ISMAEL PÉREZ VIGIL
La discusión acerca de la mayor o menor asistencia a las concentraciones o marchas de la oposición el 16N es interminable y probablemente estéril; cada quien parte de una posición tomada, con base en su opción política; algunos verán el vaso medio lleno y otro lo verán medio vacío. Yo soy de los que lo ve medio lleno, por eso me pareció que la actividad fue un éxito y son varias las razones que avalan mi optimismo:
En primer término, que tras seis meses de inactividad de calle, de diatribas, descalificaciones e insultos entre opositores, que miles de personas en las ciudades más grandes del país –incluida Caracas y 92 ciudades por todo el mundo–, hayan salido a protestar contra la dictadura, es un verdadero logro.
Segundo, otro hecho significativo es que –sin contar la campaña en contra de los propios opositores– la gente salió a pesar de las intimidaciones y amenazas proferidas por el gobierno, a través de su poderosa red de medios y el manejo de redes sociales y todos los obstáculos que interpusieron; por cierto, se notó al gobierno inusitada y especialmente nervioso por la actividad del 16N, más de lo usual.
Tercero, el régimen no fue capaz de responder con una movilización ni siquiera parecida, en la capital, como ya es su costumbre; apenas unos cientos de seguidores, llevados en autobuses, a los alrededores de Miraflores, en donde el presidente usurpador ni siquiera les hablo de manera directa. Es obvio que ya no pueden congregar ni trasladar multitudes, o ya no les interesa y se conforman con desplegar sus hordas más agresivas.
Por último, no por ello menos importante, la jornada transcurrió sin mayores incidentes, disturbios, ni detenciones significativas, salvo algunos –siempre lamentables– casos aislados. De paso, fue un hecho importante y que merece ser analizado por los especialistas en esta materia, la falta de actuación de los cuerpos represivos.
Por estas razones, y sin magnificarlo, considero importante lo ocurrido el 16N. Pero lo más importante, es lo que vaya a ocurrir de ahora en adelante.
Juan Guaidó, en su mensaje el 16N esbozó algunas ideas y en particular se refirió a su propia interpretación de la consigna: “calle sin retorno”, al señalar: “… lo que significa esto es que tenemos una agenda de conflicto permanente, sostenida, en la calle… hasta lograrlo…”; y la consigna que se desprende de estas palabras de Guaidó es: “calle permanente… calle sostenida”; también hizo un nuevo llamado a la fuerza armada: “…no les pido que se pongan del lado de Juan Guaidó…(si no)… que se pongan del lado de la Constitución, del lado del pueblo…” y fue enfático en señalar que la fuerza armada: “…es el factor que nos falta, que debe tomar una decisión…”.
Sin embargo, en el discurso de Guaidó aprecio todavía un elemento que me preocupa, cuando señala que: “la lucha es hasta que cese la usurpación, hasta lograr la transición, hasta lograr las elecciones libres…”. Qué duda cabe que este es el desiderátum del pueblo venezolano y no solo del 85% que señalan las encuestas como opuestos al régimen; pero es obvio que se impone una revisión de esa estrategia, definida por la Asamblea Nacional a principios de enero y voceada consistentemente por Juan Guaidó –cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres– que no ha podido concretarse al carecer la oposición de la fuerza necesaria para lograr el primero de esos objetivos, como quedó patentemente demostrado tras casi un año de actividad bajo esa consigna y tras lo ocurrido en febrero, con la fallida entrada de la ayuda humanitaria y el fallido llamado a la fuerza armada, en el mes de marzo.
Hoy también sabemos que está descartada una intervención militar externa –como es el deseo de algunos– ni de parte de los Estados Unidos, ni de parte de nuestros vecinos, Brasil o Colombia, ni la posibilidad de conformación de una fuerza trasnacional del TIAR. Nos queda por tanto la movilización interna y el apoyo de la comunidad internacional, para mantener la presión sobre el régimen y forzarlo a negociar una salida democrática, mutuamente conveniente. En lo internacional se debe insistir en la aplicación y ampliación de las sanciones personales, a los integrantes del régimen; pero en lo nacional, se impone, una discusión sobre la estrategia en el seno de la oposición, discusión que debe reunir algunas características.
Debe ser una discusión amplia y plural; vertical (que abarque a todos los sectores: partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil, trabajadores –sindicalizados o no–, movimiento estudiantil, asociaciones vecinales, grupos religiosos o confesionales, etc.), sin excluir a ningún grupo opositor dispuesto a participar; y horizontal, porque se debe dar en todos los estados y ciudades del país, aprovechando –quizás– la estructura que se desarrolló para discutir el Plan País.
Debe ser una discusión libre, desprejuiciada y abierta a todas las posiciones de esa variopinta amalgama que es la oposición venezolana; en donde se expongan todas las alternativas y posiciones, sin ambages, sin excluir ninguna idea, sin asumir que hay posiciones válidas o rechazadas de antemano.
Debe ser una discusión práctica, en el sentido de proponer, promover y propiciar acciones en la que todos puedan participar, de acuerdo a sus posibilidades, y de acuerdo al sector donde trabajen, estudien o vivan, sin sacar a nadie de su medio o llevarlo a algún escenario que le resulte extraño o artificial. Igualmente deben ser acciones imaginativas, pues no necesariamente las movilizaciones masivas son la única o la mejor de las alternativas.
Pero lo más importante, es que debe ser una discusión regida bajo el principio de la unidad, como elemento fundamental, en el entendido de que lograda una posición, debe ser mantenida e implementada por toda la oposición, como factor clave de éxito; ya sabemos que quien no acata esa disposición, es el propio pueblo el que le pase “factura”.
Personalmente, creo –y así lo planteo, como un elemento más para la discusión–, que el objetivo de esa estrategia debe centrarse en uno que pueda lograr la movilización masiva de todos los venezolanos, en el país y en el exterior, que permita organizar a todos y proponga una meta alcanzable, esto es: lograr unas elecciones libres. Lo qué significa “elecciones libres”, será motivo de un próximo artículo.
Politólogo
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