SIN PRONOSTICOS QUE IMPORTEN
ELIAS PINO ITURRIETA
EL NACIONAL
La mayoría de las conversaciones de los
venezolanos gira alrededor del futuro inmediato. En las tertulias
familiares y en los encuentros fortuitos de las colas predominan las
interrogantes sobre lo que pasará con nuestras vidas. Ni hablar de las
conferencias o de los foros que cada día abundan más: aunque se trate
del destino de Cataluña, por ejemplo, o de alguna sociedad lejana cuyos
problemas se ventilan en la prensa, no hay traba que impida las
inquisiciones sobre lo que sucederá con la suerte de los agobiados
oyentes. Nos las arreglamos para plantarnos a la fuerza en la angustia
de nuestra vida. También se da con frecuencia el caso de que nos
alegremos por las cosas que suceden en el exterior, con vicisitudes
relacionadas con elecciones presidenciales o grandes debates de ideas,
sucedidas todas en otras latitudes, porque las extrañamos en lo más
hondo de nuestro ser y las observamos como el visitante de los museos
ante la obra maestra colgada en la pared, reverenciada pero ajena e
inaccesible.
Como se complica la posibilidad de
sacar conclusiones plausibles en un ambiente dominado por los enigmas,
como no hay sabio capaz de soldar las piezas del rompecabezas, cada
quien saca las suyas como si cual cosa. De allí la aparición de
soluciones disparatadas que parecen obra de la locura, o la abundancia
de propuestas que no pueden llegar a la esquina más cercana, entre ellas
el apego exagerado a las salidas abruptas que deben manejarse en el
hermetismo de los cónclaves o desde una poderosa oficina del primer
mundo. La situación se hace más ardua debido a que la preocupación por
la posteridad cercana no es monopolizada por los habitantes del país. Es
alimentada también por los que baten el cobre desde la diáspora y se
sienten naturalmente concernidos. De allá no solo llegan a diario los
estereotipos alimentados por la lejanía, los clichés multiplicados por
la debilidad de un conocimiento superficial de lo que pasa de veras,
sino también las arengas que claman por desembocaduras automáticas y
drásticas. Tampoco dejan de enviar mensajes de conmiseración, de esos
que los sortarios mandan a quienes perdieron el juego por no saber
apostar a tiempo, para que, en lugar de crear vínculos de solidaridad,
se abra sensible brecha. Se da entonces el caso de una proliferación de
salvadores nacidos en el ostracismo, animados por una fortaleza de
estreno y dispuestos a llenar la falta de redentores entre los que nos
quedamos en el centro del purgatorio porque no nos quedó más remedio.
Imposible un predicamento más enredado.
La confusión acaba con el prestigio
de los líderes, o crea entre ellos uno nuevo cada semana, para que el
vaivén de las figuras que caen del pináculo mientras otra de ellas sube
con propulsión a chorro, imponga y sustituya celebridades y salvaciones
cuya fortuna debe ser perecedera. Pero ciertamente no es la realidad la
que origina una chamusquina infinita de dirigentes y una elevación
sorpresiva, sino los tumbos de ellos mismos, los desaciertos de su
carrera, no vaya a ser que se crea en fuerzas fatales que nos someten a
todos como juguetes y nos ponen a chapotear en el pantano de la
incertidumbre. Todos nos metimos en la oscuridad del charco poco a poco,
y no es lícito que atribuyamos la obra a influencias alejadas de
nuestra voluntad. Estamos en el hueco por una decisión compartida, que
nos ha llevado al extremo de no saber, ni siquiera desde una
aproximación, lo que pasará con nosotros mañana.
Quizá en las elecciones municipales
que están en puertas sobren evidencias sobre lo que se viene
describiendo. Si han nacido de una dislocación de los partidos, o de la
contradicción de sus señales; de la opacidad y de la irresolución de los
líderes, semejante a la de nosotros los liderados, solo debe esperarse
de ellas la obligación de chocar otra vez contra un muro porque no
hicimos la escalera que lo pudo superar. Entre todos lo edificamos, en
faena colectiva, para ofrecerle, u ofrecernos, el sacrificio de una
historia frustrada. Pero quizá todo funcione distinto y las comunidades
impongan su interés cívico y la lucidez que hoy aquí se ha negado, para
que el escribidor tenga, como desea, tema edificante dentro de poco.
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