IBSEN MARTINEZ
Tiene la disposición de ser el cómplice de Maduro para evitar la derrota del chavismo
Figurémonos el momento exacto en que José Luis Rodríguez Zapatero penetró en el ignominioso cubil en que la dictadura de Nicolás Maduro mantiene encerrado, arbitraria e ilegalmente, desde hace más de dos años, a Leopoldo López.
Iba, seguramente, de traje y corbata. No hay razón alguna para dudar de sus modales de exjefe del Gobierno español ni para pensar que Leopoldo —como en Venezuela lo llamamos todos— haya hecho a un lado los suyos. Imagino que Rodríguez Zapatero hubo de encorvarse mucho para entrar al umbrío habitáculo mil veces visitado en la alta noche por los esbirros de la Guardia Nacional Bolivariana encargados de intentar quebrar la moral del preso político más conspicuo de América Latina con intempestivas requisas, para no hablar de la pertinaz lluvia excrementicia con la que han pretendido doblegar la dignidad del exalcalde de Chacao.
Nadie, suponemos, pidió a Rodríguez Zapatero que se desnudase por completo —como sí se ha obligado vejatoriamente a la madre y a la esposa de Lepopoldo— para ser “esculcado” antes de entrevistarse con el líder de una de las organizaciones políticas más señaladas de la Mesa de la Unidad Democrática. Pero admitamos que todo es posible en la Venezuela de Maduro, así que también cabe imaginar que hayan dispuesto un perchero donde el prominente político español pudiese colgar sus prendas de vestir mientras giraba desnudo, las manos en alto, en obsequio de los cancerberos de la cárcel militar de Ramo Verde.
No es ocioso pensar en la contextura moral de Rodríguez Zapatero. Quizá ese algo que informa su expediente personal de aquiescencia frente a la dictadura cubana, por ejemplo, lo haya llevado a acceder gustoso a desnudarse, y quién sabe si hasta a acuclillarse en la sala de espejos, para brindar seguridades a los esbirros del régimen de que no llevaba oculta en sus entrañas una escofina para limar barrotes. ¿Retendrían su pasaporte durante la entrevista?
La verdad, dice una reseña periodística, es que la reunión tuvo lugar en una oficina en la planta baja del anexo B de la prisión, de ordinario provista de cámaras de vídeo, y en presencia de Adriana López, hermana menor del dirigente demócrata. Rodríguez Zapatero llegó elocuentemente escoltado por Jorge Rodríguez, quizá el más cínico de los fulleros electorales del régimen.
Ahora bien, ¿qué tiene Rodríguez Zapatero que no hayan tenido Felipe González o Andrés Pastrana, por mencionar solo a dos expresidentes iberoamericanos que en el pasado han querido visitar a López sin lograrlo?
La respuesta es clara: tan solo la disposición de ser cómplice de Maduro en su designio de evitar la derrota definitiva del modelo chavista si el exchófer de colectivos llegase a medirse en un referéndum revocatorio, ya sea durante este año o el Día del Juicio.
Que es vocero de buena fe en el “diálogo” necesario, es la coartada de Rodríguez Zapatero. Conociéndolo, tengo para mí que todo el gasto de la conversación lo hizo Leopoldo al cantarle las cuarenta al político español, antes de despedirlo con cajas destempladas. Rodríguez Zapatero, en verdad, no llevaba mucho que decir, salvo una aborrecible proposición de parte de Maduro: la libertad de Leopoldo López a cambio de su apaciguamiento, de la fractura de la unidad opositora venezolana en torno a la impostergabilidad del referéndum revocatorio. “No negocio mi libertad por el revocatorio de Maduro”, ha dicho Leopoldo a Rodríguez Zapatero, mozo de brega vallisoletano, chico de mandados del tirano más estulto que haya padecido Venezuela, enviando de paso un mensaje a la masa opositora nacional: no desfallecer ahora que el fin está cada día más cerca.
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