DE CARACAS PA’CÚCUTA
Enrique Viloria Vera
Afortunadamente un buen vecino que se encuentra en cama por efecto del Zika, me prestó la batería de su carro, ya que el mío no tiene desde hace más de seis meses, no la consigo sino a precios exorbitantes que con mi menguado sueldo de profesor universitario no puedo comprar.
La única condición que puso el dadivoso vecino fue que le trajera las medicinas para la tensión arterial e insulina para su diabetes que tampoco se consiguen en la República Bolivariana de Nadalandia. Recurrí prontamente a los ahorros de los que disponía, saqué mis prestaciones sociales y acompañado de mi esperanzada esposa nos dispusimos a realizar el largo y fatigoso viaje desde la desprovista Caracas hasta la bien aprovisionada ciudad de Cúcuta, un tanto preocupados por el estado de los cauchos del carro que tampoco he podido comprar para sustituir a los ya bastante usados con lo que debo iniciar el viaje.
A la altura de Barinas, en una improvisada alcabala de la Guardia Nacional fuimos objeto de una minuciosa revisión y de un largo interrogatorio por parte de un teniente mal encarado. Ingenuamente mi esposa le confió que íbamos a Cúcuta a comprar bastimentos y medicinas, la cara de satisfacción del oficia preludiaba la coima de la que fuimos objeto: diez mil bolívares para poder continuar y no ser retenidos por circular con un carro con los cauchos desgatados. Pagamos y constatamos que el lema de esta rama militar es: “La extorsión es nuestra divisa”.
Agotados y hambrientos hicimos la larga y nutrida cola en el puente fronterizo para finalmente arribar a ese paraíso terrenal colombiano donde farmacias y super-mercados bien surtidos, eran objeto de admiración y envidia por parte de los desdichados súbditos bolivarianos. Compramos todo lo que pudimos, dejando lo necesario para al regreso detenernos en La Encrucijada y celebrar la hazaña con un buen sándwich de pernil y un batido de mango. Dicho y hecho, viajamos, llegamos, pedimos, comimos y pagamos.
Un trecho después en otra alcabala, esta vez policial, fuimos nuevamente requisados y acusados de bachaqueo y acaparamiento. Total, que nos confiscaron todas las compras hechas, nos retuvieron cuatro horas en un pequeño calabozo repleto de malandros y malvivientes, finalmente nos propusieron liberarnos a cambio de la batería del carro, lo que hicimos prontamente y muy a nuestro pesar.
En cola llegamos a la sucia y horrible Caracas sin carro, sin la batería prestada, y sin las medicinas y la comida que compramos en el otro lado de la frontera. Mi mujer no ha parado de llorar y yo de mentarle la madre a todos aquellos que en estos penosos 18 años de Revolución Bolivariana han destrozado, desvalijado, un país que era para querer y ahora en Socialismo es una Patria para sufrir.
¡CHÁVEZ VIVE, NOSOTROS MORIMOS DE HAMBRE!
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