Trino Márquez
Si los militares fueran tan
eficientes al frente de la economía y de los organismos públicos, como la mente
autoritaria e insegura de Nicolás Maduro
supone, Venezuela sería el Paraíso. A partir de 1999, los uniformados han coordinado
numerosos planes oficiales y empresas tradicionalmente del Estado o estatizadas
en este período. El Plan Bolívar 2000, el Fondo de Inversión Social (Fonvis),
varias empresas de la CVG, Cadivi, PDVSA, las aduanas marítimas y terrestres, Venezolana de Cementos (antigua Cemex), Café
Fama de América, Red de Abastos Bicentenario, Corpoelec, sólo representan una
pequeña muestra de unidades o actividades administradas por militares activos o
en situación de retiro (los miembros de ese estamento no pierden su condición
por haberse jubilado). Una lista un poco más extensa tendría que incluir el
BCV, los ministerios y gobernaciones que han presidido. En ninguna de esas responsabilidades,
salvo rarísimas excepciones, sus trabajos han estado acompañados por el éxito y
la probidad. Cadivi, la red pública de almacenamiento
y distribución de alimentos y el sector eléctrico son los más emblemáticos por
los escándalos de corrupción y la ineficiencia.
El
número de oficiales dentro de la Administración Pública ha sido tan elevado, más de 2.400 a lo largo
de 17 años, que en diciembre de 2015 Maduro les ordenó a los militares “regresar
a los cuarteles”. Siete meses después revertió el mandato: les entregó al
general Padrino López y a la cúpula castrense el control total de la economía,
movido por la desconfianza en sus colaboradores civiles, en la quimera de la “guerra económica” y en la
vana idea de que con vigilancia severa y disciplina férrea pueden resolverse
los entuertos creados por la destrucción
socialista del aparato productivo nacional y el derroche de la riqueza
petrolera. El fracaso de este nuevo ensayo de ingeniería social está escrito en
la historia nacional y mundial.
El
modelo aplicado por Maduro sigue la pauta trazada por los cubanos durante
décadas. La economía de la isla ha sido manejada durante seis décadas por
cuadros del Partido Comunista y del Ejército. La miseria y dependencia de esa
“República” es tan severa, que Raúl Castro advirtió a finales de junio pasado
que los cubanos tendrían que ajustarse aún más el cinturón porque la ayuda
venezolana había disminuido. Luego de 60 años de revolución los viejos tiranos no
se han independizado ni siquiera de un país arruinado como la Venezuela chavista. Los únicos privilegiados
son los miembros de la nomenclatura: PCC y Ejército. El esquema cubano fue
importado de la Rusia soviética, donde la omnipresencia del PCUS y del Ejército
Rojo asfixió la economía. La URSS se desplomó sin que ninguna potencia
capitalista le lanzara ni un triqui traqui. Tal era su ineficiencia. La
epidemia se extendió a sus satélites de Europa Oriental y la China de Mao. En
todos los países socialistas la presencia del Partido Comunista y del Ejército
en la economía fue nefasta.
El
sello del fracaso castrense no es exclusivo del comunismo. En las naciones
capitalistas los militares también han producido daños cuando se adueñan de la
economía. En la Chile de Pinochet, sus errores tácticos y estratégicos fueron
proverbiales. El dictador sureño tuvo que llamar a Milton Friedman y sus
muchachos para que diseñaran y aplicaran un programa de reformas que enderezara
los entuertos provocados por los rígidos e ignorantes uniformados. A partir de
la reorientación de las políticas y la exclusión de los militares del control
gerencial, la economía comenzó a crecer, sin preocuparse mucho por la
distribución del ingreso y la construcción de una sociedad equitativa. El
“milagro” chileno no tuvo nada que ver nada con la planificación o la férula
militar, sino con cambios concebidos por expertos civiles.
En
contrapartida, ningún país desarrollado donde la equidad es característica
dominante, ha alcanzado ese estatus teniendo como conductor de la economía al cuerpo
militar. Si al general Padrino López le interesa más contribuir a que Venezuela
salga del abismo, que apoyar a Maduro a continuar atornillado al poder, tendrá
que utilizar el inmenso poder que detenta para iniciar un proceso de consulta e
inclusión de los sectores productivos e intelectuales: empresarios, trabajadores
y especialistas. Una decisión desacertada puede convertirla en un inmenso logro
para él y la nación.
@trinomarquezc
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