KARL KRISPIN
Mientras toda la prensa mundial abunda
noticiosamente sobre la poshistoria, en nuestro país vemos a diario cómo
se registra la basura para encontrar algo de comida. Las democracias
occidentales avanzan hacia lo que Ronald Ingleheart llamó la
posmaterialidad, a la vez que en nuestra comarca no pasamos de las
noticias del entorno y cómo logramos una sociedad con las calorías
necesarias para los desnutridos. Definitiva y desgraciadamente, estamos
atrapados en la historia con una diferencia: se lucha denodadamente por
regresar al sistema de libertades. Construir reconocimientos es un
asunto secundario. Mientras tecleo estos caracteres es 23 de diciembre,
la ciudad está vacía, apenas unos pocos automóviles surcan la autopista
aledaña y Caracas parece haberse quedado callada. Hace mucho tiempo que
esta ciudad ha hecho mutis. Estamos en vísperas de la Navidad y parece
un contrasentido: ¿será que algunos optimistas impostaron que estábamos
en Nochebuena? Esta supuesta Navidad carece de motivos celebratorios,
salvo los íntimos y familiares. Basta constatar los precios dolarizados y
los salarios fingidos. Leo las noticias recientes: han liberado algunos
presos políticos y celebro que podamos entendernos aunque sea en algún
gesto cercano al espíritu navideño que no se encuentra. No me provoca
darle las gracias a nadie: los liberados siempre fueron inocentes.
Todos los años nos dicen que el
próximo será peor. Estamos acostumbrados a la calamidad desde que
hicimos de la palabra crisis una definición sistémica de nuestra
condición. Los que vivimos y seguiremos en nuestro país hemos aprendido
una lección de vida en los últimos años: hemos desarrollado destrezas
para sobreponernos a pesar del Estado y sus tenazas. La inmensa
población, económicamente informal, es una prueba de ello. Cada jefe de
familia venezolana es un emprendedor, un manejador de catástrofes y
escenarios. Quienes creemos en el liberalismo, sabemos que venceremos y
convenceremos. Llegará algún día en que desconozcamos el nombre de
nuestros gobernantes. Habremos conquistado la tierra al estilo
nietzscheano.
Cada día que transcurre, la política
del día a día, la envilecida, nos cerca y condiciona más. Nuestro tiempo
cotidiano nos obliga a hablar de ella, a rendirle pleitesía, a mirarla
de frente. Es tiempo de pensar más en términos individuales, en
construirnos como individuos y realizarnos plenamente. El día que
dejemos de nombrar a los innombrables, que no los acojamos en nuestras
vidas, que nos los prohibamos, realizaremos la idea liberal de fijarnos
nuestro propio destino. No se trata de un cuento de Navidad. Es un modo
de cambiar la sociedad para desmontar los colectivismos. En cada uno de
nosotros habita el verdadero soberano.
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