Trino Márquez
Luego de diecisiete años
ejerciendo el poder, el PSUV es un despojo. Nada que ver con el partido único
de la revolución que una vez soñó, en sus delirios jacobinos, Hugo Chávez. Quedó
para que sus militantes sean marginados, caso Aristóbulo Istúriz y Freddy
Bernal; o convertidos en perros de presa de la oposición. Jorge Rodríguez,
Tarek el Aisami y Diosdado Cabello son los tres canes más agresivos de esa jauría.
Sus líderes fueron relegados al rango de
ordenanzas del Alto Mando Militar. En la última tarea subalterna que Maduro le
asignó, el reparto de migajas a través de los Comités Locales de Abastecimiento
y Producción (CLAP), fracasó. O mejor dicho: el primer mandatario no les dio
tiempo de naufragar, simplemente les quitó el timón. Bernal, al igual que
Istúriz, fue despedido y sustituido por Vladimir Padrino López sin que le
llegara un memorando de notificación.
A
pesar de que todos los regímenes izquierdistas poseen una fuerte presencia militar, la claudicación del
partido revolucionario frente a los uniformados no forma parte de la teoría y
la práctica ortodoxa del socialismo, sino de la rancia tradición militarista
latinoamericana. Lenin, padre del Estado
revolucionario, estableció en ¿Qué hacer? y El Estado y la revolución -dos textos capitales para comprender los
procesos de inspiración marxista leninista- que el guía político, intelectual y
organizativo tendría que ser el partido de cuadros, encargado de trazar las
orientaciones estratégicas de la marcha
de toda la nación. Al Partido quedaban subordinadas todas las instancias del
Estado y la sociedad, esferas con las cuales aquel se fusionaba.
Estos
principios generales fueron seguidos, con diferentes matices, en todos los
países comunistas. En la URSS, en Europa Oriental, en China y Vietnam, el Ejército
estaba sometido a las directrices señaladas por los respectivos partidos
comunistas. Incluso en Cuba y en el demencial régimen de Corea del Norte, son
el Partido Comunista Cubano y el Partido
de los Trabajadores de Corea, los que tienen bajo su dominio el control
político del Estado, incluidas las Fuerzas Armadas.
Primero
con Chávez y luego con Maduro, este esquema se invirtió. Mientras el Comandante
vivía la supremacía castrense no era tan evidente por las cualidades
histriónicas y el liderazgo real que el personaje ejercía. La debilidad e
inseguridad de su sucesor ha puesto de relieve la preeminencia del estamento castrense. Ahora la verdadera
política, la que provoca consecuencias prácticas e inmediatas sobre la población,
no se define en los cenáculos del PSUV, sino en los aquelarres que sostiene la
alta jerarquía militar. El país no sabe, ni le interesa, si el partido oficial se
reúne con regularidad, ni qué decide en esos esporádicos encuentros. La
organización parece una federación de pequeños grupos y débiles caciques con
poca incidencia sobre las líneas maestras del Gobierno. Las intervenciones
públicas de los dirigentes más notorios se limitan a declaraciones de guerra contra
la oposición. “Hay que ilegalizar la MUD y anular el revocatorio porque es un proceso
fraudulento”, graznan Rodríguez y el Aisami a las puertas del CNE. O, “el
revocatorio no se hará este año, ni nunca”, ladra Cabello en su programa en el
canal de “todos” los venezolanos, VTV. Todas son declaraciones rabiosas, pronunciadas
para amenazar e intimidar. En la división del trabajo con el partido militar,
ese fue el papel que les correspondió: actuar como verdugos.
En
cambio, Padrino López y sus lugartenientes hablan de construir el verdadero
socialismo, darle un rostro humano a la economía, deformada por la voracidad
insaciable del capitalismo, y acabar con la guerra económica para que el
país supere la escasez, el
desabastecimiento y la inflación y vuelva a ser grande, como aspiraba el
Comandante. Los términos de la ecuación se invirtieron: los civiles del PSUV
representan la barbarie; los militares, la civilización.
La
rendición del PSUV frente al partido militar convirtió a Maduro en rehén de las
Fuerzas Armadas, a los dirigentes de esa organización en amanuenses de los
uniformados, y al país en víctima de un estamento que hasta ahora ha optado por
ser cómplice de una camarilla que quiere eternizarse en el poder, aunque sea en
un lugar subordinado.
@trinomarquezc
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