Guillermo Tell Aveledo: El diálogo es hijo de las sanciones
30 noviembre, 2017
ND / 30 nov 2017, edit. 11:43pm.-
Guillermo Tell Aveledo es uno de los politólogos más consultados del
país, y coautor del varios libros sobre el proceso chavista, entre ellos
“Desarmando el modelo: Las transformaciones del sistema político venezolano desde 1999”, cuyo coordinador es Diego Bautista Urbaneja, y que fue presentado esta semana.
Aveledo conversó con Noticiero Digital
sobre la negociación que se inicia este 1 de diciembre en República
Dominicana, y ve posible una zona de acuerdos, con el marco de fondo de
la carta en la que el cardenal Pietro Parolín suspendía este diálogo
hace casi exactamente un año.
Usted ha afirmado que el diálogo es una
oportunidad para que el chavismo muestre maneras democráticas, confronte
democráticamente. ¿Hasta qué punto eso es posible?
-Es una ocasión y una oportunidad. No estoy diciendo que eso vaya a
ocurrir este fin de semana, ni que ocurra en el corto plazo, pero en
todo caso, el chavismo, desde que era MVR hasta hoy, siempre ha rehuido
el debate democrático. Ha habido momentos de careo, pero careo no es
igual que debate. Está el episodio del diálogo del 2014, pero casi todos
los ejemplos son en contrario. Cuando el chavismo llegó al Congreso de
la República, en 1999, no lo usó para debatir, sino para descalificar de
entrada a sus adversarios, aun siendo en ese momento minoría
parlamentaria, desarmó las posibilidades de conversación.
-Ha habido otras ocasiones de diálogo, pero estas posibilidades
terminan siendo sobrepasadas por la ley de la mayoría o por la ley del
arrebato.¿Cómo evalúa las posibilidades de este diálogo?
-Es algo difícil, porque la posición mínima del Gobierno es una posición muy dura para la Mesa de la Unidad: El reconocimiento de la Asamblea Nacional Constituyente. Queda superado de entrada la idea del reconocimiento del presidente Maduro, que tiene allanado el camino a las elecciones, parece que es algo que no se va a discutir…
Bueno, es que parece que luego del revocatorio, de las protestas, y de todo lo demás, en este momento nadie cuestiona la legitimidad de Nicolás Maduro…
-Pero además, al haber puesto la Constituyente se crea una suerte de trampajaula de la oposición, porque es sumamente difícil de aceptar, y además es una Espada de Damocles sobre todo el sistema político venezolano. No se puede hablar de la Constituyente, pero tampoco se puede dejar de hablar de ella, y es algo que en algún momento va a tener efecto.
-En algún momento tendremos todos que reconocerlo como un hecho, lo que no significa aceptar ese hecho. No aceptarlo, sino reconocer el hecho de que está allí, de que existe y que en algún momento va a tener consecuencias, y que no se pudo derrotar.
¿En ese sentido, cómo pondera las declaraciones de Manuel Rosales, que se parecen a su declaración?
-Una posición como la suya muestra la trampa en que se convierte la ANC para la oposición; tiene que haber un modo más creativo de enfrentar la situación. Una cosa es que yo como profesor, o analista de la política, intelectualmente conciba que tiene que ser así, y otra es que como dirigente político me resigne a ese hecho. Porque a la vez, yo creo que la aceptación de la Constituyente es una demanda casi imposible de aceptar, y por eso está ahí, para trancar el juego, mientras el Gobierno distrae, marea, con otras cosas.
¿Qué incentivos tiene el Gobierno y cuáles la oposición para acudir a una negociación?
-Yo creo que se reflejan claramente en las agendas. El Gobierno necesita reconocimiento de la Asamblea Nacional para el tema de la deuda y temas de financiamiento, que no pueden ser bypaseadas, porque su situación fiscal es muy comprometida. Eso es lo que le ha pegado más al Gobierno; más que las protestas, más que la victoria electoral de la oposición, esta situación concreta, que deriva de esa victoria opositora.
-El incentivo de la oposición es la búsqueda de las condiciones electorales que sean atractivas, no de manera intelectual, sino concreta, porque en este momento las condiciones están completamente sesgadas.
Los politólogos siempre tienen una escala de totalitarismo. Del 1 al 10, siendo 1 democracia plena y 10 totalitarismo pleno, ¿cómo ubicaría usted a Nicolás Maduro, a quien muchos de sus colegas consideran más autoritario que Hugo Chávez?
-Que es más autoritario sí; está condenado a negociar con los militares porque no tiene la autoridad sobre ellos que tenía Chávez. Sin embargo, hay que decir que Maduro ha sido muy hábil en su manejo del asunto militar. Sé, sin ser experto en el tema, que ha hecho varios movimientos bastante audaces sin causar ruido. Le ha dado carta blanca en su conducta, con lo cual ha establecido una suerte de alianza con el mundo militar.
-Si yo tuviese que poner del 1 al 10 a Nicolás Maduro, estaría del cinco para arriba, un seis, un siete.
El factor internacional, el tema de las sanciones, ¿lo ve produciendo resultados, haciendo mella en el Gobierno de Maduro?
-Siempre dependerá del régimen de sanciones. Yo soy muy remiso a hablar de ellas porque puede ser interpretado como un apoyo, que es censurable por parte del Estado. Pero las sanciones han tenido un efecto, y de hecho, lo tienen en este intento de diálogo, que es hijo de esas sanciones.
¿Usted comparte el criterio de que el Gobierno está muy débil fuera y muy fuerte adentro, y la oposición, todo lo contrario?
-Yo creo que esa apreciación es correcta en términos generales, pero hay que tener en cuenta que el Gobierno puede bypasear, en términos ideológicos, la presencia de la comunidad internacional. El Gobierno tiene la impresión de que puede vivir con Rusia y con China y ya, vivir en ese club de naciones, y esa apuesta geopolítica tiene años en gestación.
¿Usted la ve viable?
-Su inviabilidad se manifesta con el tema de las sanciones, porque el Gobierno está sintiendo que con Rusia y China no les basta, aunque Rusia esté dispuesta a dar recursos, y China sea mucho más cauta; no les basta porque el mundo globalizado corre por las rutas de Occidente.
¿Le ve alguna posibilidad al diálogo?
-Hay una zona de acuerdo posible, fuera del statu quo, aceptar una posibilidad de supervisión internacional de las elecciones, incluso de unas elecciones generales. La carta del cardenal Parolín del año pasado parece la agenda cero para este año; lo que no se pudo cumplir el año pasado parece el punto de arrancada de este.
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