viernes, 29 de julio de 2016

COLOMBIA: LAS BRUMAS DE LA SELVA



               JEAN MANINAT

El País (España) en su versión electrónica del 24 de julio, 2016, muestra un conmovedor video sobre la manera como viven los integrantes del  Frente 48 de la FARC, en la región de Putumayo, el cese al fuego producto de las conversaciones de paz que se llevan a cabo en La Habana entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla más antigua del continente, según reza la Denominación de Origen Controlada (DOC) otorgada al grupo armado por tantos medios de comunicación. El trabajo está compuesto de testimoniales, breves relatos frente a la cámara de quienes se incorporaron a la lucha armada y han pasado, en promedio, la mitad de sus vidas alimentando una quimera justiciera enterrada entre selvas y montañas.
Hablan, sobre todo, del futuro próximo que avizoran, de las expectativas que crea todo cambio de oficio -porque al final se convirtió en eso: un oficio-; de la necesidad de realizar una labor “pedagógica” para que las bases asuman las decisiones, confíen en el buen juicio de los “camaradas, es decir, los altos mandos que las representan en Cuba. En su mayoría parecen combatientes de a pie, (bueno… se supone que todos los guerrilleros marchan a pie), más bien tropa revolucionaria, carne de helicóptero artillado. Hay en algunos un cierto aire naïf, desprovisto de fervor revolucionario, como si relataran un extravío en las montañas del cual regresan con una ametralladora entre las manos para su sorpresa.
Un orientador designado, con léxico de cuadro político, explica las razones de buscar un nuevo camino: dejar atrás el dogmatismo y el sectarismo -añejos términos, del más añejo de los izquierdismos- e incorporarse a las nuevas formas de lucha para conquistar la justicia social. No deja de tener tardía razón. Pero, la mayoría de los testimonios proceden de la tropa, de campesinos humildes, soldados de la gleba revolucionaria, gente que cambió una miseria por otra. Por ningún lado asoman Marx, Lenin, el Che, menos aún los conceptos de la embaucadora Marta Harnecker. Parecen gente de la tierra a la que finalmente la guerrilla le hubiera entregado un rifle Kalashnikov para labrar los campos a balazos. (Y de paso, custodiar el tránsito del narcotráfico hacia las autopistas del mundo).
Lo que rezume con humedad tropical, lo que golpea con fuerza, es el relato en primera persona de tantas vidas perdidas, de tantos ciudadanos a quienes les fue vedado el acceso a los claroscuros de la vida contemporánea. Los celulares, las computadoras, el Internet, la televisión, el agua potable y la sanidad, les fueron negados, durante años, por los “camaradas” quienes sí tenían acceso -así fuese circunstancial- en los santuarios ubicados en las fronteras porosas de países vecinos y permisivos como Venezuela y Ecuador. Una gran mayoría de los combatientes nunca había hecho una llamada desde un celular, enviado un SMS, o visto un partido de fútbol cuando le diera la gana. Moviéndose en la selva intermitentemente con sus secuestrados a rastras, no había tiempo para tales excesos.
Roberto Pombo, Director del diario El Tiempo, de Colombia, en sus memorias conversadas con el escritor colombiano  Juan Esteban Constaín, El tiempo por cárcel (Debate), relata una anécdota reveladora. Con motivo de las conversaciones de paz viajó a La Habana para entrevistarse con los negociadores de la FARC. Los invita a reunirse en una sala del hotel Meliá Cohiba y mientras ascienden hacia el piso donde está ubicada, el comentario de uno de los representantes de la FARC le devela que probablemente éste nunca había utilizado un ascensor. En pleno siglo XXI.
Integrar a quienes fueron desplazados -de las posibilidades desconocidas de sus vidas, o de sus terruños vitales- será una tarea ardua para la paz, probablemente la más importante. Quienes se empeñan en torpedear el proceso de paz en Colombia, por nobles o mezquinas que sean sus razones, sólo contribuyen a perpetuar una barbarie que nunca debió haber existido. Pero existió, y víctimas y victimarios están obligados a pasar la página por más dolorosos que sean los recuerdos y dejar que la paz recupere la convivencia.
De lo contrario, las brumas de la selva seguirán empañando la democracia colombiana.

@jeanmaninat

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