Trino Márquez
El régimen de Nicolás Maduro celebra las protestas violentas
en Chile y Bolivia. En el país del Cono Sur, los vándalos de la ultraizquierda
y el anarquismo han destruido decenas de estaciones del Metro, utilizado
fundamentalmente por los sectores populares y las clases medias. Han incendiado
supermercados, clínicas, farmacias y hasta iglesias católicas. Todo ha ocurrido en nombre de la lucha contra
el ‘modelo neoliberal’, que según esa estereotipada versión, ha plagado de
desequilibrios e injusticias a la sociedad chilena, a pesar de que durante los
treinta de años que van desde la salida de Augusto Pinochet de La Moneda, hasta
el presente, los socialistas han gobernado directamente, o a través de la
Concertación, durante buena parte de ese período.
En Bolivia, los partidarios de Evo
Morales, entre ellos los cocaleros, trancan carreteras, impiden que haya libre
circulación de vehículos de carga que transportan alimentos y gasolina. La
nación del altiplano confronta el serio problema del desabastecimiento, y la
inflación que esta conlleva. Los protestantes exigen la renuncia de la
presidente Jaenine Áñez y la restitución de Morales en el poder. Esto ocurre
luego de que se comprobó de forma inapelable que el expresidente cometió un
fraude escandaloso y, no contento con el delito, quebró la línea de sucesión prevista
ante a la falta absoluta provocada por su renuncia, al exigirles a su
Vicepresidente, al Presidente y Vice Presidente del Senado, y al Presidente de
la Cámara de Diputados, que dimitieran para generar un vacío de poder y, en
consecuencia, una crisis institucional que sumergiera a Bolivia en el caos. La
ruptura de esa línea fue lo que condujo a que Áñez, segunda vicepresidente del
Senado, asumiera la presidencia interina. Para completar el cuadro, el día que
le correspondía juramentarse, los parlamentarios del Movimiento al Socialismo, partido
de Morales, no concurrieron al Congreso. Luego la acusaron de ‘usurpadora’. Y
entonces ¿cómo podía cubrirse la vacante respetando la Constitución, si Morales
había ordenado crear un vacío de poder? Su plan apuntaba a desatar la anarquía
en Bolivia. En cierta medida lo ha logrado. Actuó a lo Jalisco: si no gano,
arrebato. En Bolivia, sus partidarios pretenden restituir en la Presidencia a
un gobernante que cometió un delito. Veremos cuán fuertes son las instituciones,
especialmente los militares, para impedir que la violación cristalice.
El gobierno venezolano celebra todos
los excesos promovidos por la izquierda
afiliada al Foro de Sao Paulo. Defiende los supuestos derechos de las turbas
chilenas enceguecidas por el odio, y de los grupos bolivianos que respaldan a
un gobernante extraviado, que quiso arrogarse un triunfo electoral que no obtuvo
en las urnas electorales, aunque poseía el control del Poder Electoral.
Todos los excesos de la izquierda
extremista le parecen excelentes a Maduro. La cosa cambia cuando el
protagonista es la oposición venezolana. Frente a la protesta pacífica
convocada por Juan Guaidó para el 16 de noviembre, el régimen aplicó varias
tácticas dictatoriales. En un país donde ocurren todas las calamidades que se
conocen y en el cual abundan las razones para luchar, el gobierno insistió en
que el propósito del llamado era desestabilizar la democracia. Infundió temor
en los ciudadanos. Militarizó Caracas y algunas ciudades del interior desde el
viernes anterior a la marcha. En la capital cerró numerosas estaciones del
Metro. Tumbó la señal de internet. Los canales de televisión no pudieron
transmitir informaciones relacionadas con la concentración. La condena y el cerco
fueron casi totales. Tras el objetivo de minar la jornada del 16-N, encontraron
un aliado circunstancial y poderoso: los enemigos internos de Guaidó, quienes
se dedicaron con saña a demonizarlo y propiciar el desánimo entre los
potenciales asistentes a la jornada de protesta. Entre el terrorismo de Estado y
la histeria de los estratos ‘opositores’ (no entiendo por qué se autocalifican
de ese modo), se formó una tenaza que afectó la concurrencia a la marcha.
A pesar de los enormes obstáculos que
se levantaron frente al 16-N, la jornada fue exitosa. Más, incluso, en el
interior del país. En Caracas, no tuvo el impacto, ni logró el volumen de las
grandes movilizaciones de comienzos de 2019. Sin embargo, no defraudó. La gente
se sacudió la modorra. Sintió que la presencia ciudadana es fundamental para
cambiar el panorama. Que la pelea no es palaciega, ni de cúpulas o mesas que se
reúnen a resolver los problemas que afectan a toda la nación. El cambio incluye
a los ciudadanos. Asistir a las concentraciones pacíficas representa una forma
democrática de contribuir con la transformación que se aspira.
Evidenciar esos enemigos que acabo de
mencionar, no significa que no exista cierto agotamiento frente a la marchas, y desencanto ante a las expectativas no
satisfechas por Juan Guaidó y el plan trazado al inicio de 2019. En su discurso
en el acto, Guaidó asomó una autocrítica. Conviene que la elabore mejor y
proponga un plan de reconexión con los millones de venezolanos que quieren
permanecer en Venezuela, y están dispuestos a resistir y luchar, no para destruir
los activos de la nación o para imponer un caudillo que viola la Constitución,
sino para restituir la normalidad democrática, que permite crecer e incluir.
@trinomarquezc
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