TRINO MARQUEZ
Nicolás
Maduro dice haber decidido pararse de la mesa de negociaciones en Barbados debido
al apoyo que Juan Guaidó les dio a las más recientes sanciones aplicadas por
Donald Trump contra el régimen. Consideró que tal respaldo era un irrespeto y
una traición a los venezolanos y al
diálogo entablado entre el gobierno y la oposición. La verdad debe de ser muy
distinta.
Maduro tendría que saber que aplicarle
sanciones fue la opción escogida por Trump y sus aliados en América Latina,
para no verse obligados a recurrir a una invasión militar, cuyo costo político
resultaría muy elevado. El mandatario norteamericano parece estar convencido de
que el gobernante venezolano, además de autoritario, facilita el narcotráfico,
está asociado con el ELN y otros grupos narcoguerrilleros colombianos, al igual
que con sectores extremistas del Medio Oriente, y es el principal soporte
financiero de la dictadura cubana, enemiga histórica del ala más conservadora
de la política norteamericana, de la cual Trump es un representante destacado.
Las sanciones no se levantarán hasta que
Maduro salga del horizonte. Guaidó haría un papelón si las condenase. Su
obligación se reduce a comprenderlas y explicarlas. Las sanciones son
lamentables por el costo tan elevado que implican; pero, resultan inevitables
porque el régimen no ofrece opciones -ni en el plano internacional, ni en el
nacional- que ataquen las causas que las provocan.
Apoya al ELN, que además opera en
Venezuela; celebra encuentros amistosos con grupos palestinos
antinorteamericanos y con sectores vinculados a Hezbolá; le da la bienvenida al
país a Jesús Santrich, exguerrillero de las Farc y prófugo de la justicia colombiana; mantiene el
contubernio con la tiranía cubana; permite que Venezuela se haya convertido en
una de las plataformas más importantes del continente para el tráfico de
drogas; convoca en Caracas al Foro de Sao Paulo, un hatajo de nostálgicos
antinorteamericanos que apoyan a los Castro en Cuba y a un despojo humano como
Daniel Ortega. ¡En qué planeta vive! No se da cuenta de que si quiere evitar
las sanciones tiene que estar más atento y en sintonía con el entorno internacional.
Su miopía ideológica y la estrechez de sus asesores cubanos lo han enceguecido.
En el mundo globalizado, los gobiernos latinoamericanos pueden subsistir sin
plegarse a los Estados Unidos, pero difícilmente pueden sobrevivir en rivalidad
permanente con la primera potencia mundial.
En el plano interno ocurre algo
similar. Si a Maduro el pueblo le preocupa tanto, podría emprender dos
iniciativas: cambiar las políticas económicas y sociales que durante veinte
años han arruinado a la nación; y aceptar que se convoquen nuevas elecciones presidenciales, como ocurre
en países donde se desatan tormentas políticas, sean de esquemas parlamentarios
o presidencialistas. Todas las encuestas importantes revelan que Nicolás Maduro
es el centro de la conmoción nacional y que su rechazo es superior a 80%.
Mantiene el mismo modelo socioeconómico aplicado a lo largo de dos décadas, y
se niega a abrir el compás para que en un plazo prudencial el país vaya a unos
nuevos comicios presidenciales. Aquí
reside la verdadera razón de su levantamiento intempestivo y abrupto de la
ronda de Barbados: sabe que ese ciclo tendría que cerrarse pronto con un
acuerdo para convocar la elección del futuro Presidente.
Maduro, con el diálogo, no ha ganado
tiempo para mantenerse en Miraflores. En realidad las conversaciones fueron
tejiendo una red de compromisos que terminarían por comprometer al mandatario
con una fecha y unas condiciones electorales. De nuevo, la miopía obnubiló a
Maduro: optó por la ruptura, convencido de que el apoyo de la FAN y el aparato
represivo montado por los cubanos serán suficientes para mantenerlo en el
poder. Para que nadie pensara que estaba bromeando, sacó el látigo con el que
castigó a los diputados a quienes les levantó la inmunidad parlamentaria y
amenazó con convocar las elecciones adelantadas para la Asamblea Nacional. De
paso, un tribunal militar dictó una sentencia contra el dirigente sindical Rubén González. El ‘presidente obrero’ se
ensañó contra un líder de su propia clase social. Así es el autoritarismo. Solo
hay que preguntarle a Lech Walesa para que nos refresque la memoria.
Ningún gobierno se sostiene solo a
partir de la represión. También necesita persuadir. Con mostrar el rostro de
Diosdado no es suficiente. La heroica lucha que mantienen los estudiantes y el
pueblo de Hong Kong nos ilustra, de
nuevo, cómo las conversaciones entre el gobierno y la oposición resultan más
animadas y productivas, cuando la gente se moviliza para defender sus
intereses.
Padrino López acaba de pedirle a Maduro
que reinicie el diálogo. No quiere más conflictos, ni más violencia, ni más
sanciones. Esperemos que lo oiga.
@trinomarquezc
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