros motivos que los impulsan a rechazar una
conveniente renuncia al poder: los asalta el fantasma de la justicia que
los aguarda cuando pierdan su investidura. Miraflores y Fuerte Tiuna,
más que centros de poder son refugios donde se guarecen, prisioneros de
sí mismos, de su propios miedos. Se presumen fuertes, pero ni siquiera
gozan de la libertad de salir a las calles, de asistir a un estadio, de
compartir públicamente. Solo se reúnen con sus alabarderos para
proyectarse en unas cámaras de TV controladas. No pueden disfrutan ni de
la sensualidad del poder.
Es
el poder de unas bayonetas sin capital político ni económico: 8 de cada
10 venezolanos los adversa, la mayoría ni les ama ni les teme, los
desprecia; quedaron sin recursos más allá de sus propios cálculos, es un
gobierno mendicante, endeudado, sin crédito en los mercados
internacionales para atender las carencias de la capacidad productiva
destruida por ellos mismos. Nunca en tiempo de paz se juntó tanta
miseria, nunca gobierno alguno fue tan desprestigiado y condenado
internacionalmente, nunca presidió alguien que se mostrase orgulloso de
su propia ignorancia…
Sentarnos
a aguardar que esto termine por una imaginada implosión implica cada
día un costo social de crueldad para todos. ¿Qué autoridad que no dimane
de nuestra propia fortaleza –claramente superior a la del esperpento
gobernante- estamos esperando para trazar la ruta de liberación de esta
satrapía? ¿Qué hace hoy concretamente nuestro liderazgo democrático…?
¡Estamos al límite!
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