Adiós a la “ola rosada”
TULIO HERNANDEZ
Como “ola rosada” comenzaron a denominar, a finales del siglo XX,
algunos académicos estadounidenses y europeos, la expansión y
renacimiento de ciertas izquierdas latinoamericanas que, a la manera del
chavismo en 1999, llegaban al poder no por vía de las armas, ni con un
discurso marxista radical, sino por el camino electoral. Jugando
aparentemente a respetar la democracia.
Para estos scholars, acostumbrados a justificar para los
países pobres aquellos pecados que no perdonan en los suyos –violación
de los derechos humanos, privación de las libertades democráticas o la
eliminación de la libertad de expresión, siempre que estos fuesen hechos
en nombre de la revolución anticapitalista y el bienestar de los
pobres–, la ola rosada era una bendición. Y una gran esperanza.
Ahora, como ya se había intentado a comienzos de la década de los
años setenta, con la vía electoral hacia el socialismo de Allende, se
podía pensar en un revivalde la izquierda radical pero con un rostro más democrático.
Y la ola cogió cuerpo. Fue como un globo de helio. Color rojo
deslavado. Voló a lo alto sin ataduras a tierra, llenó de expectativas a
los desamparados de la región y le dio un último auxilio –boca a boca–
al dinosaurio agonizante de la revolución cubana.
Pero el globo comenzó a desinflarse y en las últimas contiendas
presidenciales los electores le han indicado a las urnas, como quien
guía a un taxista: “A la derecha por favor”. Acaba de ocurrir, el pasado
domingo, con el triunfo de Sebastián Piñera en las presidenciales
chilenas. Ganó de tan contundente modo que su oponente, el izquierdista
Alejandro Guillier, lo declaró con nobleza democrática como “un triunfo
implacable y macizo”.
América Latina está virando a la derecha. De aquellas entusiastas
fotografías en grupo del privilegiado club de gobernantes constituido
alrededor de la propuesta de “socialismo siglo XXI”, no va quedando
nada. Cenizas y desencanto. Las fotos despiden un penetrante olor a
naftalina y una cierta pátina sepia las envejece.
¿Se acuerdan? Las manos cruzadas. Como cruzados invencibles. Hugo
Chávez, el dueño de la hacienda, engrandecido en el centro. Y alrededor
la sonrisa garotosa de Lula, el perfil indígena de Morales, el
histrionismo de Correa, la gestualidad fashion de Cristina y el bigote
torvo de Ortega. Todos bajo la mirada complacida del abuelito Castro.
Chávez y Castro compraron boletos al cielo de los comandantes
eternos. Correa se halla perseguido y acorralado por su seguidor
Moreno. La Kirchner salió con sus bártulos de la Casa Rosada empujada
por Mauricio Macri, ficha de la derecha argentina. A Morales la
población de dijo que no en la consulta para intentar la reelección.
Lula le dio el testigo a la Rousseff y esta se lo dejó arrebatar por
Michel Temer, de la derecha brasileña.
Con el triunfo de Piñera, la izquierda pierde un presidente más en
América Latina. Es verdad que la de Bachelet era una izquierda
democrática respetuosa de la Constitución. Pero se privó de enfrentar
abiertamente los desafueros de Maduro y Ortega. También es cierto que el
Frente Amplio no ha sido, como el chavismo, un enemigo abierto de la
economía de mercado. Pero mientras Piñera en campaña prometía disminuir
los impuestos para incentivar a los empresarios a generar más empleos,
Alejandro Guillier, el candidato de la izquierda, amenazaba, como un
Maduro cualquiera, con “meter mano en los bolsillos de quienes
concentren el ingreso, para que ayuden a hacer patria alguna vez”.
La izquierda de la ola rosada perdió su tren. La corrupción, el
fracaso económico –no en el caso de Correa y Morales– y el talante
autoritario les arrebató el apoyo popular. Antes generaban entusiasmo.
Ahora tragedias humanitarias.
Y nuevas imágenes. Un cartel de Pablo Escobar representa mejor al
PSUV que la famosa foto pop del Che tomada por Korda. Ya Lula no se
asocia a aquel obrero metalúrgico, sencillo e impoluto, que alguna vez
se propuso, sin lograrlo, acabar con la pobreza en Brasil. Ahora remite a
un ejecutivo de Odebrecht.
Los tiempos cambian. Cierta izquierda aún más. La poética ola rosada devino en tsunami marrón y maloliente.
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