La soledad multitudinaria de García Márquez
Gabriel
García Márquez cometía faltas de ortografía al escribir sus obras. La
causa era que cuando escribía, como confesó en un fax desenfadado a
Carmen Balcells, su agente literaria, “yo le ovedesco más a la
inspirasión que a la gramática”. Además de sus combates contra las
reglas del lenguaje, en el archivo del escritor —que desde 2014 está en
el Harry Ransom Center de Austin, Texas— descubrimos sus rituales de
escritura y sus dudas creativas. Desde hace unas semanas, casi la mitad
del archivo —27.500 imágenes que recorren más de cinco décadas de
escritura— está disponible de manera gratuita en internet.
En el archivo en línea
hay información inédita sobre sus éxitos literarios, sus obsesiones
creativas y su círculo de amigos y colegas; además de nuevos detalles
sobre el padre de familia, el protagonista de la política
latinoamericana y el artista abrumado por la fama planetaria. Los
documentos del archivo, como explico en mi próximo libro, Ascent to Glory: How One Hundred Years of Solitude Became a Global Classic, ayudan a desmontar varios mitos en torno a García Márquez, algunos cuidadosamente alimentados por él mismo.
Dos
mitos que se han construido sobre el escritor se refieren a su
genialidad y al origen legendario de sus obras. Al igual que a otros
creadores de obras famosas, a García Márquez se le suele considerar un
genio solitario tocado por el relámpago de la inspiración. Se sigue
repitiendo que, tras ocurrírsele el comienzo de Cien años de soledad
mientras conducía desde Ciudad de México hacia Acapulco, el autor
abandonó su trabajo de inmediato y se encerró a escribir en su estudio
durante 18 meses hasta que acabó la novela. Mientras tanto, su mujer se
endeudó con los comerciantes del barrio para alimentar a la familia. Su
archivo nos descubre que consiguió un crédito para dedicarse solo a su
novela y que no la escribió de un tirón durante un año y medio, sino en
12 meses, con interrupciones. Tampoco escribió sobre la soledad en
soledad, sino en compañía multitudinaria.
García
Márquez se rodeó de amigos y colegas mientras escribía el libro que lo
hizo famoso. Algunos le ayudaron como asistentes de investigación para
documentarse sobre múltiples temas, como las técnicas de alquimia
empleadas por José Arcadio Buendía, las propiedades curativas de las
plantas que usaba Úrsula Iguarán y la historia de varias guerras en
Colombia y América Latina mencionadas en las aventuras del coronel
Aureliano Buendía.
El manuscrito de Cien años de soledad
fue muy comentado, revisado y mejorado antes de su publicación. Casi a
diario, en la casa de García Márquez y su esposa se reunían de noche el
poeta Álvaro Mutis, su mujer y el matrimonio de la actriz María Luisa
Elío y el cineasta Jomi García Ascot (a esta pareja tan providencial les
dedicó la novela). García Márquez les leía en voz alta o les hablaba de
lo escrito ese día y todos le daban ideas sobre cómo podía avanzar la
historia de los Buendía. Cada sábado, mientras duró la redacción, el
autor discutía las páginas escritas durante la semana con el crítico
literario Emmanuel Carballo, quien le aconsejaba sobre la trama y los
personajes. Y compartió la novela en preparación con escritores
influyentes. A Carlos Fuentes, por ejemplo, le envió a París las
primeras ochenta páginas del libro. Fuentes incluso publicó una reseña
elogiosa de Cien años de soledad cuando a García Márquez le faltaban aún tres meses para terminarla.
Es
poco conocido que, un año antes de su lanzamiento en Buenos Aires,
García Márquez sacó los capítulos más arriesgados del libro en distintas
publicaciones de Europa y América. El escritor quería saber qué
pensaban los lectores comunes, críticos literarios, lectores cultos y
otros escritores e introducir cambios que mejorasen el texto final, como
acabó haciendo.
De
García Márquez no puede decirse que escribía sin tropiezos frases
acabadas. Los usuarios del archivo descubrirán que la clave de su
proceso creativo estaba en la edición. Era un excelente y obsesivo
corrector de su propia escritura, como Balzac. En el punto donde la
mayoría de los escritores se detienen satisfechos con su manuscrito,
García Márquez buscaba darle al suyo otra vuelta de tuerca, a menudo con
ayuda de su círculo de amistades.
Como perfeccionista nato, no dudaba en tachar páginas y párrafos completos e incluso pulir el texto palabra por palabra. En Cien años de soledad,
por ejemplo, la frase “una copa de la azucarada substancia color de
ámbar”, se convirtió en “una copa de la substancia color ámbar”, luego
en “una copa de la substancia ambarina” y finalmente en “una copa de la
sustancia ambarina”.
A
simple vista, estos cambios pueden parecer irrelevantes. Sin embargo,
el autor aprendió que la magia de la literatura reside en la capacidad
para cautivar a los lectores a través de los pequeños detalles. “Un
escritor es aquel que escribe una línea y hace que el lector quiera leer
la que sigue”, le confesó a su amigo Guillermo Ángulo. Para lograrlo,
García Márquez podía comprimir las palabras, introducir un dato clave o
añadir un giro poético o sensorial al lenguaje. Por ejemplo, Santiago
Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte anunciada, se
apellidaba Aragonés, y al comienzo de la novela se levantaba “a las
cinco de la madrugada” y no a “las 5:30 de la mañana”, como en el texto
final.
La
comparación de los manuscritos a lo largo de los años muestra un cambio
decisivo en la creatividad del autor; conforme envejecía, su talento
para editar sus obras decayó. Sus problemas de memoria fueron la
principal causa. Él nunca quiso crear historias que no estuviesen
enraizadas en vivencias personales, y para escribirlas necesitaba de su
memoria, que lo fue abandonando, como revelan los persistentes signos de
interrogación en las sucesivas versiones de sus manuscritos. Por esta
razón dejó sin terminar el segundo volumen de su autobiografía —de la
que una selección puede consultarse en línea— y la novela En agosto nos vemos, que solo puede consultarse en sala.
García Márquez, descubrimos, ocultaba otra obsesión: lo que escribían sobre él y sus obras. Antes de publicar Cien años de soledad
trabajó en agencias de publicidad y aprendió que un escritor debe
vender exquisitamente su imagen pública a los lectores, algo que le
preocupó durante décadas. Mientras que en público decía ser impermeable a
la crítica, en privado coleccionó compulsivamente durante más de 50
años recortes de prensa de más de 20 países y en más de 10 lenguas. En
los 21 álbumes de recortes disponibles en línea, atesoró desde reseñas
de sus obras publicadas en The New York Times hasta en El Día, un
periódico de las islas Canarias. Guardó incluso numerosas reseñas
negativas (pero perspicaces), como la de un crítico colombiano que
calificó Cien años de soledad de “saga prosaica [de] literatura escapista”.
La
otra mitad del archivo solo puede consultarse en el Harry Ransom Center
e incluye la correspondencia del escritor —que muestra los contactos
menguantes con Julio Cortázar y José Donoso, y ningún rastro de su
malograda amistad con Mario Vargas Llosa, tras el puñetazo que el Nobel
peruano le propinó en un cine de México—, los contratos de edición, las
cándidas cartas de fans de todo el mundo, una carta de rechazo de The
New Yorker de 1981 —al editor no le gustó el final de “El rastro de tu
sangre en la nieve”— y hasta la carta astral de García Márquez, que una
alarmada Balcells encargó cuando supo que su representado nació en 1927 y
no en 1928, como se pensaba.
Entre
los grandes méritos del archivo está el confirmar que convertirse en
uno de los escritores más exitosos del último siglo fue un trabajo
arduo. “Es necesario despedazar muchas cuartillas para que finalmente
uno pueda llevar al editor unas pocas páginas”, dijo García Márquez en
una entrevista cuando tenía 28 años, poco después de publicar La hojarasca, su primera novela. “Quien no tenga vocación auténtica de escritor se desalienta”.
El
éxito, sin embargo, no depende solo del trabajo duro. Detrás del
infatigable artesano de la palabra había un talentoso creador de mitos
sobre cómo escribió las historias en sus libros y un artista inserto en
un excepcional círculo de amigos y colegas. Sin esos mitos y sin ese
entorno personal, Cien años soledad y García Márquez podían haber acabado en el cementerio de los libros y escritores olvidados.
Álvaro Santana-Acuña es profesor de sociología en el Whitman
College y autor del libro en preparación “Ascent to Glory: How 'One
Hundred Years of Solitude' Became a Global Classic”.
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