HENRY RAMOS ALLUP
El gobierno tiene toda la razón cuando a través de sus cuatro emisarias del CNE utiliza desvergonzadamente todas las marramucias imaginables para que no se materialice el derecho constitucional que tiene el pueblo de despedir a un presidente inepto. Si bien la figura misma consagrada en la Constitución está rodeada de una serie de exigencias como para que no pase de ser un ilusorio ejercicio de democracia directa, aún así puede funcionar efectivamente en un caso terminal como el venezolano en el que la desesperación de la gente puede derribar todos las barreras. Si lo sabe el gobierno, que con el mayor desparpajo ha manifestado a través de sus más eminentes voceros (Maduro, Istúriz, Jorgito, Jaua y Cabello en ese orden de importancia) que el RR no va este año, aunque la inmensa mayoría (70%) lo quiera en 2016. Notable también que ninguno de ellos haya dicho que lo pueden ganar (si tal fuese la posible, el RR tendría fecha cierta en cuestión de días), sino que este año no va. Mientras tanto, las cuatro comadres no dicen sino que hacen.
Estas maromas contienen dos confesiones implícitas por parte del oficialismo: la una, ya se ha dicho, que tiene certeza de que lo pierde de todas, y la segunda, que de los males el menor, porque una cosa es perder ahora y otra perder después. Ser revocados ahora (empleo el plural adrede) apareja afrontar desnudos una elección presidencial en treinta días que también perderían de calle, pero ser revocados en 2017 significaría que quedaría como presidente hasta enero de 2019 el vicepresidente escogido a dedo por el revocado, y eso a su vez les permitiría ciertos arreglos, como el aseguramiento del botín acumulado en todos estos años de saqueo y ciertas impunidades, salvoconductos y cómodos exilios para que las responsabilidades recaigan después sólo en los bolsas que perecen ahogados en todos los naufragios. Se trata, pues, de ganar un poco de tiempo -y aquí literalmente el tiempo es oro- para diferir un poco la fatalidad inevitable. Lo que pasa es que todo ese tiempo lo pierde Venezuela.
Es cosa sabida que el instinto de conservación se manifiesta tanto en la vida como en la política y que la necesidad de los sinvergüenzas, con su cauda de impudicias, descaros y cinismo, echa mano de cualquier medio para salvar la vida y el botín. ¿Qué queda a una pandilla sin valores ni principios si no preservarlos? Despilfarrada la herencia política que el fundador de la dinastía forjó arruinando a Venezuela, en una patraña que duró 17 años cuando fue concebida para durar tanto como la Patria hecha añicos por su megalomanía, en cambio los herederos no sólo mantuvieron sino que acrecentaron inmensamente su patrimonio económico, superando a todos los piratas y saqueadores de estas tierras desde el Descubrimiento para acá. Ya los veremos de cooperantes para conseguir suelo donde aposentarse, disfrute de parte de lo robado y relativa tranquilidad para vivir el resto de su vida con identidades postizas, pero ninguno descansará en paz. Y al cabo de que la defraudada esperanza popular los borre del paisaje, quedarán la dolorosa experiencia y las penitencias que tienen que purgar las naciones cuando aunque sea de buena fe se dejan embaucar por canallas, estafadores y ladrones disfrazados de Mesías.
Estas maromas contienen dos confesiones implícitas por parte del oficialismo: la una, ya se ha dicho, que tiene certeza de que lo pierde de todas, y la segunda, que de los males el menor, porque una cosa es perder ahora y otra perder después. Ser revocados ahora (empleo el plural adrede) apareja afrontar desnudos una elección presidencial en treinta días que también perderían de calle, pero ser revocados en 2017 significaría que quedaría como presidente hasta enero de 2019 el vicepresidente escogido a dedo por el revocado, y eso a su vez les permitiría ciertos arreglos, como el aseguramiento del botín acumulado en todos estos años de saqueo y ciertas impunidades, salvoconductos y cómodos exilios para que las responsabilidades recaigan después sólo en los bolsas que perecen ahogados en todos los naufragios. Se trata, pues, de ganar un poco de tiempo -y aquí literalmente el tiempo es oro- para diferir un poco la fatalidad inevitable. Lo que pasa es que todo ese tiempo lo pierde Venezuela.
Es cosa sabida que el instinto de conservación se manifiesta tanto en la vida como en la política y que la necesidad de los sinvergüenzas, con su cauda de impudicias, descaros y cinismo, echa mano de cualquier medio para salvar la vida y el botín. ¿Qué queda a una pandilla sin valores ni principios si no preservarlos? Despilfarrada la herencia política que el fundador de la dinastía forjó arruinando a Venezuela, en una patraña que duró 17 años cuando fue concebida para durar tanto como la Patria hecha añicos por su megalomanía, en cambio los herederos no sólo mantuvieron sino que acrecentaron inmensamente su patrimonio económico, superando a todos los piratas y saqueadores de estas tierras desde el Descubrimiento para acá. Ya los veremos de cooperantes para conseguir suelo donde aposentarse, disfrute de parte de lo robado y relativa tranquilidad para vivir el resto de su vida con identidades postizas, pero ninguno descansará en paz. Y al cabo de que la defraudada esperanza popular los borre del paisaje, quedarán la dolorosa experiencia y las penitencias que tienen que purgar las naciones cuando aunque sea de buena fe se dejan embaucar por canallas, estafadores y ladrones disfrazados de Mesías.
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