Marta de la Vega
El resultado del plebiscito en Colombia con un inesperado “no” que la campaña oficialista y el gobierno de Santos vaticinaron imposible, la fina tarea de manipulación para inducir como única voluntad válida el “sí” en respuesta a una pregunta vetada por la Corte Constitucional debido a que tenía explícito entre sus términos el de “paz”, objeto de dicha consulta electoral, y la idea de que el “no” era propio de “los enemigos de la paz”, de los “guerreristas” y “fascistas”, sin matices ni más opciones, han dejado perplejos a muchos observadores y analistas.
A esto se agrega la compañía de la comunidad internacional para respaldar un acuerdo negociado y suscrito en La Habana entre el gobierno del presidente Santos y la más antigua guerrilla de Colombia, también distinguida por la crueldad de sus atrocidades y los delitos de lesa humanidad que han cometido.
No pueden ocultar las FARC su incapacidad de arrepentimiento, la justificación que en todo momento han sostenido de sus acciones en aras de una “justicia social” que quisieron imponer a sangre y fuego, con bombas, collares explosivos y asesinatos a mansalva entre los más inermes pobladores de las zonas rurales y los más desasistidos de las periferias geográficas del territorio colombiano (Chocó, Vaupés, Putumayo, Nariño, Cauca, Alto Magdalena y la Guajira), por un lado. Ni pueden negar, con mucho resentimiento y rencor social, por otro lado, los ataques y eliminación de quienes consideraron sus “enemigos de clase”, hacendados, empresarios, políticos y en los años recientes, cualquier persona que cayera en las redes de las “pescas milagrosas”.
Cual modernos amos de la selva, parte del botín de guerra de este supuesto “ejército del pueblo” como se autodenominan las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, implantaron los reclutamientos forzados de niñas y adolescentes a los que sometieron a la servidumbre, hasta la muerte, para atender todas las necesidades de sus comandantes y guerrilleros rasos en campamentos y en combates, con violaciones sexuales sistemáticas desde su reclutamiento, a edades muy tempranas de la infancia, como lo han puesto en evidencia los testimonios desgarradores de sus víctimas.
No cabe duda de sus vínculos con el narcotráfico como plataforma de soporte, al igual que la extorsión y el secuestro, para financiar sus actividades de terrorismo y guerra en contra del Estado y del pueblo de Colombia. Tampoco están en duda sus prácticas primitivas de dominación, el despojo coactivo de alimentos y ganado a los campesinos, la demostración de su poder incluso al comenzar a “ofrecer el perdón” (¡en vez de pedirlo!) en la recta final de la consulta que refrendaría el pacto establecido en Cuba entre las dos partes.
Sin embargo, comenzó un arduo e irreversible camino hacia la paz y el perdón, pero que NO pueden ser alcanzados de modo estable y duradero sin justicia ni penas efectivas, aunque sean mínimas, para los líderes responsables de graves crímenes; NO con una amnistía que declara delitos conexos de “rebelión” el narcotráfico, el secuestro, la tortura y los abusos sexuales reiterados, además del abigeato y la usurpación de tierras y propiedades; NO sin confiscar las riquezas mal habidas de las FARC; NO para favorecer la impunidad y la elegibilidad política, con privilegios especiales, a quienes atentaron gravemente contra la República y la ley, si confiesan sus crímenes en el marco de la justicia transicional.
Los que votaron “sí”, no tenían necesidad de leer el acuerdo. Pero los del “no” debían fundamentar su opción, que no significó rechazo a la paz, ni guerrerismo irracional, sino urgencia de pedir revisar aspectos que sentarían precedentes muy peligrosos, llamado para escuchar otras voces desatendidas a pesar de sus contribuciones, además de las de las víctimas y familiares de quienes murieron o siguen desaparecidos; necesidad de incluir argumentos de quienes plantearon legítimas objeciones, como los dos ex presidentes colombianos que han liderado esta posición. Por primera vez Santos y su gobierno consultan a muy diversas fuerzas democráticas del país. Pero sería muy lamentable que, incluso con premio Nobel de Paz a cuestas, la arrogancia de Santos para escuchar verdaderamente a todos, continúe descalificando a quienes no lo apoyaron, al decir que “por ignorancia” votaron “no”, sin hacer la lectura que corresponde a estos mensajes, o que son “tiburones” que atacan la paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario