Entre
el centro político y la firmeza
Trino Marquez
El
proyecto político hegemónico instalado en Miraflores hace más de veinte, reeditó el canibalismo y la radicalización
extrema, un estilo político que había desaparecido en Venezuela luego del derrocamiento
de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
No fueron casuales los acuerdos del
Pacto de Punto Fijo, o los del Pacto Obrero Patronal firmados entre los
empresarios y los sindicatos la víspera de las elecciones de diciembre de 1958.
La dolorosa experiencia del Trienio adeco había dejado como lección que sin un modelo incluyente y consultivo, basado
en la persuasión, no sería posible borrar las huellas del caudillismo
militarista presentes desde el siglo XIX. Esos rastros gravitaban con fuerza en
sectores poderosos que todavía a comienzos de la era democrática, se sentían
atraídos por la fuerza de la tiranía. La postura excluyente y soberbia de
Acción Democrática durante el período que va de 1945 a 1948, había sido en
buena parte la responsable de que esa primera experiencia democrática
encallara.
Luego de 1999, el diálogo volvió a
desaparecer del espectro político. Un país acostumbrado a la confrontación
dentro de un ambiente plural, de repente se encontró con que había resurgido el
canibalismo político. Los espacios para la negociación entre el gobierno y la
oposición, se habían cerrado. Instituciones como la Copre –Comisión
Presidencial para la Reforma del Estado-, creada en 1984, se convirtieron en quimeras. La Copre había sido un modelo de coexistencia
en medio de la confrontación. Esa comisión, integrada por distintos partidos y
sectores sociales y académicos, llegó a acuerdos que permitieron modernizar el
Estado, y hacerlo más eficaz y democrático. La elección directa de gobernadores
y alcaldes, la elección nominal de diputados y concejales, y, en general, la
descentralización, surgieron de las investigaciones y discusiones efectuadas en
este complejo foro. La Copre, al igual que el Congreso de la República, eran
espacios que demostraban que la
oposición y el gobierno podían cohabitar a pesar de las diferencias que los
separaban.
Esta característica del sistema político
venezolano, propia de los sistemas democráticos, fue interrumpida de forma
abrupta por Hugo Chávez. Los adversarios pasaron a ser enemigos a los cuales
había que exterminar. La política dejó de ser el arte de convencer e imponer a
través del respaldo o anulación de corrientes encontradas, para convertirse en
la práctica del aniquilamiento del contrincante. Ya no hubo más adversarios,
sino enemigos. Chávez trasladó a tierras
venezolanas el esquema sellado con sangre y fuego impuesto por Fidel Castro en
Cuba.
El estilo fue mantenido por los
herederos. Cabello hace algunos años llegó a decirle a la oposición: liguen que Chávez no se muera porque quienes
lo rodeamos somos unos locos. Sus palabras fueron proféticas: el modelo
sectario patentado por el fundador, se fortaleció con sus discípulos. Solo las
protestas populares, la resistencia, el heroísmo opositor y el inquebrantable apoyo
de los países aliados, han obligado al régimen a conversar. Lo han conminado a
buscar salidas negociadas, aunque aún parecen remotas. A través de la presión
constante y creciente, Maduro y sus
colaboradores han tenido que regresar poco a poco al redil de la política. Se
han visto obligados a entender que para Maduro es preferible negociar a que lo
negocien, Vladimir Villegas dixit. Al
parecer es lo que sucede en cenáculos foráneos.
En el escenario político, dentro de
sectores críticos del gobierno, está gestándose una tercera vía. Una postura
que quiere recuperar el centro, aislándose de los extremos que han marcado el
ejercicio de la política durante los años recientes. Uno de los promotores de
esta iniciativa es Simón García, el talentoso e incansable dirigente que hace
bastante tiempo formó parte de la dirección nacional del MAS.
La iniciativa debe eludir varios
peligros. La primera es no debilitar a Juan Guaidó, el líder opositor de mayor
arraigo nacional. El otro es no convertirse, por la fuerza de los hechos, en un
factor adicional de división dentro de las fuerzas democráticas, ya seriamente
amenazadas por un régimen que desprecia
los derechos políticos. Un tercer desafío consiste en evitar la ingenuidad;
caer en la trampa de imaginarse un oficialismo susceptible a dejarse convencer
por los argumentos racionales de sus interlocutores. La destrucción de
Venezuela no es el resultado de la ignorancia y la incompetencia, que sin duda
existen, sino de un plan de dominación basado en la premisa de que hay que
gobernar sobre la exclusión, el sectarismo, la soberbia, pecados que
inevitablemente conducen a la ruina. Maduro todavía no ha entendido las
enseñanzas que dejó el Trienio adeco.
El centro político no está reñido con la
firmeza. Pero el orden de los factores importa mucho: firmeza inquebrantable,
con la amplitud y flexibilidad que debe
tenerse para lograr los cambios que se buscan.
@trinomarquezc
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