EMILIO NOUEL V.
Voy a referirme en esta ocasión a la
propuesta del profesor Ricardo Hausmann,
la cual no deberíamos dejar pasar por debajo de la mesa sin comentar,
sobre todo, porque uno se encuentra por ahí alguna gente que nunca hubiéramos pensado
que mostrarían simpatía por ella y que la ven con buenos ojos, abiertamente o
con la boca chiquita.
Como se sabe, para Hausmann la solución
política para nuestros males sería una intervención militar concertada en el
seno de la comunidad internacional que ponga fin al gobierno militar. Esta acción debería pedirla un
gobierno designado por la Asamblea Nacional (¡!), lo cual le daría cobertura
‘constitucional” o “legal” a la iniciativa; legitimidad, en definitiva.
La propuesta se hace con base en un diagnóstico
de la realidad venezolana que no tocaremos en estas líneas, porque con alguno
que otro matiz, lo compartimos.
Pondré el foco en la viabilidad real de la
propuesta y sus implicaciones políticas, especialmente, desde el plano de lo
internacional, pero a partir de una posición que plantea una salida pacífica, lo
menos traumática, a nuestra difícil
situación.
La propuesta la podemos abordar desde el
ángulo de su justificación intrínseca, la del deber ser, la de la moral, o a
partir de la visión de los llamados realistas, en el lenguaje de la teoría de
las relaciones internacionales, el de los determinismos geopolíticos, que ven
la intervención militar como una necesidad ineluctable, de la cual no se podría
zafar el hegemon geopolítico de nuestro continente, por la amenaza que el
gobierno chavista representa a la seguridad de la región.
Pero también, se puede ver a partir de una
visión, si se quiere, pragmática, es
decir, desde la posibilidad real de concretar la iniciativa en cuestión, no
reñida necesariamente con ninguna de las posturas anteriores.
Antes, sin embargo, debo comentar primero que
me llama mucho la atención que nadie de la dirigencia política democrática haya
dicho esta boca es mía al respecto. Actitud inerte, por cierto, que parecen
adoptar siempre que iniciativas controvertidas en la oposición aparecen, no sé
si por no interesarles, por restarles importancia, por no entrar en polémicas o
porque no saben qué decir o hacer frente a ellas.
Graves errores políticos se han cometido permitiendo
que se deje correr y tomar cuerpo ideas inconvenientes, a causa de esa conducta
indolente que no les sale al paso, pues se querría con ello evitar debates que
a veces son imprescindibles dar, sobre todo, en el tema que nos ocupa.
Dicho esto, en primer lugar, es bueno
comentar el símil que se utiliza (“Dia D”),
porque ya desde ahí nos coloca en una situación que, queriéndolo o no el
proponente, nos equipara, con otra, histórica, que tenía sus circunstancias y
elementos propios. Y aquí ya vemos de arrancada una gran debilidad en la
simbología utilizada.
También asomar que aquella gravísima crisis mundial
y la nuestra se pudieran semejar y, por tanto, ameritar el mismo remedio, es ya
un despropósito evidente. Son obvias las diferencias entre una conflagración ocasionada
por un gobernante (Hitler) que había invadido a más de media docena de países,
causando muerte y desolación y todo lo que sabemos, que lo que ocurre en
Venezuela, por más que la nuestra sea una situación calamitosa. De ahí que sea
manifiestamente infeliz recurrir a ese parangón histórico.
Por otro lado, la propuesta de Haussman se
coloca a contrapelo de lo que ha sido la estrategia mayoritaria de la oposición
democrática para salir del atolladero en que estamos (constitucional, electoral
y pacífica). La del profesor parte de la convicción de que la vía electoral
está cerrada habida cuenta del reiterado comportamiento arbitrario y tramposo
del gobierno. De allí que de una negociación como la que está teniendo lugar no
se pueda esperar nada.
Para Haussman no hay vía pacífica, la
solución es manu militari. Pensar que
una negociación estimulada y apoyada por la comunidad internacional puede
encaminar al país, es inútil, poco menos que una ingenuidad. Las armas son,
entonces, la solución.
Tal propuesta de intervención militar no toma
en cuenta lo que los gobiernos de la región, con sus visiones, intereses y
tradiciones diplomáticas, pueden pensar al respecto y cuál puede ser su
reacción. Pareciera dar por descontado que fácilmente se avendrían a ella,
olvidando que por más que la crisis venezolana se agrave, dar tal paso resulta
muy improbable, remoto.
La historia de las intervenciones militares
en el hemisferio las conocemos. Han sido repudiadas siempre, más allá de sus
resultados. Muy cuesta arriba seria ahora formar una fuerza militar
interventora, habida cuenta de esa experiencia traumática.
Ni siquiera EEUU y/o el inefable Trump, con
todo y su inclinación a los disparates, lanzaría una acción de esa naturaleza,
aun teniendo con que hacerlo. Asuntos de mayor peso crítico ocupan a ese país y
en tanto que potencia hoy no tiene la libertad para actuar como en otras
épocas, disminuida como sabemos su hegemonía mundial.
No hay que olvidar tampoco que en el entorno
están China y Rusia, dos actores no desdeñables que tienen además del veto en
el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, intereses en Venezuela, no solo
económicos. Decir que el Consejo de Seguridad no tendría nada que decir de cara
a una acción de tal envergadura es un exabrupto no solo jurídico.
En el marco de la OEA, tampoco sería posible
aprobar una acción como la que comentamos. No solo por lo que ya hemos señalado
más arriba, también porque los
mecanismos institucionales requerirían de casi la unanimidad para convalidar
tal iniciativa, lo cual es improbable.
Pero lo que a mi juicio es lo más importante
en todo este asunto es la perspectiva política que trasluce la propuesta acerca
de qué tipo de transición o salida se desea para Venezuela.
A pesar de las pifias de la oposición
democrática, de su actual debilidad relativa, la estrategia asumida ha sido la
correcta, aunque con fallas, algunas significativas.
El componente fundamental para la solución de nuestro grave problema es
un mecanismo complejo, lo menos traumático posible. De allí que la negociación
sea la vía adecuada, admitiendo que en ella hasta el momento se han cometido
errores y hay razones para dudar de resultados satisfactorios.
Soy de la opinión de que el chavismo está
cada vez más debilitado, y sus pugnas
internas profundizan crecientemente esta fragilidad. Su aislamiento
internacional no es poca cosa, con las excepciones que conocemos. La presión en
ese ámbito va en ascenso. La situación económica interna, con el pasar de los
días, se hace más dura y presiona fuertemente en lo social.
En ese cuadro con potencial cierto para
empujar una salida de la crisis, proponer una intervención militar como
solución es un desatino político de fondo monumental, que no sirve ni siquiera
para presionar al gobierno porque no es creíble bajo las circunstancias
geopolíticas actuales.
Me niego a pensar que este tipo de propuestas
sea producto de la desesperación, del pesimismo o del desconocimiento de la
realidad concreta del país y del entorno de las relaciones hemisféricas, como
hemos oído por ahí.
Lo más preocupante es que dentro de la
difícil situación que vive la oposición venezolana una idea como la de
Hausmann, a mi juicio, errada, no sea debatida y contestada por la dirigencia
política. .
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