Trino Marquez
El golpe que le propinó Daniel
Ortega a la bancada opositora y a los electores, al sacar de forma arbitraria
de la Asamblea Nacional de ese país a la minoría de 16 diputados principales y
12 suplentes, todos del Partido Liberal Independiente (PLI), cuyo líder es
Eduardo Montealegre, ha llevado a pensar
a algunos sectores de la oposición venezolana que Nicolás Maduro puede repetir
ese esquema en Venezuela.
Sin duda que le
gustaría, pero las condiciones de uno y otro autócrata son diferentes. Maduro
no puede decapitar a los diputados de la oposición tal como lo hizo Ortega
porque el presidente nicaragüense está
beatificado por el éxito económico. Luego de haber sido derrotado en 1990 por
Violeta Chamorro, Ortega entendió que para ser un buen déspota en el mundo actual
hay que ser exitoso en el plano económico. Autoritarismo con ruina generalizada
solo era posible, al menos en América Latina, cuando el mundo estaba dividido
en áreas de influencia y, por temor al ascenso del comunismo, Estados Unidos y
sus aliados más poderosos les permitían a algunos gobiernos que martirizaran a
sus pueblos, fuesen corruptos y los mantuviesen sumidos en la miseria. Así
gobernaron durante varias décadas Alfredo Stroessner, en Paraguay, y Papá Doc,
en Haití.
Con la
expansión de la globalización y la nueva legalidad internacional, hay que
realizar elecciones, aunque sean controladas y amañadas. Esta circunstancia
impone una ley de hierro: los
mandatarios están obligados a crear una atmósfera que garantice un cierto
crecimiento económico y una mejora razonable de las condiciones de vida de la
gente. Este principio lo comprendió Ortega. Nicaragua ha mantenido una
creciente prosperidad. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y los Estados
Unidos han elogiado el comportamiento del gobierno, que ha sabido mantener los
equilibrios macroeconómicos, trazar políticas orientadas a fortalecer el
mercado interno y las exportaciones, garantizar la seguridad jurídica de los
inversionistas foráneos y nacionales, aunque la mayoría de ellos pertenezcan a la familia Ortega Murillo y a su
entorno. Nada de expropiaciones, confiscaciones o desafueros parecidos. La insensatez de la década de los 80 quedó
proscrita.
El
relativo auge vivido por Nicaragua desde 2006, cuando Ortega asume el poder
otra vez para no soltarlo más, constituye
la plataforma sobre la que se levanta su autocracia. Hoy controla la
Asamblea Nacional, el Poder Judicial, la mayoría de los medios de comunicación
radioeléctricos, el Consejo Supremo Electoral y mantiene bajo jaque a la
oposición. Al igual que la dinastía Somoza, el orteguismo se adueñó de
Nicaragua, no por la vía de las armas, como lo hicieron los sandinistas en
1979, sino horadando la democracia desde adentro y controlando todas las
instituciones de la nación. Ahora se permite designar como compañera de fórmula
presidencial a Rosario Murillo, su esposa, expresión de un nepotismo solo visto
en países sometidos a la férula de
tiranos obscenos.
A
pesar de su estilo autoritario, y en algunos casos hamponil por la forma como
favorece a sus hijos y allegados, Ortega disfruta de un cómodo respaldo
popular. Pareciera que los nicaragüenses hubiesen renunciado a la democracia
para colocar todas sus expectativas en la estabilidad y el crecimiento económico.
La oposición está dividida, sin posibilidades de articular una política
coherente frente al déspota sandinista. Las encuestas lo favorecen ampliamente
como ganador de las elecciones del próximo noviembre.
Maduro
se encuentra en el polo opuesto. Es igual de autoritario que Ortega, pero su enorme
ineficiencia y gigantesco fracaso económico lo hundieron en el subsuelo. Es rechazado
por más de 80 % de los venezolanos, incluido un buen trozo de chavistas,
quienes quieren que abandone el cargo cuanto antes. Perdería una elección
aunque su contendor fuese el portero de Miraflores. Lo mismo que Ortega,
controla todas las instituciones del Estado, pero carece de popularidad y
reconocimiento. No puede destituir a la representación opositora en la Asamblea
Nacional porque esta obtuvo una ventaja superior a dos millones de votos,
representa dos tercios del Parlamento y forma parte del cohesionado armazón de
la MUD. A diferencia de Ortega, frente al cual la comunidad internacional se hace
la desentendida, Maduro tiene encima todos los reflectores mundiales, desde la
revista Time y CNN hasta el Vaticano.
Maduro
tendrá que ir a una consulta electoral pronto, sumergido en el foso, porque es
la única forma de salir de Miraflores con pocas
magulladuras.
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario