TULIO HERNANDEZ
EL NACIONAL
Se trata de Leonardo Ruiz Pineda y de Ramón J. Velásquez. Ambos nacieron en el Táchira un día 28 de 1916. En septiembre el primero. El segundo, dos meses después. Ruiz Pineda, en Rubio. Velásquez, en Colón. Se conocieron en la secundaria, en San Cristóbal, y desde entonces, unidos por la literatura y la política, fueron amigos entrañables.
Juntos se fueron a Caracas y vivieron a plenitud el renacimiento político e intelectual posterior a la muerte de Juan Vicente Gómez. Fueron testigos y actores del nacimiento de los partidos políticos modernos y tuvieron la dicha de participar, en 1948, en las primeras elecciones universales y libres para elegir un Presidente de la República en las que obtuvo el triunfo nuestro escritor mayor don Rómulo Gallegos. Ruiz Pineda se convierte en uno de sus ministros.
Una década más tarde, a Velásquez le corresponde ejercer de secretario del Presidente Betancourt, y en 1993, en ese trance absurdo de nuestra historia que significó el golpe judicial contra Carlos Andrés Pérez, es investido como Presidente de la República.
Vistos desde el presente, fueron dos figuras clave en la construcción de la democracia. Cuando Gallegos fue derrocado por otro miserable cuartelazo, ambos van a dar a la cárcel. El primero en 1948, el segundo en 1953. Ruiz Pineda fue asesinado. Velásquez le sobrevivió, asumiendo siempre responsabilidades públicas, hasta el 2014.
Que Ruiz Pineda fuese asesinado a la edad de 37 años en Caracas, por dos agentes de la Seguridad Nacional, hizo que su memoria quedase asociada casi exclusivamente a la condición de mártir político. Se conocen menos sus otras facetas, la de intelectual y agudo analista, y la de periodista y editor.
En 1944 fundó en San Cristóbal una librería y una editorial bajo el esperanzador nombre de Mundo Libre. También un periódico, Fronteras, que dirigió asociado al periodista Gregorio González Lovera. Allí mantuvo una columna, Ventanas al mundo se tituló, en la que analizaba varias veces a la semana los procesos políticos de locales y el escenario internacional.
Su carrera política fue fulgurante. En 1938 milita en el clandestino PDN que luego devino en Acción Democrática, del que fue dirigente nacional. A los 28 años fue secretario de la Junta de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt. Unos meses después, es nombrado gobernador del estado Táchira en donde enfrenta pacientemente una violenta oposición ultraderechista y clerical. En 1948 fue ministro de Comunicaciones en el efímero gobierno de Gallegos. Y en noviembre de 1949, luego de salir de la cárcel, con su partido ilegalizado por la dictadura y los líderes históricos en el exilio, se convierte en secretario general de AD. Al frente de la lucha clandestina ocurre su asesinato el 21 de octubre de 1952.
Conocemos el pensamiento de Ruiz Pineda gracias al fervor de su amigo Ramón J. Velásquez quien, en un libro titulado Ventanas al mundo, el número 17 de la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, reunió un buen número de artículos de prensa, discursos, una precoz autobiografía y el prólogo al Libro Negro de la dictadura.
Un pensamiento de convicción democrática, profunda y radicalmente antimilitarista y explícitamente anti-imperialista, pero no a la usanza antinorteamericana de los comunistas, sino con una visión de izquierda socialdemócrata propugnadora de una economía nacional autónoma, basada en una agricultura y una industrialización vigorosa que promoviera, cuando la palabra aún no se había prostituido, una “revolución democrática”.
Fue rabiosamente antifascista, siguió con pasión las luchas de Gandhi contra el imperio británico, centró sus preocupaciones políticas en la manera de sacar de la pobreza y el atraso cultural a las mayorías venezolana. Antes de que lo hicieran los historiadores contemporáneos, fustigó el culto a Bolívar como una obra perversa de la tradición dictatorial militarista.
Sus ideas, y las de Velásquez, hay que recordarlas en esta noche oscura de mengua democrática y retorno autoritario.
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