Que nadie se confunda
Humberto García LarraldeMiércoles, 21 de abril de 2010
Economista, profesor de la UCV
Bajo el Tercer Reich, todo funcionario público debía jurar lealtad al Führer. En la mentalidad nazi ello no podía entrar en contradicción con las responsabilidades públicas a su cargo, pues Hitler representaba, por antonomasia, los intereses superiores del pueblo alemán. Era claro, además, que este “pueblo” no comprendía a todos quienes tuviesen nacionalidad alemana, ni a todos quienes hubiesen fijado residencia en territorio germano. La noción de pueblo era étnica –volk- y excluía a aquellos incapaces de sustentar su ascendencia germana. Era legítimo y consistente con la prédica nacionalsocialista utilizar los poderes del Estado contra aquellos que pretendidamente amenazaban esta visión. En el primer año de Gobierno nazi, con la excusa del incendio al Reichstag, se aprobó un decreto que prohibía “la deslealtad frente al pueblo alemán y las actividades consideradas de traición”, entre las que se encontraba criticar al régimen.
En Venezuela, los 3.527 aspirantes a participar en las primarias organizadas por el PSUV para elegir candidatos a la Asamblea Nacional, debieron consignar, como requisitos para postularse, un juramento de lealtad al partido y a Hugo Chávez . De ser electos al parlamento, su lealtad será hacia el “comandante-presidente”, no al pueblo que los habría elegido. Pero en la mente de estos “revolucionarios”, tampoco aquí hay contradicción: como reza la propaganda, “Chávez es el pueblo”. De nuevo la noción de “pueblo” es excluyente, pero en vez de fundamentarla en criterios raciales, la estulticia oficialista la define tautológicamente como todo aquel que comparte la visión de poder. Por antonomasia, los chavistas son “pueblo” y los que no creemos en caudillos militares mesiánicos, somos “traidores a la patria, oligarcas”, según el giro izquierdoso con que hoy pretenden legitimarse.
Año tras año, desde 1927 a 1938, se efectuaba en una explanada acondicionada especialmente para ello en la población de Nuremberg, gigantescos mítines para afianzar, a través de emotivos discursos y la manipulación de los sentimientos patriotas, la lealtad militante con la causa nacionalsocialista alemana. En correcta formación, contingentes paramilitares de la S.A., luego de la SS y del ejército, profesaban afectos eternos al Führer y al Reich milenario.
El 13 de abril, en la avenida Bolívar, el presidente Chávez celebró lo que quiso bautizar como “Día de la Milicia Nacional Bolivariana, del Pueblo en Armas y de la Revolución de Abril”. Ahí fueron juramentados, más de 30.000 milicianos, debidamente uniformados y dotados de fusil -aunque sin balas, según los cronistas. Con la espada de Bolívar empuñada en alto, el “comandante-presidente”, les conminó a la defensa del “pueblo”, es decir, de él mismo: “Exijo lealtad, unidad verdadera” . Por si quedaran dudas del carácter pretoriano de esta fuerza, exclamó: “Ahí está el partido, están mis generales, mis milicias, ahí está mi pueblo”, en alusión a una hipotética amenaza de fuerza por parte de sectores opositores .
Este régimen no tiene nada que ver con las aspiraciones de justicia y libertad que alguna vez inspiraran las luchas de la izquierda. La profesión de odios y la invocación de una conflagración final con el “enemigo” tiene como único propósito afianzar la lealtad absoluta, incondicional, a quien monopoliza de manera excluyente el poder. El hecho de repartir la renta petrolera mientras destruye el aparato productivo nacional, bajo el pretexto de construir (¿?) el socialismo, sólo demuestra que hoy, la prédica de izquierda ha devenido en simple ropaje del “fascismo del siglo XXI”.
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