viernes, 10 de marzo de 2017

EL RETO DE LA DIRIGENCIA

JORGE MILLÁN

Mucho se nos cuestiona a los miembros de la dirigencia política opositora acerca de una supuesta sordera, o desconexión del electorado, del entreguismo y de supuestos pactos de sumisión. Se nos acusa de no ofrecer una ruta clara de soluciones que conlleven a una transformación inmediata de la crisis, porque el clamor popular es tan fuerte, que las exigencias no lo son menos.
He querido en esta ocasión plantear algunas reflexiones que provienen del más profundo análisis y de revisar el camino recorrido, sin ojeriza a los errores.
Partamos de que el gobierno de Nicolás Maduro dejó ya de utilizar las tácticas – populistas – que usó para mantenerse en el poder y ahora saca a flote su verdadera realidad: es dictadura y es totalitarismo, es un gobierno que ha cambiado la Constitución por decreto. En el mundo de la Academia dar una discusión como esta, es complicado… Sin embargo, si no definimos al gobierno y a la propia enfermedad, es difícil darle la medicina.
Ahora, miremos hacia adentro, para ser justos en nuestro análisis. El año pasado la dirigencia democrática del país creyó que las leyes tenían más fuerza, en un régimen que no respeta las leyes. Teníamos la idea de que las instituciones poseían una capacidad mayor de resistencia a decisiones de violación del marco legal y, entonces el triunfo de la AN se vio diluido al encontrarse con que la aplicación de los instrumentos legales era imposible porque el gobierno lo impidió, no solo por la coacción del Tribunal Supremo de Justicia, sino por el monopolio que tiene de la Fuerza Armada.
Y aquí voy a referirme al aspecto más espinoso, quizás, de nuestro reto como dirigencia: la ruta pacífica y del voto.
Soy profundamente creyente de que las crisis deben resolverse pacíficamente – aunque suene grueso-. Cuando Ghandi lideró el proceso de liberación de India, era pacifista pero en la sociedad había una confrontación; cuando Mandela lideró la lucha contra el Apartheid, era pacifista, pero en Sudáfrica había una guerra.
Confió en que este proceso vive una etapa terminal, que pude ser la etapa terminal del modelo de Chávez y Nicolás Maduro, pero si no se hacen las cosas correctamente, podríamos hablar del fin de la democracia. El gobierno de Maduro es muy débil, pero está frente a una sociedad muy atomizada. Al día de hoy, las transgresiones se han incrementado de una forma exponencial, por lo que a nosotros nos toca definir la medicina.
Hay una dirigencia que aboga por la paz, pero hay una sociedad desesperada porque está pasando hambre. Este tipo de situaciones requieren mucha organización; estamos hoy en medio de una ‘caoscracia’, donde el gobierno favorece un proceso de caos generalizado con grupos paramilitares y de anomia, que les permite controlar a la sociedad. Nos corresponde el reto de ver cómo logramos ese cambio político. Debemos mirarnos en el espejo de la historia, debatir e investigar para aprovechar los caminos que han emprendido otras sociedades bajo regímenes similares al de Venezuela y aprovechar las experiencias positivas para el regreso a la democracia,; donde impere un pacto social establecido mediante el cumplimiento de las leyes y que el pueblo decida su propio destino, con razón o sin ella; con el derecho a equivocarse o no, que confiscan este tipo de gobiernos pseudo religiosos donde la verdad superior está por encima de cualquier debate.

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