VENEZUELA HAMBRIENTA
Trino Marquez
Venezuela está pasando hambre.
Los estudios estadísticos y la evidencia empírica demuestran que una franja
creciente de venezolanos comen cada día menos y peor. Este grave problema se convirtió
en un punto de atención para importantes medios de comunicación internacional y
nacional. BBC Mundo, The New
York Times, The Washington Post y El País, entre otros grandes periódicos mundiales, le dedican cada
cierto tiempo un largo reportaje a temas relacionados con la escasez de
alimentos, las largas colas para conseguirlos y la búsqueda de comida en la
basura. El gobierno ahora es conocido no tanto porque subsidia a sus aliados ideológicos
en América Latina, sino porque dirige
una nación donde las filas gigantescas a las puertas de los supermercados y las
farmacias forman parte del paisaje urbano. Las fotografías de gente de todas
las edades hurgando entre la basura para encontrar algo de sustento recorren el
planeta.
Aquí
en el país, excepto para el gobierno, el tema también se trasformó en materia
de alarma. Distintos especialistas en nutrición e investigadores de centros
académicos alertan sobre la desnutrición y malnutrición, y los efectos nocivos
que estos fenómenos provocan en la población adulta e infantil. Una generación
de niños está naciendo y creciendo con un significativo déficit alimenticio.
Las posibilidades de que esos niños puedan desarrollar sus capacidades intelectuales
son muy reducidas o nulas.
En Prodavinci, el prestigioso portal dirigido
por Ángel Alayón y Willy Mckey, aparece publicado un excelente trabajo, “El
hambre y los días”, en el cual el tema es tratado con densidad. Para describirlo
y contextualizarlo se proporcionan datos tomados de informes oficiales, siempre
atrasados, y de la indagación de Víctor Salmerón, el periodista responsable de realizar ese trabajo especial.
Salmerón completa su exploración con un conjunto de entrevistas a
investigadores especializados en el área. El soporte gráfico lo proporciona Roberto
Mata, maestro de la fotografía. El reportaje, aunque lacerante y descarnado, no
trafica ni se recrea con la miseria. No
hace pornografía de la pobreza, tan frecuente cuando se aborda el asunto. Fue
concebido como un llamado dramático a buscarle solución a una crisis que
compromete el presente y futuro de varias generaciones de venezolanos.
En el colapso
del sistema alimentario se muestra el lado más ominoso del socialismo del siglo
XXI. En él convergen la inenarrable incompetencia del régimen (a quién se le
ocurre nombrar ministros del área a Elías Jaua y a Carlos Osorio, dos
personajes que no saben distinguir entre una cebolla y una pelota de béisbol),
con la sevicia contra los productores
privados y la corrupción en la importación de alimentos. El cálculo alegre,
imaginarse que los precios del petróleo aumentarían indefinidamente, la ceguera
y el deseo de venganza contra los empresarios privados, por los sucesos durante
abril de 2002, de Hugo Chávez, primero, y Nicolás Maduro, después, los llevó a
creer que las importaciones podrían sustituir la producción interna de
alimentos, y que la red de distribución montada por el gobierno suplantaría el tejido
nacional que las empresas particulares habían tramado a lo largo de décadas en
toda la nación. El resultado de semejante irresponsabilidad y esa fatal
arrogancia es palpable: en Venezuela la oferta de alimentos se encuentra muy
por debajo de la demanda de la población. La oferta no puede ser satisfecha por
la importación porque no hay dólares para comprar en los mercados
internacionales; los fundos zamoranos, los huertos
hidropónicos y todos los demás soportes de la “economía popular” que se le
ocurrieron al galáctico, se desplomaron. La demanda tampoco puede ser cubierta
por la producción interna debido a que el gobierno, con las políticas de
control y cerco constante a la iniciativa particular, destruyó a los
productores agrícolas. El aparato productivo interno carece de la elasticidad
para incrementar de forma sostenida y creciente la oferta de productos
agrícolas porque desde hace años la inversión en el campo se contrajo drásticamente.
Para colmo de males, los escasos bienes generados por el agro son captados en
su mayoría por el gobierno, con el fin de distribuirlos entre su clientela a
través de los Clap. En este ambiente incierto y restrictivo fue que se dispararon
la escasez y la inflación.
Venezuela está
hambrienta, no porque una catástrofe natural se ensañó contra ella, sino
porque, algo peor, una plaga maligna se enquistó en el poder desde hace
dieciocho años y no quiere abandonarlo. El primer paso para erradicar el hambre
es cambiar de gobierno.
@trinomarquezc
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