En política, lo normal es dialogar. En política, lo normal es negociar.
Si no se dialoga y no se negocia, la política deja de ser política y se convierte en guerra.
Ambas palabras, diálogo y negociación, han adquirido en Venezuela ribetes peyorativos. Si hoy Usted le dice a cualquier venezolano "vamos a dialogar" o "vamos a negociar", la reacción que va a recibir es de total desconfianza.
No es para menos. Diecisiete años de mentiras y manipulaciones por parte del régimen chavista han provocado que todos desconfiemos de cualquier diálogo.
En este lapso de tiempo, el chavismo ha invitado en innumerables ocasiones para un "diálogo". Generalmente, lo hace para ganar tiempo ante situaciones apremiantes provocadas por el equivocado manejo político, económico y social de los problemas del país.
Otro denominador común es que esos diálogos no son tales, sino fastidiosos monólogos. Antes los conducía Chávez. Admitamos que eran un poco más divertidos. Hoy, los interpreta un huevo sin sal llamado Maduro.
En cuanto a resultados, ninguno de esos "diálogos" produjo algo sustancioso. Simplemente soluciones deficientes y parciales tipo paños calientes. Algunos enchufados y aspirantes a enchufados aprovecharon esos "diálogos" para meterse en el bolsillo unos cuantos dólares.
Entonces, ¿cómo creer en un nuevo "diálogo" propuesto por el régimen madurista?
En las catastróficas circunstancias que vive el país, lo lógico sería llamar a un diálogo sincero, equitativo, productivo, equilibrado y de visión de largo plazo. No un "diálogo" con miras a ganar tiempo a ver si, por ejemplo, por casualidades de la vida suben los precios del petróleo, sino para buscar un entendimiento nacional de todas las fuerzas políticas que permita una salida en paz de este enorme conflicto.
Sin embargo, el régimen venezolano actúa como el alacrán en la fábula que protagoniza con la rana. Su naturaleza puede más. Y manipular, tergiversar, mentir, agredir, es su naturaleza.
Pretende que el país crea en un "diálogo" en el cual sirven de intermediarios tres personajes sumamente discutibles.
Un Rodríguez Zapatero cuyas credenciales, además de haber sido el peor presidente español de las últimas décadas, es un reconocido amigo del chavismo. Su gobierno fue receptor de ingentes contratos militares otorgados por la administración venezolana.
Durante su gestión, su Ministro de Relaciones Exteriores fue no menos que un arrodillado ante Chávez. Para completar, recientemente se descubrieron inexplicables pagos del gobierno venezolano por millones de euros a favor del hijo del Embajador de España en Venezuela de la época.
El gobierno de Leonel Fernández recibió del gobierno de Chávez enormes recursos por acuerdos energéticos. Reconocido amigo del super intergaláctico eterno. Lo mismo aplica para Martin Torrijos cuando fue Presidente de Panamá.
Lo primero que habría que hacer para acceder a un diálogo sería recomponer de forma equilibrada el grupo de intermediarios. Con los tres mencionados, no vamos ni a la esquina. Tampoco con la UNASUR presidida por el corrupto Samper.
Posteriormente, deben intervenir otros actores. Tres me parecen indispensables dados sus pesos específicos: los Estados Unidos, Cuba y el Vaticano. La participación de la OEA es bienvenida pero insuficiente. El caso venezolano requiere de una instancia superior que supervise directamente y que sirva como garante: la ONU.
La agenda establecida por la oposición venezolana es la correcta: Referéndum Revocatorio como primerísimo punto. Más aún: el diálogo es el Revocatorio. Un gobierno con más del 90% de rechazo no está en capacidad de ofrecer soluciones a la situación actual.
Luego el tema de presos y exilados políticos, el de la inmensa crisis humanitaria que vivimos que requiere decisiones de inmediato, y el respeto estricto a la Constitución, a la separación de poderes y a la Asamblea Nacional. No más sentencias acomodaticias del TSJ ni trampas y trabas del CNE, y retiro de las existentes.
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