¿Algo bueno para 2018?
LUIS VICENTE LEON
Cuando miras las proyecciones del próximo año, la verdad es que hay
pocas razones para ser optimista. Pinta muy mal. En materia política,
los cambios lucen esquivos y llegaremos con dos derrotas relevantes de
la oposición que parecen fortalecer la posición del chavismo. En las
regionales, porque a pesar de ser mayoría la oposición, el resultado
adverso la fracturó y debilitó severamente a sus líderes. Ahora, en las
elecciones locales, las expectativas no son mejores. No se trata de la
barrida evidente de alcaldías que tendrá el chavismo. Eso es normal,
toda vez que la oposición formal llamó a abstenerse en este proceso.
Perder alcaldías entonces no es un derrota opositora, pues técnicamente
no está participando. El problema es más bien la incapacidad que tuvo de
controlar sus liderazgos y evitar que participaran para boicotear un
evento que considera ilegítimo y sesgado. Con candidatos opositores
corriendo en la contienda y los partidos y la MUD llamando a no votar,
el escenario es demoledor, pues ni habrá una abstención masiva
deslegitimante, ni habrá un triunfo opositor relevante de los rebeldes,
pues aquellos que no participan en municipios imperdibles serán
derrotados, no por el chavismo sino por la propia abstención y división
opositora. Es decir, no ganan ni unos ni otros y ambas posiciones
opositoras parecen condenadas al fracaso. La negociación, que sigue
siendo una tarea importante e indispensable, apenas comienza y sus
resultados no lucen fáciles ni rápidos como para garantizar lo que
realmente debe buscar: la reinstitucionalización del país y la
oportunidad de llegar, en un futuro cercano, a una elección competitiva,
universal, directa y secreta. Algo que luce muy, pero muy poco
probable.
En materia económica, es terrible que Venezuela haya
llegado a la hiperinflación, una enfermedad erradicada en el mundo.
Viviremos su impacto demoledor y un mayor empobrecimiento de la
población y del sector empresarial. Pero hay algo en lo que podemos
cifrar alguna esperanza. Esta podría ser la fase final de la cadena de
deterioro de un modelo económico errado, cuyo fracaso está cantado desde
el principio. La historia indica que la hiperinflación, como proceso
final del primitivismo económico, no suele durar mucho tiempo sin que
las presiones económicas obliguen al gobierno a provocar cambios
económicos severos. Con hiperinflación en desarrollo, las acciones de
control, amenaza y sustitución de lo público por lo privado son
inútiles. El deterioro que causa es tan grande que se generan demandas
de cambio en el pueblo, que son imposibles de ignorar por parte del
gobierno.
Una reacción oficial que intente evitar el reconocimiento
de los costos de reposición en los precios de los vendedores sólo tiene
dos resultados posibles: 1) el crecimiento del mercado negro, con
precios extravagantes o 2) una escasez total de productos en los canales
formales. Si el gobierno permite los ajustes de precios, pero no
cambia el modelo, se produce la hiperinflación tipo Argentina, que
terminó en un plan de ajuste inevitable. Si pretende impedir por la
fuerza los ajustes de precios, tendremos escasez masiva tipo Zimbabue,
pues nadie traerá ni producirá ni venderá mercancías a pérdida. En ese
país, la historia terminó en una dolarización y un acuerdo con el FMI.
La incertidumbre parece ser cuándo el gobierno podría tomar una decisión
de ajuste y el 2018 parece probable. La economía es mucho más rebelde
que el pueblo. Se niega a que la mareen con discursos populistas. Busca
su cauce como sea. No se puede doblegar con decretos. Cuando la amenazan
amplifica su furia. No la pueden apresar. Sus castigos son demoledores y
al final... suele triunfar.
Luisvicenteleon@gmail.com
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