Elías Pino Iturrieta
Los actos oficiales de la conmemoración del Centenario del Libertador comienzan con las palabras del organizador, Antonio Guzmán Blanco, presidente de la república y líder del Gran Partido Liberal Amarillo. Inaugura una cadena de festejos en la nave central del Panteón Nacional, con un discurso de gran importancia para el entendimiento de la manipulación del culto a los héroes que se ha fomentado en Venezuela.
Veamos lo que parece más interesante de su contenido. Dice al principio:
La Providencia tenía predestinada a la presente generación, para celebrar el Centenario de Bolívar, y ha venido preparándole todos los elementos que había de necesitar para corresponder al grande, insólito, glorioso deber.
La paz, la libertad, el orden, el inesperado como trascendental progreso del Septenio y de la Reivindicación, la nueva Venezuela, la Venezuela transformada, esta Venezuela de hoy; esta es la Venezuela que en la mente del Eterno, debía hacerle la más digna apoteosis al Semi-Dios de Sud-América.
La relación entre los esfuerzos conmemorativos y la voluntad de Dios es evidente, lo cual no deja de llamar la atención en primera instancia. Está hablando un político que en su época se vende como campeón del laicismo y en esa conducta lo recoge la posteridad. Ahora, sin embargo, se presenta como siervo obediente de las decisiones del Altísimo, o más bien como su aliado, debido a que señala cómo se orquestaron los eventos desde el más allá para que se cumplieran las vendimias del Centenario.Así las cosas, los logros de los períodos gubernativos que el orador ha presidido, el lapso del Septenio y el lapso de la Reivindicación, también llamado Quinquenio, no son sino el corolario de las facilidades concedidas por la divinidad para la atención de la memoria de un ser excepcional. Dios se encuentra en la obligación de homenajear a un Semi-Dios, el Semi-Dios de Sud-América, y se aprovecha de Guzmán para cumplir el propósito. Dios le da vueltas a la cabeza, quizá pocas, y se fija en Guzmán, cuyos planes de gobierno ampara para que sirvan de fundamento para el altar del Semi-Dios. De allí la forja de una trinidad que se muestra sin recato ante el mundo en 1883.
Pero el Semi-Dios no juega un papel pasivo en la trama, si damos crédito a las elucubraciones inaugurales del Ilustre Americano. La Providencia sabe exactamente lo que siempre quiso el Semi-Dios, no faltaba más, y ahora simplemente lo complace.
Continúa el orador:
Bolívar sobre el Chimborazo, allá en el fondo de los tiempos, mirando hacia el porvenir, lo que contemplaba al cabo de los siglos era esta Patria constituida, organizada y próspera, celebrando su Centenario, con la inauguración hasta de ferrocarriles, muestra evidente, de que entramos ya en los horizontes que ilumina el sol de la verdadera y grande civilización.
Nunca la Patria se vio más sólidamente consolidada, ni tampoco alcanzó jamás semejante próspero desenvolvimiento (…)
Es que el natalicio de Bolívar cumple cien años, y la Providencia ha querido que, plenos de felicidad y esperanza, celebremos su gloria como la de un predestinado suyo y benefactor, instrumento de sus arcanos.
Dios quiere cumplir los anhelos de Bolívar, quien llegó a pensar desde las profundidades de su sensibilidad en los caminos de hierro que se harían realidad más adelante, cuando su tierra ascendiera a la cúspide de la civilización, y descubre en Guzmán el ingeniero. Nadie ha encontrado hasta entonces en Venezuela mejores elementos para formar un trío. Con Dios, con Bolívar y con Antonio Guzmán Blanco seguramente empezará y se asentará una época dorada, pueden pensar los cautivos y entusiastas destinatarios del discurso.El orador se presenta como juguete al servicio de fuerzas mayores e ineludibles, tal vez porque esté seguro de que los políticos y los autores de la época se ocuparán de enaltecer su participación en la presuntuosa terna. De allí que fabrique un Olimpo republicano procedente del Paraíso celestial y mediado por la descendencia de un héroe excepcional, que solo los díscolos y los tontos se atreverían a reprochar durante su larga autocracia. De cómo no se está ante una operación aislada, de cómo permanecen después esas yuntas hiperbólicas puede dar cuenta el lector.
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